domingo, 7 de diciembre de 2014

QUÉ INDIGNACIÓN.

  Con las nuevas normativas de nuestro queridisimo gobierno, están cerrando páginas donde antes libremente podíamos ver nuestras series o películas, ya fueran de X años atrás o recientes. Hay series interesantísimas que no se emiten en España y gracias a muchas personas que se esfuerzan, podemos verlas aquí subtituladas.
  Dicen, que es un delito descargarse películas, series, libros... etc, etc, etc y más etc por Internet, y que por motivos como este, la gente ha dejado de ir al cine. Bien, pues sinceramente yo opino que el cine es exageradamente caro. Hace un par de meses el cine estuvo a un precio razonable (2,5€) y las salas  se llenaron. ¿ES LA PIRATERÍA (como ellos llaman) LA CAUSANTE DE QUE LAS SALAS DE CINE ESTÉN VACÍAS? ¡NO! Son los precios tan elevados que ponen.
  Sé que esto es una simple página que ha creado una desconocida para vosotros, pero ya no es el hecho de que solo nos quiten series, ly y no podamos ver lo que queramos, no obstante eso es lo de menos. Sé que no va a servir para mucho esto que os estoy escribiendo libremente aquí; pero estoy tocando un tema que también os afecta a vosotros mis queridos amigos. Si estás leyendo esto, te pido que muevas el culo del sillón cuando sea necesario y te quejes por tus derechos. Tienes derecho a estudiar, a tener una casa, a tener un trabajo, a abortar, a salir a la calle en pijama (si te da la gana)... tienes derecho a que no te roben; porque sí, tú, mi querido amigo, eres una persona y la libertad acaba donde empieza la de los demás.
  Mientras que miles de personas inocentes están en la cárcel, muchos tipos con corbata se pavonean ante nuestras narices.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Capítulo 3.

Thessa:

Despertar llena de fuerza y vitalidad no era muy habitual en mí desde hacía un tiempo; por eso me sorprendí cuando me vi frente al frigorífico buscando algo que llevarme a la boca y con una sonrisa en los labios. Estaba hambrienta, pero allí no había prácticamente nada más allá que un pedazo de queso mohoso y un par de yogures desnatados caducados de los que le gustaban a Caleb, a si es que podía hacerme una idea de cuánto tiempo llevábamos sin hacer la compra.
En esa casa la única que comía comida humana era yo, ya que Caleb había sido secuestrado por mi hermanastro y dado que yo no había vuelto a probar un plato decente desde entonces y casi toda la comida acababa por ponerse mala, no habíamos vuelto a hacer la compra, ya que Betsi me había dado por imposible, a si es que tuve que conformarme con calentar un vaso de sangre 0+ en el microondas y darme un canto en los dientes.
Me apoyé en la encimera, esperando a que el microondas me avisara de que mi plato estaba listo mientras que enredaba en mi pelo enmarañado, dándole vueltas a tantas cosas que no sabría por donde empezar a buscarles la lógica. Respiré hondo y me concentré, intentando ordenar los hechos.
Por regla general, desde que Caleb había desaparecido, mis días se habían convertido en un infierno y ni siquiera tenía ganas de levantarme de la cama, pero si me quedaba era mucho peor, pues acababa dormida y volvían a mí las pesadillas, pero ese día no había sido así. Ese día ni siquiera había sido consciente de que me había despertado hasta que mi cerebro no se había dado cuenta de la situación: yo ante un frigorífico buscando comida y muerta de hambre. Algo insólito. Ni siquiera había tenido pesadillas aquella noche después de volver a dormirme. Lo único que recordaba era oscuridad y ansiedad. Nada más. Por eso estaba tan extrañada. No es que no me alegrara de tener algo de hambre o de haberme desecho de esas malditas pesadillas que me acosaban noche sí y noche también; sino que todo había tenido lugar después de descubrir que alguien me había estado observando.
¿Qué cómo sabía que alguien me había espiado? Muy sencillo; no habría huido cuando lo miré. Por lo que todo encajaba; aunque también podían ser paranoias mías y simplemente haber sido un transeunte a altas horas de la madrugada.
Normalmente en aquel barrio no solían haber disturbios, pero más de una vez los vecinos habían llamado a la policía para que se encargaran de los chavales problemáticos después de una larga noche de borrachera; pero aquella persona no parecía un joven borracho. Más bien parecía alguien cuidadoso que se había puesto nervioso al ser descubierto y por eso había salido huyendo. Además, había estado esa sensación... había sido algo extraño. Lo había notado, sus ojos puestos en mí, pero al rato la calma me había invadido y recordaba haber caído rendida en la cama, fuera de preocupaciones. Tenía un nudo en el pecho que me oprimía deseando salir al exterior pero que algo no lo dejaba y lo retenía ahí. Era como una falsa felicidad; porque aparentemente yo me encontraba bien, incluso sentimentalmente estaba bien, pero no era real.
El sonido del microondas me despertó de mi aletargo con un pitido estridente. Sacudí la cabeza para despejarme y los mechones de mi pelo enmarañado se agolparon en mi cara, cubriéndola por completo.
-Tengo que hacer algo contigo -mascullé entre dientes.
Me pasé los dedos por el pelo y me lo recogí en un moño desgreñado en lo alto de la cabeza. El calor era insoportable por las mañanas y sobretodo para una vampira como yo. A mí, debido a mi mezcla de especies, no me afectaba el Sol tanto como a un vampiro normal, ya que yo podía salir a la calle a plena luz del día sin necesidad de un hechizo de protección, pero no dejaba de ser incómoda su presencia y por eso, odiaba los veranos.


Betsi:

Un pitido me despertó. Busqué entre la oscuridad mi despertador, llevándome por medio un libro, mi móvil y un vaso sucio de sangre de la noche anterior, hasta que dí con él. Marcaban las nueve de la mañana, lo que quería decir que faltaba una hora hasta que sonara. Fruncí el ceño algo desconcertada, puesto que, a pesar de la presencia de Thess, yo era la única que vivía en aquella casa y ella solía pasarse el día metida en la cama sin horarios de sueño.
Me restregué los ojos con los puños de las manos para ver algo mejor. Volví a comprobar la hora. Las nueve y un minuto.
-Qué extraño... -murmuré, algo desconcertada.
Volví a meter la cabeza entre las sabanas, restando importancia a lo sucedido, pues perfectamente podía haber sido algún vecino o alguien de la calle y mi sensibilidad auditiva lo había captado; pero en cuanto oí los disparos me levanté y salí pitando de la habitación. De no haber estado muerta ya, probablemente me habría dado un infarto.
Entré primero en la habitación de Thessa, pero allí no había nada y cuando digo nada, es nada, ni tan siquiera ella.
Las pulsaciones se me aceleraron y mi instinto vampírico salió a la luz por voluntad propia. Me asomé a la ventana, pero allí no había nadie. Corrí escaleras abajo y de repente el corazón me dio un vuelto. No sabía si pegarla por el susto que me había dado o abrazarla por estar fuera de su apestoso cuarto.
-¡Te voy a matar! -gruñí entre dientes, aún con los caninos a la luz.
-¿Qué pasa?-Thessa me miró desconcertada desde el sillón.
-¡Me has dado un susto de muerte!
Exhausta, me dejé caer junto a ella con los ojos cerrados. Por un momento me había temido lo peor; que su hermano por fin se había decidido por dar señales de vida.
Cuando abrí los ojos, Thessa me miraba con los suyos muy abiertos y vidriosos, a punto de llorar; pero con una sonrisa de oreja a oreja en los labios.
-Técnicamente ya estás muerta -sonrió, aún más.
Yo no pude evitarlo y me eché a reír liberando la tensión que se había apoderado de mí dos minutos atrás. Me incorporé y la estreché entre mis brazos.
-Maldita seas -le susurré al oído- que susto me has dado.
-¿Por?
-Un pitido me ha despertado, he pensado que era el despertador, pero no y cuando me he vuelto a tumbar en la cama he escuchado uno disparos -le expliqué apresuradamente separándome de ella.- He entrado en tu cuarto pero no estabas y por un momento....
Thessa se echó a reír a carcajadas limpias, algo que, sinceramente, me sorprendió.
-¿Qu-qué pasa? -me aventuré a preguntar, mirándola con el ceño fruncido.
Ella me miró y señaló a la televisión con uno de sus dedos huesudos. Una película de pistoleros del año en el que mis padres aún moceaban llenaba la caja tonta de imágenes. Yo la miré con ira contenida y me lancé sobre ella atacando directamente a las costillas, donde sabía a ciencia cierta que estaba llena de cosquillas. Thessa pataleó e incluso me zarandeó para intentar quitarme de encima, pero yo resistí.
-¡Basta! -chillaba entre risas- ¡Por favor!
-Me has asustado, mereces lo peor -reí yo, contenta por verla feliz.
-¡Betsi! Por favor.
-Noups.
-Besti, para ya por favor -su suplica sonó más como un quejido que como un ruego o eso me pareció a mí.- Betsi...
Una ráfaga me sacudió de arriba a abajo y acto seguido estaba volando por los aires, hasta que la pared me frenó y caí de bruces al suelo. Un dolor me recorrió todos y cada uno de los huesos del cuerpo, aunque donde más concentrado estaba era en mi hombro derecho, el cual se había desencajado. Thessa me miraba horrorizada desde el sillón y algo me decía que había dejado de respirar de la impresión puesto que su tono rondaba el púrpura azulado. Intenté levantarme, pero las piernas me fallaron a si es que apoyé la espalda en el suelo y me quedé ahí tumbada, recuperando fuerzas.



Thessa:

Sin saber muy bien como, una fuerza sobrehumana recorrió todo mi cuerpo y mandó a Betsi a la otra punta de la habitación. Normalmente, cuando practicaba magia, un hormigueo se agolpaba en mis manos, pero aquello poco tenía que ver con la sensación a la que estaba familiarizada.
Me incorporé lo más rápido que pude y la imagen de Betsi derrumbada en el suelo me desarmó por dentro. Sabía que en un par de minutos ella estaría bien, pero le había hecho daño y mucho.
Corrí hacia ella e intenté incorporarla.
-¿Estás bien? -pregunté con un hilo de voz, mientras la llevaba hacia el sofá- N-no sé que ha pasado, yo solo quería que te quitaras de encima y...
-Estoy bien Thess -asintió, con una mueca de dolor, cuando levantó las piernas para tumbarse sobre la superficie acolchada del mueble- nada que no pueda curarse.
-Dios Betsi... -susurré, sentándome en el suelo junto a ella.
-Necesito un favor.
Mi amiga se giró hacia mí con los ojos aún cerrados y entonces se miró el hombro. Yo seguí la dirección de su mirada y solté un gritito ahogado al comprobar a lo que se refería. Su hombro estaba desencajado. La miré asustada. Sabía perfectamente que no era nada grabe, Betsi ya era una vampira, y su hombro estaría bien en unos minutos, el problema era que yo le había hecho eso.
Respiré hondo y con un empujón se lo coloqué de nuevo. No le di tiempo a prepararse y un alarido de dolor salió de lo más profundo de su garganta.
-¿Mejor? -inquirí, con una ceja levantada.
Betsi me miró con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados cuando dejó caer la cabeza sobre el cojín del reposa-brazos.
-Sí -suspiró.
-Joder -espeté, pegando con mi pie descalzo en el suelo.
-¿Me puedes explicar qué demonios ha sido eso? No me malinterpretes, me alegro mucho de que vuelvas a usar tu magia, pero... ¡NO CONTRA MÍ!
Mi magia había dejado de funcionar; al principio no sabía muy bien el motivo pero no tardamos en averiguarlo.
Después de que Caleb desapareciera, me sumí en un estado en el cual no habría sido bueno que mi magia hubiera salido a la luz. De vez en cuando había intentado llevar a cabo hechizos sencillos, pero siempre salían mal. Una vez intenté prender una vela y al final acabé incendiando un sillón, por lo que decidí suprimirla hasta que me encontrara mejor.
La magia, tenía vida propia; por eso muchas brujas, a lo largo de la historia, nunca habían sido capaces de doblegarla. Era un espíritu en fusión con el alma de la bruja; si esta veía oscuridad en ella, se desactivaba, quedando en un modo de reposo hasta pasar a otra generación; por eso las brujas podíamos pasar nuestra magia a otra persona o a un simple objeto.
Mi alma y mi magia habían dejado de estar en perfecta compenetración y ella había decidido desaparecer, esperando el momento oportuno.
-No lo sé... ha sido extraño. -La miré con el entrecejo fruncido, intentando buscar una explicación a lo ocurrido.- Normalmente siento un cosquilleo en los brazos y luego en las yemas de los dedos pero...-me contemplé las manos, como si allí se hallara la respuesta- esta vez ha sido como si luna fuerza extraña saliera de mí.
-Que raro... -susurró.
De repente, una bombilla se encendió en mi interior.
-Anoche... -empecé, ordenando las palabras en mi mente, antes de darles voz. Carraspeé y continué- anoche vi algo Betsi.
La chica se incorporó con una mueca de dolor, haciéndome un hueco a su lado. Dio un par de palmadas sobre el cojín para indicarme que me sentara y así lo hice.
-¿A qué te refieres con que viste algo?
-Anoche me desperté de madrugada. Pasé algunos minutos despierta apoyada en la ventana y sentí que alguien me estaba observando.
-¿A qué hora?
-No lo sé -me encogí de hombros, intentando hacer memoria- pon que fueran las dos o las tres de la mañana. No estoy muy segura.
Betsi suspiró, dejando caer sus hombros hacia adelante, derrotada. Ella estaba al tanto de mis pesadillas, pero yo nunca le había contado que pasaban en ellas. Suficiente tenía como para preocuparse aún más.
-Olvídalo -dijo con resignación- era yo.
Mi amiga se levantó del sofá y se dirigió a la cocina bajo mi atenta mirada. Su respuesta me había pillado un poco con la guardia baja dado que no había pensado en esa posibilidad. Desde un primer momento había llegado a la conclusión de que se trataba de un hombre y no una mujer.
-¿Tú? ¿Por qué ibas a ser tú?
La seguí hasta la cocina y me senté sobre la encimera, donde había estado un rato antes mientras esperaba a que el microondas terminara su trabajo.
No respondió enseguida, sino que se tomó un par de minutos para responder.
-Salí a dar una vuelta.
-¿A las dos de la madrugada? -inquirí con clara sorpresa.
-Sí, no podía dormir y salí a dar un paseo. A veces lo hago y lo sabes.
A pesar de que su respuesta era cierta, estaba al tanto de sus escapadas nocturnas, sabía que no había una clara verdad en sus palabras. Hacía tiempo que no había mentiras para mí por su parte.
Pensé en la posibilidad de decirle que sabía que me estaba mintiendo. Era obvio que la persona a la que vi, ya fuera hombre o mujer, no se trataba de mi compañera, pero también pensé en que si Betsi me había ocultado la verdad, sus motivos tendría a si es que decidí no darle más vueltas y dejarlo estar.
-¿Por qué no podías dormir? -cuestioné, en un ultimo intento de contrastar mis sospechas.
-No he parado de darle vueltas a lo de mi hermano. -Contestó finalmente.
-Betsi... -susurré, atrayéndola hacia a mí y estrechándola en un fuerte abrazo.
Su hermano era el motivo por el cual sus padres habían decidido mudarse a la ciudad. Tenía un tipo de enfermedad degenerativa que iba paralizándole ciertas partes de cuerpo. Los médicos le habían dicho que su esperanza de vida no llegaría a más de los treinta años, pero sus padres aún no habían perdido la esperanza. Betsi y Jer estaban muy unidos; a penas se sacaban dos años.
-Lo hecho mucho de menos Thess -sollozó, humedeciéndome la piel- pero... no puedo...
-Shh -le acaricié la el pelo a modo de consolación- sabes que estará bien.
-Lo sé, pero... el otro día hable con mis padres.- Se separó de mí para limpiarse las lágrimas de los ojos- me han dicho que está peor. Antes era capaz de caminar, con ayuda pero ya...
Se ahogó al final de la frase y no pudo terminar de hablar, pero no me hacía falta, pues podía imaginarme la respuesta.
-Betsi... -empecé a decir, pero frené extrañada, cuando sus ojos se centraron en algo detrás de mí.
Sus labios dibujaron una sonrisa.
-Has comido.
-¿Qué? -pregunté sin comprender.
Con la velocidad del rayo, fue hasta el comedor y se plantó frente a mí con un vaso usado, manchado de sangre por todas partes.
-Has comido -se rió, señalándolo con su dedo índice.
No pude evitar sonreír al ver la alegría reflejada en sus ojos.
-Sí -asentí- de hecho creo que ha sido el microondas lo que te ha despertado.
-Solo por esto te perdonaré que casi me haya dado un infarto y que me hayas empotrado contra la pared.
-¿Gracias? -reí, arqueando las cejas.
-Has recuperado el apetito. -No fue una pregunta, más bien una afirmación, como si fuera algo obvio.- Ya era hora.
-Si bueno, sobre eso quería yo hablarte...No hay nada en la nevera.
-Lo sé. Dejé de hacer la compra. -Sacó dos bolsas de sangre del frigorífico y me tendió una, la cual yo acepté vacilante.-Esto se merece un brindis.
-Betsi yo... -intenté advertirla de que no cantara victoria tan pronto; de que tenía mis truculentas sospechas al respecto, pero la vi tan feliz, que no pude negarselo.- Está bien -sonreí- ¿por qué brindamos?
-Por la vuelta de Theressa Whest.


Elhija:

La casa estaba demasiado vacía. Daniel se había ido con Gabriel y ahora me pertenecía solo a mi. Antes teníamos servicio de limpieza, pero decidí echarlos cuando me marché.
Cuando llegamos a Foxckrawens, Gabriel nos asignó aquel lugar para vivir con argumentaciones como que estaba alejado del pueblo y que él se encargaría de crear un hechizo protector para que así su hermana nunca diera con nosotros; pero él no contaba con que yo acabaría salvándole de un ataque de sus propios secuaces.
Todavía recordaba aquél dichoso día en el que la vi por primera vez en persona en la tienda de abetos. La había visto antes en fotos que su hermanastro nos había mostrado a Daniel y a mí, pero no era lo mismo. Ella ni tan siquiera se dio cuenta de lo que yo era.
Estaba con su amigo comprando un árbol de navidad. Los seguí desde la pizzería en la que Caleb trabajaba y cuando vi que el chico la dejaba sola un segundo, supe que esa era mi oportunidad para acercarme a ella. Gabriel me ordenó explícitamente que me enfrentara a Thessa hasta que quedara inconsciente, pero cuando sus ojos se fijaron en los míos... todo se fue al traste. Por eso cuando me enteré de que le habían preparado una emboscada no pude evitar verme implicado en ella. No podía dejarla a su suerte y sabía que ella sola no podría con todos y decidí acogerla en casa.
A Daniel no le hizo ninguna gracia que la metiera majo nuestro techo, con el metamorfo incluido, pero lo engatusé con mentiras y engaños de los cuales con el tiempo me di cuenta que eran más para mí que para sí. Le debíamos lealtad a Gabriel; pero yo no estaba dispuesto a hacerle daño a semejante criatura solo porque el loco de su hermano me hubiera sacado de las calles.
Gabriel era un buen tipo, pero la obsesión con su hermana lo había trastornado y no tardé en darme cuenta de ello. Al principio creí que sería un buen amigo, incluso llegué a considerarlo un hermano. Daniel siempre decía que yo lo único que le tenía era envidia; pero no era así.
Mientras que yo siempre había sido consciente de la situación; la ceguera había atrapado a mi amigo, protegiéndolo de la realidad.
Me encontraba en el salón, terminando de quitar las últimas sábanas cubiertas de polvo que habían protegido los muebles esos últimos meses cuando un crujido proveniente del piso superior llegó hasta mis oídos. No había nadie más en aquella casa excepto yo.
Dejé lo que estaba haciendo y subí sin hacer un solo ruido. Quizás se tratara de una rata o algún pájaro que hubiera entrado por alguna ventana, pero yo siempre había sido muy precavido.
Anduve por todas las estancias, pero en ninguna había nada fuera de lo normal a excepción de un polvo sobrehumano generado por meses de encierro. Iba a dejarlo estar, pero entonces una risa ligera como el canto de un pájaro me sorprendió a mis espaldas. Me giré a toda velocidad, pero ella fue más rápida.
Una masa de cabello rubio se cernió sobre mí tirándome al suelo con un fuerte estrépito. Intenté incorporarme, pero sus fuertes manos me empujaron contra el suelo impidiendo que me moviera.
-Hola bombón -dijo con su seductora voz.



miércoles, 12 de noviembre de 2014

Capítulo 2.

Betsi:

  Odiaba verla así. Saber que Thessa era una chica llena de vida y ver cómo se estaba consumiendo en la rabia y la desesperación era algo horriblemente atroz. Yo había perdido a miembros de mi familia, pero nunca había estado de tal manera. Caleb y Thessa estaban demasiado unidos; él la salvó cuando a penas ella era una cría de diecisiete años y supongo que eso fue lo que hizo saltar la chispa, ya que desde entonces nunca antes se habían separado. Sabía a ciencia cierta que Thessa lo había obligado muchas veces a marcharse, ya que las huidas y persecuciones de su hermano Gabriel no eran asunto suyo, aunque ella misma sabía que no lo decía en serio.
  Caleb era el metamorfo de Thessa. Por lo que ella me había podido contar y yo había leído en sus libros antiguos, un metamorfo era un ser sobrenatural ligado a la vida de una bruja. Estos acabaron medio extintos o viviendo en bosques alejados de la civilización, ya que muchos sufrían a manos de sus dueñas terribles torturas. Una de las múltiples cosas que ponían en los libros sobre ellos era que, a pesar de estar ligados a la vida de su bruja, si ellos morían ellas permanecerían intactas, pero si era en caso contrario a las pocas horas el alma del metamorfo abandonaría el cuerpo inservible para vagar sobre la faz de la Tierra; por eso Thessa estaba empeñada en que Caleb seguía vivo. Ella se aferraba a la idea de que si él hubiera muerto, ella lo habría sentido, pero eso no teníamos manera de averiguarlo.
  Llevábamos siete meses buscándolo y no había rastro ni de él ni de Gabriel y Daniel, el supuesto hermano de Thessa, quien quería acabar con su vida para así absorber sus poderes por una antigua disputa familiar. Yo me quejaba de mi familia, pero la de Thessa era pura telenovela.
Le pasé una manta por encima. Después de nuestra charla, había caído rendida y no quería despertarla. A pesar de que por las mañanas en Foxckrawens hacía un calor insoportable, por las noches refrescaba y aunque Thessa era una vampira y no dipodia enfermar yo aún no me habita terminado de acostumbrar a ello.
  Con un suspiro, cerré la puerta con cuidado y me alejé de su habitación. Me dirigí a toda velocidad hacia el salón para coger mi chaqueta de cuero de la encimera y me marché, haciendo el menor ruido posible.
  Thessa no tenía ni idea, pero a pesar de que ella había perdido la esperanza totalmente, yo seguía buscando a Caleb y sobre todo ahora, que contaba con la ayuda de alguien crucial en este asunto y que conocía bastante bien a Gabriel.
  Debo reconocer que al principio no me hizo ninguna gracia contar con su ayuda cuando acudió a mí; pero situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas a si es que no dudé y me lancé al pozo.
  Cuando salí a la calle, el fresco fue como una bocanada de aire para mis pulmones. Ya no necesitaba respirar, pero mi cuerpo aún no se había adaptado del todo a mis nuevas necesidades a si es que lo hacía por pura inercia. A veces me sorprendía a mí misma descubriendo cosas que en ningún momento me habría planteado el cómo o el por qué de su existencia. Podía oír el aleteo de una mosca cien veces más amplificado de lo que podría haberlo oído siendo una humana. No me cansaba; nunca. Podía pasar horas corriendo una maratón que no necesitaría ni un pequeño resquicio de oxígeno; aunque claro, no todo eran ventajas. La sed de sangre era lo peor de todo. Thessa me había ayudado a controlarme pero la sensación de quemazón en la garganta nunca se iba, simplemente menguaba; pero seguía ahí. Era como si tuviera una fogata en mi traquea que escarbara en la carne para salir al exterior.
  Una vez le pregunté a Thess que si ella había matado a alguien, y me miró con tristeza con una sonrisa en los labios, dejando entrever sus colmillos desenfundados. No obtuve respuesta pero pude imaginármelo. Era lo que más me asustaba de todo; dejarme vencer por mi nuevo instinto vampiro y arrebatar la vida de alguien.
  Corrí por las calles pasando desapercibida a aquellas personas que como yo, andaban sin rumbo aparente. Sentía el aire chocar contra mi cuerpo, deslizándose por mi cuello y las diversas partes que llevaba al descubierto. Las sensaciones se amplificaban y lo que antes me parecía una simple caricia, ahora era más; mucho más.
  Me adentré en el bosque y en pocos minutos llegué a mi lugar de destino; un claro en las profundidades adornado con un caserón de paredes blancas y suelo de madera. Pensé que tendría que esperar; pero me equivoqué. Escuché un pequeño ruido, el chasquido de una rama al partirse. Supe que lo había hecho para llamar mi atención puesto que él era mucho más viejo que yo y los vampiros eramos sigilosos como un guepardo al acecho. Giré sobre mis pies y ahí lo encontré; apoyado en la barandilla de la casa con un aire indiferente. Él levantó la cabeza y sus ojos azules se clavaron en mí.


Elhija:

  Betsi apareció entre los árboles sin hojas que cubrían a la casa. Su pelo rojo la delataba a pesar de que iba a toda velocidad. Sonreí, casi ajeno a aquel gesto, en cuanto la vi, incluso respiré aliviado porque pensé que no vendría a nuestra cita.
  Nos habíamos visto un par de veces antes, pero seguía pensando que el día menos pensado me delataría a Thessa y esta vendría en su lugar a ponerle fin a mi triste vida. No podría reprochárselo, al fin y al cabo gracias a mi su mejor amigo estaba desaparecido o peor aún... muerto.
  A pesar de mis esfuerzos por borrarlo de mi mente, todavía recordaba el último día que la vi. Fue el día que decidí enfrentarme a Gabriel, su hermanastro. Cuando desperté, lo primero en lo que pensé era en que ella estuviera bien en lugar de que yo mismo seguía con vida. Me desaté las cuerdas y corrí hacia el exterior al borde de la desesperación y entonces la vi. Estaba tirada en el suelo y por un momento pensé lo peor. Me acerqué y la estreché entre mis brazos. No me importaba que Daniel o Gabriel volvieran a asaltarme por la espalda o me hicieran cualquier otra artimaña, solo me importaba que ella estuviera bien y en cuanto lo comprobé me la llevé de allí.
  Betsi nos estaba esperando en el salón y cuando nos vio casi le da un desmallo.
-¿Qué demonios ha pasado? -medio chilló aguantándose las lagrimas.
  Ni siquiera le contesté, no tenia fuerzas para ello, simplemente dejé a Thessa en el sofá y tras un segundo que yo mismo me permití para rozar sus labios me marché sin decir adiós.
  A veces me permitía pensar en ella, pensaba en cómo estaría y deseaba con todas mis fuerzas volver a verla, por eso en los momentos de flaqueza, en los que la desesperación me inundaba, tenía que reunir todo mi valor para no caer en el abismo. Así habían sido mis días en los últimos meses; llenos de remordimientos y culpas por haber hecho lo que hice, por haberla traicionado de esa forma. Quizás, por ello, sentía que le debía lo que estaba haciendo, ayudándola en secreto a rescatar a su amigo.
-Hola -saludó secamente Betsi.
-Hola -asentí mientras me baja de la barandilla en la que me encontraba apoyado.
  A pesar de sus esfuerzos, se veía claramente que aún no se fiaba de mí. Estaba a más de dos metros de distancia, sumida en la penumbra de la noche cerrada y su corazón estaba acelerado como el de un pequeño colibrí. No pude evitar sonreír.
-¿Tienes noticias nuevas?
-Sí -contesté, con un asentimiento de cabeza- aunque no son muchas.
-Dispara -dijo, cruzándose de brazos.- Menos es nada.
-Las Vegas.
  Betsi me miró con incertidumbre. Frunció el entrecejo y cambió la posición de sus pies, dejando caer el peso sobre su lado derecho.
-¿Las Vegas? ¿Qué mierdas significa eso? -refunfuñó- Mira, si no me quieres ayudar está bien, pero ya que lo haces, hazlo bien.
-Lo último que sé es que probablemente estén allí-aclaré, manteniéndole la mirada.
-¿Y cómo estás tan seguro de ello?
-He intentado seguirles la pista, pero cuando se trata de Gabriel es algo complicado. Un amigo me ha dicho que han encontrado a varios cadáveres desangrados y que le ha parecido ver a Daniel por los alrededores. No tengo nada más. Ya te dije que era poco lo que sabía.
-Las Vegas... -susurró para sí.-¿Y qué demonios hacen en Las Vegas? ¿Apostar todo al negro? En serio, esto es demasiado desconcertante y desesperante. Te juro que cuando le poga las manos encima a ese tiparraco se va a arrepentir de haber nacido.
-No lo sé Betsi, -me encogí de hombros, obviando su comentario- yo me pregunto lo mismo, pero sé que no están allí por estar. Estamos hablando de Gabriel; créeme, no haces las cosas por hacer.
-Ya, ya sé que tú lo conoces bien.
  Una punzada de dolor se clavó en mi pecho al escuchar aquellas palabras. Intenté darles de lado, pero me fue imposible y Betsi se dio cuenta de ello.
  La chica me miró y acto seguido se dio la vuelta para marcharse. Así eran nuestros encuentros, ella llegaba yo la informaba para posteriormente marcharse de vuelta a casa de Thessa.
  Siempre resonaba en mi cabeza una vocecilla que me decía que le preguntara por Thess, solo para saber cómo se encontraba, pero al segundo me arrepentía y me quedaba callado, diciéndome a mí mismo que si lo hacía solo sería mucho peor pero esa vez, nadie dijo nada. No escuché ninguna voz, esa vez, algo fue distinto por eso, antes de que la chica se marchara me paré frente a ella y me lancé de cabeza al pozo.
-¿Cómo esta? -pregunté con precisión.
  Betsi me miró con una mezcla de pena y repulsión en los ojos. Uno de nuestros acuerdos, para poder llevar a cabo nuestras investigaciones en conjunto era que yo no le preguntaría por Thessa, ni tan siquiera la mencionaría.
-No voy a responderte a eso -contestó con brusquedad, antes de pasar de largo, dando con su hombro en mi brazo.
  No podía dejar que se marchara, a si es que la agarré del brazo y la atraje hacia a mí. Sus ojos, llenos de sorpresa me miraron, incluso diría que algo asustados. No entendí el por qué hasta que no me di cuenta de que mis colmillos habían aflorado a la luz y mis ojos se habían adaptado con ellos.
-Necesito saber cómo está -medio rugí, controlando a la bestia que llevaba dentro.
-¡Suéltame! -con una sacudida, consiguió arrancar su brazo de entre mis dedos- ¡No vuelvas ha hacer eso o te juro que te arranco la cabeza¡ ¿Me oyes?
  Antes de que pudiera añadir nada más, se desvaneció de nuevo entre las sombras de bosque y a pesar de que podía haber rastreado su olor, decidí que lo mejor era dejarla ir.


Thessa:


  Me desperté con un sobre salto envuelta en sudor y lágrimas. El pelo se me había pegado a la cara y el pecho me subía y bajaba pidiéndome aire fresco en abundancia a si es que obedecí y como una yonkie en busca de su heroína, corrí hacia la ventana y la abrí de par en par.

  Sentí cómo la brisa marina, con un ligero olor a sal, me golpeaba en todas las partes de mi cuerpo y se adentraba en los pulmones llevándose consigo los resquicios del calor sofocante de la habitación.   Los papeles que había sobre mi mesa salieron volando hasta caer con suave aleteo en el suelo.
  No podía quitarme de la cabeza el sueño; ese maldito sueño que se repetía una y otra vez y me perseguía todas las noches como un bucle inacabable. Siempre era lo mismo; siempre sucedía lo mismo, cada segundo, cada cosa, cada detalle... siempre igual. Yo sentía que quería despertar, pero nunca lo conseguía hasta que llegaba el momento final.
  En el sueño yo me encontraba en la habitación con Elhija. Él se acercaba lentamente a mí y yo esperaba con ansia a que sus labios rozaran los míos, pero tras varios segundos en los que nos besábamos, un ligero golpeteo en mis oídos me separa de él. Yo le preguntaba qué era lo que sonaba y acto seguido mi corazón ensangrentado estaba en sus manos, palpitando, dando el golpe final. Yo lo miraba aterrorizada y le preguntaba por qué lo había hecho; qué le había hecho yo para que él decidiera matarme, pero nunca respondía a ninguna de sus preguntas solo se reía hasta que yo me sumía en la oscuridad.
  Cuando llegaba a la nada, llena de dolor y decepción, unos árboles crecían del suelo transformándose en un bosque tenebroso lleno de sonidos que me perforaban los tímpanos. Yo intentaba escapar de allí, chillándole al viento que se callara y justo cuando veía una pequeña luz al final del camino volvía a aparecer en el mismo sitio donde había despertado. Corría y corría sin cesar, pero siempre volvía al punto de origen y cada vez, los sonidos eran más cercanos hasta que caía rendida junto a un sauce llorón y Caleb me cogía entre sus brazos para preguntarme por qué lo había dejado marchar mientras que yo lloraba y le decía que no tenía la culpa.
  Me sequé las lagrimas con el borde de la camiseta y sacudí la cabeza para intentar despejarme, pero lo único que conseguí fue marearme.
-¿Cuándo acabará esto? -le pregunté al viento en un susurro.
  Agarré el colgante que llevaba en el cuello. Era una perfecta unión entre la Luna y el Sol junto con un universo creado en el espacio del astro dorado. Era de mi madre. Caleb me lo regaló el día de mi cumpleaños. Cada vez que me ponía nerviosa lo aferraba entre mis manos con todas mis fuerzas para que me diera una respuesta que me ayudara a recuperar a mi mejor amigo. Era puro acto reflejo estúpido pero a la vez me reconfortaba.
  Un brillo en mi muñeca llamó la atención y a pesar de que sabía lo que era y no quería mirar, mis ojos actuaron por si solos. La pulsera de Elhija aún colgaba como una extensión más de mi cuerpo. En un principio la arranqué y la tiré; no quería tener nada que tuviera que ver con él, pero sin saber muy bien el motivo, al cabo de las semanas volví a ponérmela. Sabía de sobra que estaba mal y que por su culpa ahora mi mundo estaba más que patas arriba, pero no podía evitar pensar en él. El recuerdo de su beso me atormentaba todas las noches. La sensación de sus labios sobre los míos aún me erizaba el pelo incluso me revoloteaba el estomago. No había vuelto a saber nada de él y a pesar de que me dolía, esperaba no volver a encontrármelo nunca más; porque si lo hacía, me vería obligada a acabar con él y después de todo aún seguía sintiendo algo por aquel estúpido chico de ojos azules.

  Con un suspiro de resignación, me acerqué a la ventana dispuesta a cerrarla y volver a la cama para enfrentarme de nuevo a esa maldita pesadilla, pero entonces una sensación me invadió el pecho. Sentía como si alguien me estuviera observando y un escalofrío me recorrió el cuerpo. Me asomé, para asegurarme de que allí fuera no había nadie y concienciarme de que solo había sido una paranoia mía, pero justo cuando me disponía a olvidar todo, una sombra salió de un portal y se esfumó, como si no hubiera estado allí.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Capítulo 1.

La imagen que me devolvía el espejo era siniestra y aterradora, hasta el punto de darme pena de mí misma. Unas ojeras pronunciadas marcaban mi rostro haciendo que mis ojos se volvieran profundos; pero no profundos de sinceros, sino profundos de no haber dormido en meses. Mi piel se había vuelto más pálida de lo normal y el pelo caía laceo sobre mis hombros sin una forma definida. Hacía tiempo que había dejado de importarme mi aspecto. Hacía tiempo que todo había dejado de cobrar sentido. Había perdido el apetito y mi peso había reducido un par de tallas. Cuando pasaba por la calle, con mis gafas de sol y la capucha de la sudadera tapándome hasta la nariz, la gente se volvía para mirar a  aquel extraño ser, pero todo me daba lo mismo.
  Debía de dar gracias a lo que era, de no haber sido por ello, ya habría estado  enterrada bajo tierra, aunque eso y vivir aterrada y en una espiral de desesperación constante… escogía lo primero.
  Las cosas habían cambiado mucho en los últimos meses. Betsi había conseguido graduarse a duras penas pero había decidido no ir a la universidad a pesar de que yo le había insistido en ello. La pobre tampoco lo estaba pasando nada bien. Sus padres no sospechaban nada de su nueva vida, pero aun así ella me había dicho que los notaba distantes, hasta el punto de mudarse a la ciudad. En teoría ella debería haberse ido con ellos, pero decidió que lo mejor era quedarse a vivir conmigo en el ático de Foxckrawens y lo más extraño de todo es que sus padre no habían puesto ninguna objeción. Sospechaba que había empleado la coerción con ellos; uno de los dones de nuestra especie, la raza vampírica.
 Volví a concentrarme en mi reflejo. Tenía en la mano derecha unas tijeras de cocina y en la otra un mechón de mi precioso cabello negro, el cual había perdido su brillo, como el resto de mi ser. Estaba harta de vivir así; atormentada y llena de preguntas. Eso no significara que me hubiera rendido en mi búsqueda, solo que me había cansado de seguir luchando.
 Suspiré con resignación y apreté los ojos con fuerza, ya que me daba miedo ver lo que estaba a punto de hacer.
-A la de una… -conté, acercando la tijera hasta que mi pelo quedó atrapado entre las dos hojas que la formaban;- a la de dos… -cerré un poco el objeto y apreté aún más los ojos- y a la de…. ¡tres!
-¡No!
 De un manotazo, Betsi me arrancó las tijeras de la mano, que salieron volando hasta quedar clavadas en la pared, con una ligera vibración. Ambas nos quedamos mirando el punto donde las tijeras habían quedado enganchadas y posteriormente, desvié los ojos, hasta dedicarle un mirada llena de odio, a la que se suponía que era mi mejor amiga.
-¡No vuelvas a hacer eso! –dije entre dientes, desencajando las tijeras de la pared. Habían dejado un agujero, ahí donde se habían clavado.
-Y tú deja de intentar cambiar tu lock, ya pareces una pobrecita, no quieras parecerlo aún más –soltó, quitándomelas de la mano.
 Una espinita que hacía tiempo que llevaba clavada en mi corazón, se adentró aún más al escucharle decir tal cosa. Sabía que ella también lo estaba pasando mal; pero su dolor no era comparable al mío y no podía pedirme que la entendiera, sin que ella me entendiera a mí primero.
  Sin mirarla si quiera, pasé junto a ella, dándole un golpe en el hombro y dirigiéndome hacia mi habitación. El cuarto de baño conectaba mi habitación y la de Caleb; pero hacía tiempo que la otra puerta había quedado cerrada. Me asomé por la ventana. Aún era de día, pero el Sol no tardaría en ponerse. Odiaba el verano, los días eran demasiado largos.
  Noté la presencia de mi amiga tras de mí, pero no me di la vuelta. Cerré los ojos y suspiré, haciendo acopio de mí fuerza para no derrumbarme de nuevo.
  Betsi suspiró y lo próximo que escuché fue la puerta cerrarse. Odiaba esa situación, pero supongo que cuando tu cuerpo se marchita y se cansa de seguir lleno de luz, es lo que pasa; que todo a tu alrededor pierde el sentido. Muchas veces había llegado al desesperado pensamiento de acabar con todo y dejar de sentí  nada; hacer un hechizo y hacer que todo dejara de importarme y simplemente vivir. Pero… ¿qué clase de vida sería esa? La vida consiste en sentir, en vivirla, como su propio nombre indica. Estaba claro que no todo iba a ser siempre color de rosas y mi vida los últimos meses era negra, sin un atisbo de brillo o luz que me iluminara el camino; pero si olvidaba por qué estaba luchando… caavaría convertida en un monstruo y no podía hacerle eso. No a él.
-Está bien, se acabó.
  Pegué un bote en el sitio. Betsi seguía encaramada a la puerta de brazos cruzados. No me cabía duda que había mejorado en su destreza vampírica mientras que la mía me abandonaba en cada momento. Era como si cada paso en el que yo me marchitaba, ella se hiciera mucho más fuerte. Estaba orgullosa de ella, aunque la mayoría de las veces me tocara tanto la moral.
-Joder, que susto… -suspiré, llevándome la mano al corazón, que me palpitaba a toda velocidad.
-¿No te estás dando cuenta? Esto no puede seguir así –medio gritó, señalándome con la mano de arriba abajo.
-¿El qué? –me aventuré a preguntar, a pesar de que sabía perfectamente a lo que se refería.
  Ella cogió aire y lo soltó, emitiendo un ruidito de frustración a la par que se giraba para no mirarme a la cara.
-¿El qué? ¿El qué? –me imitó, poniendo una voz que nada tenía que ver tenía con la mía.- ¡Todo, joder, todo! Cada vez vas a peor. Han pasado siete meses Thessa, ¡siete meses! Y no has mejorado nada.
 *Siete meses* La palabra me golpeó como un bloque de hormigón y tuve que sentarme sobre la cama, si no quería caerme de bruces al suelo.
-Siete meses… -susurré, como si no me hubiera dado cuenta de ello; como si el tiempo se hubiera vuelto a poner en movimiento, después de tanto tiempo sin funcionar.
  Una gota de agua corrió por mi mejilla hasta precipitarse sobre mi muslo desnudo. A veces, el mundo gira a tu alrededor y tú no eres consciente de ello, por eso cuando de repente vuelves a la realidad, ésta se topa contigo de golpe. Eso me pasaba a mí. Me encerraba en una burbuja de aire donde no dejaba entrar a nadie; ni tan siquiera a Betsi, que se suponía que se trataba de mi mejor amiga. Ella trataba de empujarme fuera, pero por más que lo intentaba, yo no paraba de oponer resistencia, esperando a que me sacara esa persona, que no había vuelto a ver.  No sabía si seguía con vida, pero me aferraba a esa idea poniéndome la excusa de que si él hubiera muerto yo lo habría sentido, aunque ¿qué más dolor del que ya estaba sufriendo? ¿No era aquella suficiente señal?
-Thes… cielo…
  Betsi se sentó en la cama junto a mí y me abrazó con delicadeza. Su contacto frío me produjo un escalofrío, pero era reconfortante saber que había alguien en la que todavía podía confiar. Dejé caer mi cabeza sobre su hombro.
-Thes… tú no eres así. ¿Qué ha sido de la Thessa que yo conocí aquel día en el instuto? –Pasó una mano por mi pelo enmarañado, intentando acariciarlo sin que sus dedos se quedaran atrapados allí.- La sutil y borde Thessa que me soltó una bordería como saludo el primer día de clase.
  Sonreí con  nostalgia al recordar nuestro primer encuentro.
¨-Tú debes de ser la nueva ¿verdad?

Una chica, vestida  de negro, se puso delante, cortándome el paso. Tenía el pelo tan corto como un chico y dos pircing; uno en la ceja y otro atravesando su labio inferior pintados del color de la sangre.

-Vaya, ¿cómo lo has adivinado? -inquirí con ironía.

-Pues.... tu cara no me suena y no creo haberte visto por aquí -contestó mirándome de arriba a abajo detenidamente- me sonarían tus botas, son una pasada.

-Sí, soy nueva. Gracias.

La esquivé para continuar mi camino y alejarme de ella. Lo que menos me apetecía era hacer ¨amiguitos¨ nuevos. Cada vez que conocía a alguien, tenía que irme a otro lugar. Esta vez no pasaría.

La chica, al parecer no pilló mi indirecta de ¨déjame sola, no quiero conocerte, no me interesas, ¡largo!¨, si no que se tomó mi marcha como una invitación a seguirme.

-Soy Betsi, por cierto, ¿tú eres?

-Theressa. Mis amigos me llaman Thessa, Thessi, Thess.... pero como he dicho, mis amigos.¨

 Al recordar aquel momento, me pregunté por qué, después de haber sido tan borde con ella, había decidido ser mi amiga. La miré de reojo, sonriendo, al borde de la carcajada mientras que las lágrimas surcaban mis mejillas, y pensé en lo mucho que había cambiado ella también. Su pelo seguía siendo rojo, pero ya no era tan corto. Tiempo atrás la convencí para que se lo dejara largo y tras mucho insistir conseguí que lo hiciera. No lo tenía tan largo como yo, pero sí tenía una media melena de un rojo intenso precioso que le hacía un bonito contraste con su piel pálida. El pendiente de su ceja había desaparecido y el aro de su labio había cambiado de lugar para quedar situado justo en el medio adornado con una bolita negra.
Mi amiga me miró extrañada, con el ceño fruncido, pero sonrió.
-¿De qué te ríes si puede saberse? Yo también quiero.
Me encogí de hombros y contesté:
-De nada, solo me estaba acordando del día en el que nos conocimos y me preguntaba cómo después de haber sido tan gilipollas contigo no decidiste largarte. Yo me habría pegado un puñetazo en la cara.
-Oh… -exclamó, mientras asentía con efusividad- lo pensé créeme, pero como ya te dije esas botas eran una pasada.
 Ambas nos echamos a reír a carcajadas.
-¿Sabes? –Dijo con un tono de voz suave- Hacía tiempo que no sonreías.
  Miré con nostalgia la puerta que daba al cuarto de baño; y me imaginé a mi mejor amigo, a mi hermano, al que incluso había llegado a ser algo más que un simpe compañero… a Caleb, saliendo por aquella puerta y correr a darme un abrazo. Muchas veces lo había imaginado y había evocado su recuerdo. El recuerdo de sus abrazos y sus bromas, de su cálida mirada y sus regañinas. Esos pensamientos me hacían feliz; pero solo eran imaginaciones.

Betsi tenía razón; hacía tiempo que había dejado de sonreír.

Prólogo.

 Todo estaba frío y oscuro. El suelo estaba húmedo y el ambiente cargado.
No lo recuerdo muy bien, de hecho, no había nada que recordar; solo que me dolían todas y cada una de las partes del cuerpo. Era como si una apisonadora me hubiera pasado por encima y ahora no fuera capaz de moverme. Intenté hacerlo, pero noté que tenía las muñecas envueltas en unas cadenas. Tiré de ellas con fuerza, pero  un tintineo sonó cuando lo hice, por lo que supuse que mis esposas estaban enganchadas en la pared.
*Pero… qué demonios…* pensé, confundido.
  Intenté esforzarme por recordar qué era lo que había pasado, pero solo veía oscuridad en mi mente. A veces me venía algún recuerdo sonoro; como el grito de alguien o algún comentario grosero, pero nada que me destapara el misterio de mi paradero.

  Escuché unos pasos y mi cuerpo se puso en tensión, dispuesto para atacar. A pesar de que aquel sitio olía a rancio y putrefacción, un ligero olor a sangre llegó hasta mí y eso solo hizo que se me revolvieran las tripas. Odiaba el olor a la sangre y eso que normalmente había estado muy familiarizado con ella.
  Los pasos cesaron a escasos metros de mí. Sonó un gruñido, procedente de una  puerta oxidada y posteriormente un fuerte golpe. La luz del pasillo se reflejó en la pared y una sonrisa ponzoñosa se burló de mí. Me era tan familiar…
  Con el ceño fruncido y las manos apretadas con fuerza sobre mi regazo, apreté los dientes y entrecerré los ojos dispuesto  a descubrir de quién era esa risa; dispuesto a pedirle explicaciones; pero en cuanto lo vi, supe que no las habría.
-Vaya, vaya… por fin has despertado –se rio, la sombra de la puerta.

  Entonces, todo cobró sentido.

martes, 23 de septiembre de 2014

Capítulo 13.


Nunca me habría imaginado que un minuto podía hacerse tan largo como el que transcurrió desde que Dilan nos vio a Lucas y a mí en su cama hasta que se apartó de la puerta y echó a correr escaleras abajo. Tardé un par de segundos en reaccionar y procesar lo que estaba pasando y acto seguido me vi corriendo escaleras abajo todo lo rápido que mi pie vendado me permitió.
-¡Dilan! –lo llamé, una vez que salí por la puerta de entrada.
Dilan era un chico muy atlético y a pesar de que yo también lo era, si él echaba a correr no lo alcanzaría en la vida; por eso aproveché los segundos de marguen que me dio al pararse junto al coche para abrir la puerta.
Lo agarré del brazo para que se volviera y poder verle la cara, pero se deshizo de mí con un movimiento seco. Yo no había hecho nada malo, pero estaba claro que él no pensaba lo mismo.
-¿Qué pasa? –pregunté con la voz entrecortada por la carrera.
-¡¿Que qué pasa?! –se rio sarcástico mientras introducía la llave en la ranura de la puerta. Le temblaban las manos y los músculos de sus brazos estaban en tensión. Estaba enfadado.- Me entero de que mi novia ha sufrido un accidente mientras entrenaba y me paso la tarde llamándola y enviándole mensajes de texto para que ella pase de mí y para colmo, cuando voy a su casa a buscarla me la encuentro en la cama con otro tío y ¿me preguntas que pasa?
-¿Qué? –parpadeé incrédula un par de veces, intentando volver a la realidad.
-¿Qué? –me imitó, dándose la vuelta hacia mí.- ¿Eso es lo único que tienes que decirme?
No era lo único que tenía que decirle; era lo único que podía decirle después de todo lo que había dicho. ¿¡Se pensaba que le había puesto los cuernos con Lucas!? Si no fuera por lo tenso y cabreado que estaba me habría echado a reír por el mero hecho de imaginarme a mí liándome con Lucas.
-Dilan, no es lo que parece o lo que crees que parece –dije con el tono de voz más tranquilo que tenía. Él me miró con las cejas levantadas, como si lo que yo estuviera diciendo no tuviera sentido, pero al ver que no decía nada, seguí:- No escuché el teléfono, por eso no te contesté las llamadas –mentí, pero no era plan de decirle que en realidad lo único que quería era haberme metido en la cama hasta el día siguiente- y te respondí el mensaje de texto…
Callé al ser consciente de que no lo había hecho. Lo había escrito, sí, pero no le había dado a la tecla de enviar porque justo un segundo antes saltó la alarma de incendios.
-Mierda –mascullé entre dientes, mientas pasaba las manos entre mi pelo, claramente agobiada.
-¡Te he enviado como quieras una docena de mensajes! –respondió él a la defensiva.
-No-no tenía el móvil encima porque… -había empezado a tartamudear debido al estrés de la situación. Suspiré nerviosa y me puse a dar vueltas de un lado para otro.- Te escribí el mensaje, lo prometo pero justo cuando iba a darle a enviar saltó la alarma de incendios y….
-¿En serio Claudina? ¡Venga ya! –me interrumpió, aún más enfadado si cabía. No me creía.- ¿Quién era ese tío y por qué estabas con él en una habitación a solas?
La cosa iba de mal en peor y yo llevaba todas las de perder. Me maldije a mí misma por no haberle contado antes a Dilan, mi novio, que Lucy y Lucas llevaban ya un tiempo viviendo en casa, ni tan siquiera sabía que Nina tenía dos hijos. Debía haberlo hecho antes, lo sabía, pero no había tenido ocasión de hacerlo.
-Es el hijo de Nina –contesté con resignación, volviendo a meter los dedos entre mi pelo.- Él y su hermana pequeña llevan viviendo en casa dos semanas.
-Esto es el colmo. ¿¡Dos semanas!? ¿Tú no me has dicho nada?
-Lo sé –respondí en un susurro, arrepentida- lo siento, es que no he tenido ocasión…
-No has tenido ocasión… ya; porque la mejor forma de enterarme es encontrándote con él en una habitación ¿no?
Mi paciencia tenía un límite y Dilan la acababa de sobrepasar. ¿Me estaba insinuando que me había liado con el que era mi ¨hermanastro¨? Ya no era que me estuviera acusando de ponerle los cuernos, que no tenía ni pies ni cabeza, sino que lo estaba haciendo con mi propio hermanastro. Vale sí, reconozco que el momento en el que Lucas y yo habíamos estado tumbados en su cama había sido algo raro, pero nunca llegaría a tal cosa.
-¿Estás insinuando que te he puesto los cuernos con mi propio hermanastro? –pregunté entre dientes, con los puños apretados a los costados.
Las palabras le golpearon en la cara, haciéndole ver lo que él mismo había insinuado. Palideció. No solíamos discutir, pero sí sabía que yo era una chica con carácter y que a pesar de que solía tener paciencia, si me enfadaba lo mejor era alejarse de mí porque era un volcán en erupción.
-No he dicho eso –se retractó, en un tono mucho más tranquilo que el que había empleado con anterioridad.
-Sí, sí que lo has hecho.
-¡Estabas en su habitación! ¡La habitación de un tío al que no conozco, Claudina!
Me agarró por los hombros e intentó acercarme a él, pero antes de que lo consiguiera me zafé de sus amarre con un manotazo.
-¡Vete! –le chillé, señalando el camino de graba.
-Vale, lo siento me he pasado solo estaba preocupado por ti y…
-¡Dilan, que te vayas! –le repetí, lanzándome contra él para moverlo de donde estaba, aunque lo único que conseguí fue un leve contoneo.
Cogió mis muñecas y antes de que pudiera moverme me atrajo hacia sí y juntó nuestras bocas. Si se pensaba que eso iba a bastar para que se me pasara el enfado, iba listo. Me separé de él y le di un último empujón.
Tenía los ojos llorosos, pero me negaba a derramar una sola lagrima delante suya después de lo que había dicho. No estaba dispuesta a pasar por semejante humillación.
Al ver que no se movía y que las lagrimas aparecerían de un momento a otro, me marché sin decir nada más. Intenté hacerlo despacio y tranquila, para que no pareciera que estaba huyendo, pero a mitad de camino, cuando noté el ardor en mis ojos, no pude resistirlo más y salí corriendo.

Habían pasado dos días desde que Dilan nos encontró a Lucas y a mí en su habitación. Dos días repletos de comederos de cabeza, rayadas, lágrimas y llamadas telefónicas. Entendía que él estuviera algo confuso después de cómo me había encontrado y de haberle ocultado que Lucas y Lucy, mis hermanastros -por definirlos de alguna manera, ya que Nina y mi padre no estaban casados- estaban viviendo en mi casa; pero mi orgullo era mucho mayor que el suyo y no iba a permitir que me acusara de haberle sido infiel.
Esa noche, cuando entré en casa y me dejé caer en la cama agotada tanto física como emocionalmente, ni siquiera bajé a cenar. Lucas estaba algo preocupado, ya que salí de su habitación como alma que lleva al diablo detrás de mi novio, pero lo eché de allí.
Estaba enfadada con él. Si no hubiera sido por Lucas yo no estaría en la situación en la que me encontraba en esos momentos con Dilan .
Dilan y yo no teníamos discusiones más allá de elegir una película y el tipo de palomitas que comeríamos mientras tanto; pero desde que apareció Lucas en escena no había parado de tener peleas con él. Vale, sí; quizás Lucas no fuera el responsable de todas ellas, pero sí que era el responsable de mi estado de ánimo. Ese chico era tan exasperarte que me sacaba de quicio y me pasaba el día de mal humor.
Por otra parte estaba los sentimientos que había tenido cuando había estado con Lucas tumbada en su cama. ¿¡Qué demonios me estaría pasando en ese momento por la cabeza como para pensar tales cosas!? No quería tocar a Lucas, odiaba a ese chico y solo de pensar en nuestro roce de manos me daban arcadas.
-¿Estás bien Clau?
Como tenía el pie mal, a pesar de que ya no me dolía cuando lo apoyaba, en los entrenamientos me limitaba a sentarme en las gradas y a corregir a las novatas en sus movimientos. Normalmente estaba sola pero Bonni de vez en cuando se quedaba conmigo. Yo le decía que no hacía falta; era mi lesión, no la suya y no quería que perdiera práctica por quedarse sentada a mi lado, pero ella insistía y era demasiado cabezota como para llevarle la contraria.
-Sí -le sonreí, con la mirada ausente en cualquier parte del suelo.
-Claudina Manson, no intentes engañarme -me reprendió, ahogando un gritito- sé que no estás bien a si es que ni te molestes.
-¿Y si lo sabes? ¿Por qué me preguntas?
-Pura cortesía -se encogió de hombros con indiferencia.- Venga, dispara.
A pesar de que por dentro me encontraba hecha un asco, no le había contado nada sobre Dilan y lo que había pasado la otra noche noches; Bonni ya tenía suficientes problemas como para avasallarla con los míos.
-¿Si te lo cuentos me prometerás que no pondrás el grito en el cielo?
Suspiré con resignación y por primera vez desde que se había sentado a mi lado, la miré.
Bonni se llevó la mano al corazón y asintió con entusiasmo, a pesar de que tenía un semblante serio en lugar de su sonrisa habitual.
-Lo prometo.
-Vale -suspiré de nuevo. Cogí aire y me dispuse a relatarle todo lo que me pasaba por la cabeza; desde el embarazo de Dinna, hasta que no sabía en qué situación me encontraba con Dilan. Cuando terminé de contarle todo, mi amiga estaba mucho más seria y por su mirada pude deducir que se encontraba debatiéndose mentalmente en si salir corriendo y buscar a Dilan y ahogarlo con sus manos o quedarse a consolarme. Prefería la primera.
-Es un cabronazo. ¿Cómo se atreve a hacer eso?
La miré con reproche. Tampoco quería que se enfadara con él, no se lo había contado para eso. Dilan también era su amigo.
-No lo sé... me siento culpable yo.
-Tú no tienes la culpa nena -pasó su brazo por encima de mis hombros y tiró de mí hacia ella- no has hecho nada malo.
-Lo sé, pero si le hubiera dicho que Lucas estaba viviendo en casa...
No pude acabar la frase. Un sollozó ahogó las palabras a mitad de camino y me vi obligada a dejarlo estar. Hundí la cara en el hombro de mi amiga. Lo último que quería era que me vieran llorar.
-¡Eh! No te desanimes ¿vale? ¿Habéis hablado?
-No.
-¿Pero te ha llamado?
-Sí.
-¿Entonces?
¿Entonces? ¿Entonces qué? No sabía qué responder a esa sencilla pregunta. Estaba claro que me encontraba mal por estar en una situación así con Dilan, pero no quería ponérselo en bandeja de plata. Él había insinuado que no le era fiel. Se había pasado de la raya.
Al ver que no contestaba, Bonni soltó un suspiro y me abrazó con más fuerza, acariciándome el pelo con delicadeza. Normalmente en ese tipo de situaciones nos encontrábamos al revés. Bonni estaba en mis brazos mientras que yo la acariciaba. Mi amiga era una chica un poco ilusa y a pesar de tener un carácter de perros en lo referente a los chicos, en cuanto uno le hacía caso, ella se tiraba de cabeza al río; lo que le había costado más de un sofocón.
-¿Sabes que te digo? Que le den.
-Bonni... -sollocé, frunciendo el ceño.
-Venga ya, te ha acusado de ponerle los cuernos. Está claro que no lo vais a dejar, pero deja que se arrastre todo lo posible.
-Pero... -empecé a replicar.
-Ni peros ni nada y ahora -se levantó de un salto, tirando de mí para que la imitara- mueve ese culo -me dio un cachete en el muslo, lo que me hizo sonreír mientras me limpiaba las lágrimas- que hoy empiezan tus clases de ballet. Te llevaré.
-No hace falta que me lleves.
-Lo sé, pero quiero.
Se dio la vuelta hacia el resto de los componentes del equipo de animadoras, que se encontraban dando saltitos por todo el gimnasio y les gritó cuatro voces diciéndoles que hoy el entrenamiento terminaba antes de tiempo, que se podían marchar a sus casas. A algunos no les sentó demasiado bien, como Rizzo, la hermana de Scot, el chico que le gritó a Dilan que yo estaba para comerme y su séquito de pequeñas zorritas. A veces me preguntaba qué leches me estaría pasando por la cabeza para aceptarlas en el equipo. Pero a la mayoría les entusiasmó. A pesar de que nos estábamos preparando para el partido de fútbol que tendría lugar en unas semanas, Bonni era mucho más dura que yo, por lo que estaban agotados.
Estábamos entrando en el aparcamiento cuando pasó lo inevitable, Dilan estaba allí y parecía estar esperando a alguien; pues estaba de pie junto a su coche de brazos cruzados con la mirada fija en la puerta. En cuanto me vio, se le iluminó el rostro; por lo que deduje que yo era ese alguien.
Miré a Bonni desesperada en busca de ayuda, no quería hablar con él, no ahora, ya que sabía que en cualquier momento la hora de enfrentarse a la situación llegaría.
-Nena -me llamó, sonriendo.
Me paré de golpe en mitad de la carretera. Estaba paralizada, aterrada. Nunca había tenido una discusión tan fuerte con él por lo que era normal que tuviera miedo ¿no? Él debió de darse cuenta pues su sonrisa pasó a una mueca de tristeza, pero aún así, siguió avanzando hacia mí.
-¿Puedo hablar contigo?
Debería haber respondido algo, pero no lo hice. Seguía paralizada aferrando con fuerz el brazo delgaducho de mi amiga. Bonni se dio cuenta de ello y se puso entre medias de los dos con los brazos cruzados.
-Dilan, ahora no -le dijo con seriedad.
-¿De verdad Bonni? -se rio sarcásticamente- Es mi novia, tengo derecho a hablar con ella. ¿Verdad que sí, nena?
Me miró por encima del hombro de mi amiga, pero no pude aguantar más de un segundo su mirada dolida a si es que aparté la mía.
-Déjame en paz Dilan, no estoy de humor para hablar ahora -dije en un susurro.
Vi el dolor en su mirada, la incredulidad, la decepción... no se esperaba que le respondiera con algo semejante, pero ¿qué más podía decir? No quería hablar con él. No porque estuviera enfadada o algo por el estilo, sino porque estaba dolida por pensar una cosa tan atroz como que le había puesto los cuernos.
-Pe-pero... -vaciló, antes de proseguir- tenemos que hablarlo.
-Lo sé.
-¿Cuándo?
-No lo sé, pero ahora tengo que irme.
Me hice a un lado y esquivé a Bonni, que seguía de planta parada entre los dos. Al pasar por su lado, Dilan me agarró del brazo y un pinchazo de remordimientos se clavó en mi estómago. Las lágrimas volvieron a fulminarme los ojos, derritiéndose con cada segundo que pasaba.
-¿Me llamarás? -me preguntó, con un dolor en su voz que nunca antes había escuchado.
-Quizás -respondí, aunque ambos sabíamos que ese quizás era un no camuflado en una posible esperanza.
Hice acopio de todo el valor que tenía y me solté de él. Conté los pasos que me separaban del coche de Bonni para así concentrarme en otra cosa que no fuera lo mal que me sentía en esos momentos. Para olvidar la tristeza en los ojos de mi novio.
-Está arrepentido -dijo Bonni, poniéndose el cinturón de seguridad.
-Lo sé.
-Creo que deberías hablar con él.
-Lo sé.
Claro que debía hablar con él, lo sabía; sabía todo lo que estaba diciendo, no era tonta a pesar de que la mayoría de la gente se creyera que era así, solo... estaba retrasando el momento.

El grito que emitió la profesora Rita al ver mi tobillo vendado fue lo más cómico y horripilante que había escuchado en mi vida. Era bajita y muy delgada, demasiado para su edad, pero al ser menuda a penas se notaba. Siempre llevaba su pelo castaño -ya medio canoso por la edad- recogido en un moño en lo alto de la cabeza. Me recordaba a una muñequita de trapo.
-¿Qué le ha pasado a mi alumna favorita? -inquirió en un perfecto americano con un deje de acento ruso.
Si había una cosa por lo que Rita destacaba, a demás de ser una esplendida bailarina, era su sinceridad. Le daba lo mismo decir que yo era su alumna favorita en medio de clase. Quizás por eso el resto de compañeros solía mirarme con caras largas; a excepción de Mohamed, mi compañero de baile y mejor amigo desde que empecé en aquella academia.
-En un ensayo de las animadoras -sonreí con timidez, ya que sabía que las animadoras para la Sra. Rita eramos arpías disfrazadas de niñas monas.
-Oh, esos estúpidos entrenamientos te pasarán factura. -Me pasó los brazos por encima y me estrechó contra ella.- En fin, pues tendrás que esperar a empezar las clases. Puedes quedarte y ver cómo le doy voces a esta pandilla de vagos -miró a mis compañeros con el ceño fruncido, a pesar de que tenía una amplia sonrisa dibujada en el rostro- estoy segura que esta pequeña lesión no se cobrará mucho tiempo.
-Eso espero -sonreí.
Necesitaba distraerme y meterme en casa no iba a servir de ayuda ya que estaría Lucas rondando y no me dejaría tranquila, además, echaba de menos los gritos de frustración de mi profesora a si es que decidí quedarme.
Me dirigí a una esquina del estudio y me senté en el suelo con la espalda apoyada en la pared, mientras esperaba a que la clase tomara comienzo. Estaba algo distraída, mirando de un lado para otro, pero me fijé en la puerta en el momento preciso. En cuanto lo vi, me olvidé del dolor y corrí hacia él. Hasta que no estuve en sus brazos pegada a él como si fuera una garrapata no me relajé.
Mohamed era un chico alto, guapo y fuerte. Tenía raíces egipcias y de hecho, parte de su familia vivía allí, pero su madre era americana, de Florida concretamente, por lo que solo iba a visitar a su familia paterna en vacaciones. Llevaba dos meses y medio sin verlo, desde que comenzaron las vacaciones de verano. Habíamos estado en contacto, pero no era lo mismo.
-Ratita -sonrió, estrechándome aún con más fuerza.
¨Ratita¨, así era como me llamaba. De pequeña, cuando se me cayeron los dos paletos a la vez y mientras que el resto de los niños parecían monos sin los dos dientes principales, yo era una especie de adefesio. Mohamed sabía que me disgustaba que se metieran conmigo, por eso, para restarle importancia a los comentarios despectivos del resto de la gente, comenzó a llamarme así, algo un poco incoherente ya que las ratas tienen dos dientes enormes.
-¡Dios! ¡Como te he echado de menos! -exclamé con la cabeza hundida en sus hombros.
-Y yo a ti, pequeña, pero me estás estrangulando.
-Ups.
Me dejé caer frente a él, observándolo de arriba a abajo. Cada vez que veía a ese chico me parecía mucho más alto. Medía como dos metros de altura, a si es que os podéis imaginar cómo me sentía yo con mi metro sesenta y ocho a su lado. Tenía unos brazos fibrosos debido a los años que llevaba practicando el arte de la danza y cogiéndome a mí, que a pesar de ser poca cosa, yo pesaba bastante. Su piel era oscura, lo había heredado de su padre y me sorprendió ver que se había rapado la cabeza, ya que normalmente solía llevar el pelo largo.
-¿Y eso? -pregunté, señalándole su coronilla al rape.
-Piojos -sonrió, mientras se pasaba la mano por su pelo afeitado.
-¿En serio? -abrí los ojos tanto que casi se me salieron de las cuencas. Mohamed era muy cuidadoso con su melena, por lo que me chocó que dijera eso.
-No, es broma -se rió, dándome un codazo.- Ya te contaré, tenemos que ponernos al día de muchas cosas.
-Y que lo digas -suspiré, resignada.
-¿Estás preparada? -Soltó su bolsa de deporte y me cogió en volandas, mientras me hacía girar entre risas.- Vengo listo para menear ese trasero, monada.

-No puedo -cuando me bajó, señalé mi pie vendado.- Como tú has dicho, tenemos que ponernos al día de muchas cosas.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Capítulo 12.

 Bonni me llevó hasta casa, pero me dejó junto a la verja para no tener que entrar el coche. Nos habíamos pasado todo el trayecto en silencio, pero es que ninguna de las dos sabíamos qué decir después de enterarnos que nuestra mejor amiga de dieciocho años se había quedado embarazada. No era uno de esos momentos en los que sacas un tema de conversación trivial por el mero hecho de que todos los temas de conversación te parecen absurdos y tampoco íbamos a hablar sobre que probablemente dentro de nueve meses tendríamos a una mini Dinna o a un mini Steff dando vueltas por nuestras casas. Nos iba a costar digerir eso.
En un principio nuestra reacción había sido un ¨¿queeeeee?¨ con un grito ahogado mientras que intentábamos mantener la calma, pero acto seguido, en cuando Dinna se echó a llorar, Bonni y yo olvidamos que estábamos enfadadas por sus desplantes y corrimos a abrazarla. No nos había contado mucho, por no decir que prácticamente nada, aunque bueno, ya eramos mayorcitas y sabíamos de sobra cómo se hacía un niño y que había que usar para impedir que la fórmula mágica lo creara, pero suponía que Dinna no era tan tonta como para haberlo hecho sin protección y que debajo de todo eso había una historia. No queríamos presionarla a si es que tanto Bonni como yo decidimos darle espacio y esperar a que se decidiera a contarnos todo. Dinna nos dijo que nos lo contaría todo cuando estuviera preparada para ello y que nos llamaría a si es que solo quedaba esperar esa llamada.
Con cada paso que daba el tobillo me mandaba una descarga de dolor. El efecto de los calmantes se había pasado demasiado rápido para mi gusto y ahora estaba sufriendo las consecuencias. Tenía que tomar tres al día, uno después de cada comida. Si no era ya suficiente con la humillación de haberme caído delante de todo el equipo de animadoras y pasarme una semana entera sin poder entrenar ni ir al estudio de ballet, se le había añadido tres comidas diarias. Esto ya era el colmo.
Cerré los ojos con fuerza reprimiendo un alarido que se estaba creando en mi garganta. Tenía unas ganas tremendas de llorar, pero no lo haría. Intenté no apoyar todo el peso en el pie mientras abría el portón para poder entrar en casa, aunque aquella puerta pesaba como mil demonios.
-Hola Clau… -Lucy, que estaba sentada en el sofá, se giró para saludarme, pero su expresión pasó de una sonrisa a una mueca de dolor cuando me vio el tobillo vendado- ¿qué te ha pasado?
La chica corrió a ayudarme cuando me apoyé sobre la pared para poder descansar después de haberme pasado todo el camino saltando a la pata coja, pero deseché su ayuda.
-No es nada, estoy bien –le sonreí, cerrando los ojos y dejando caer mi cabeza contra la pared.
-¿Qué no es nada? ¿Has visto lo morado que tienes la piel?
Sí, sí que lo había visto, por eso procuraba mirar poco hacia abajo, porque si lo hacía volvería a verlo y entonces ya sí que me echaría a llorar.
-Estoy bien de verdad –me separé de mi apoyo y me dirigí a las escaleras. Suspiré al ser consciente del camino que me quedaba aún por recorrer hasta mi habitación.
-¿Quieres que te ayude? –Lucy me miró con los ojos muy abiertos y algo vidriosos. Era una niña siempre dispuesta ayudar a los demás y a pesar de que no quería que me viera flaquear, me vi obligada a aceptar su ayuda esta vez.- Vamos –me sonrió.
Para cuando llegamos a lo alto de la escalera gotas de sudor me recorrían la frente. Estaba cansada, sudorosa y sin aliento y solo eran las cuatro de la tarde.
-Gracias Lucy –sonreí, con la voz algo entrecortada por el esfuerzo.- Ya puedo sola.
-¿Quieres que te acompañe hasta la habitación? –se encogió de hombros con una sonrisa- No tengo nada que hacer, si quieres algo solo pídemelo.
-No, gracias, puedo sola.
Le sacudí el pelo en un gesto cariñoso y me marché saltando sobre el pie bueno hasta mi habitación, usando la pared como soporte. Cuando vi mi cama al otro lado del cuarto, unas campanitas se pusieron a cantar el ¨aleluya¨ con un tono celestial. Ni me molesté en quitarme los zapatos; simplemente me dejé caer contra la colcha con los brazos extendidos. Al hacerlo, me di sin querer en la parte trasera del pie vendado y vi las estrellas. Maldije por lo bajo en un susurro.
Repasé todos los acontecimientos del día, desde que me había levantado de la cama hasta que me había vuelto a dejar caer en ella lista para no salir por lo menos en una semana. Estaba claro que cuando empezaba mal el día, acababa mal.
Primero me habían mandado un trabajo de dos mil palabras sobre algo de lo que no tenía ni la más pajolera idea, después me había enzarzado en una discusión con una chica dos años más pequeña que yo pero que a simple vista podría parecer mi hermana mayor y todo porque me había preguntado por mi novio. Ahora que me paraba a pensarlo, me sentía realmente gilipollas. Ya me había acostumbrado a que las chicas miraran a Dilan como objeto de deseo pero ninguna antes se habría atrevido a preguntarme por él de una forma tan descarada como había hecho Rizzo.
En segundo lugar me había hecho un esguince en el pie que me llevaba a estar mínimo una semana sin poder bailar. Eso implicaba dos semanas de tormento con un dolor mortal en el tobillo y también a perderme las primeras clases de ballet en la academia, por no mencionar que me retrasaría en los ensayos de las animadoras y a pesar de que había estado pensando en dejarlo, me tomaba mi trabajo muy enserio.
Y por último y no menos importante, porque en realidad era lo más importante; mi mejor amiga estaba embarazada; ¡EMBARAZADA!
-Desastre por Dios –chillé, tapándome la cara con las manos.
Un cosquilleo me recorrió el muslo cuando mi móvil empezó a vibrar. Lo saqué del bolsillo de la falda y vi una foto de Dilan con una mueca graciosa. No me apetecía hablar con nadie, solo quería desconectar del mundo aunque fueran cinco minutos a si es que dejé que siguiera vibrando sobre la colcha, emitiendo un sonido grave cuando lo deposité a mi lado.
Conocía a Dilan lo suficiente como para saber que seguiría insistiendo, por eso siempre llevaba el móvil en silencio, así, si me llamaban y no quería cogerlo, simplemente podía decir que no lo había escuchado.
Como había supuesto, Dilan siguió llamando durante diez minutos más. Me sentía mal por no cogerle el teléfono, pero no tenía ni ganas ni fuerzas para explicarle lo que había pasado. Cansado de llamar, pasó a los sms.
¨Tú y tu estúpida manía de tener el móvil en silencio ¬¬. Me he enterado de lo de tu caída en el entrenamiento. ¿Cómo estás nena?¨
¿Sería tan mala novia si no respondía al mensaje de preocupación de mi novio? Sí, definitivamente lo sería; pero si respondía en el acto él sabía que lo estaba evitando a si es que dejé un par de minutos entre medias antes de coger el móvil para responder.
¨Lo siento cielo, no llevaba el móvil encima –clara mentira piadosa por el bien de mis cinco minutos de paz- No ha sido nada, solo tengo un esquince. Estoy bien.¨
Estaba a punto de darle al botón de enviar cuando un sonido agudo y estridente retumbó en toda la casa. La alarma de incendios.
Me incorporé todo lo rápido que pude y me dirigí hacia el pasillo haciendo caso omiso a las punzadas de dolor del tobillo cada vez que apoyaba el pie. Esa alarma llevaba en mi casa desde que tenía uso de razón y nunca antes la había escuchado.
Asustada, abrí la puerta de par en par para salir al pasillo, esperando encontrármelo lleno de humo o algo peor, envuelto en las llamas, pero no había nada fuera de lo normal.
-¿Pero qué demonios? –mascullé, cuando vi a Nana, Nina y Lucy correr por el pasillo.
Las seguí con atenta mirada hasta que entraron en la habitación de Lucas. Me había asustado tanto que ni tan siquiera me había dado cuenta que el ruido provenía de allí.
Como pude, sujetándome en la pared e intentando apoyar lo menos posible el pie herido, fui hacia la habitación de la que provenían unos gritos encolerizados por parte de Nina.
-¿¡Se puede saber en qué estabas pensando!? ¿¡Tú sabes el susto que nos has dado!?
-Mama, déjalo, ha sido sin querer… estoy segura.
-¡Cállate Lucy!
Cuando me asomé a la puerta me encontré a una Nana asustada, encogida ante los gritos de Nina y a una Lucy intentando calmar a su madre. Me esperaba ver algo en llamas, no sé, lo típico después de escuchar cómo la alarma anti-incendios suena en toda la casa y llueve dentro de la habitación de Lucas para apagar un fuego inexistente pero en cambio veo… a un Lucas empapado de pies a cabeza.
-¿Se puede saber qué…? –empecé a decir pero me callé en cuanto escuché el sonido de la mano de Nina impactando contra la cara de Lucas. Cerré los ojos con fuerza, dolorida ante tal sonido.
-¡Mamá! –exclamó Lucy, corriendo detrás de su madre quien casi me derriba al pasar.
Miré a todos lados de la habitación; si había habido un incendio allí dentro desde luego que no había pruebas. Lucas estaba de pie en el centro de la sala, sujetándose la zona en la que su madre le había pegado. La camiseta blanca que llevaba, se le ajustaba a los músculos debido al peso del agua, transparentando así todos sus tatuajes a través de la tela. Me obligué a apartar la mirada, en cuanto me di cuenta de que él también me estaba mirando a mí.
-¿En qué estaba pensando Señorito Lucas? –suspiró Nana- ¿es que no sabe que en esta casa hay alarma de incendios?
-Pues al parecer no, no lo sabía Nana –dijo con diversión, levantando una de las comisuras de sus labios.
-Si el Señor se entera… y su madre… ¡ay su madre! –se quejó Nana, negando con la cabeza.- Espero por su bien que esto no se vuelva a repetir.
-Descuide –su sonrisa se amplió, dejando a la vista unos dientes blancos perfectos.
Nana dio la vuelta para salir de la habitación y entonces fue cuando reparó en mi presencia. Me contempló con unos ojos cansados y una sonrisa claramente forzada. Aquella mujer necesitaba unas vacaciones.
-Clau, cielo.
-Nana –le sonreí.
-Voy a avisar al servicio para que… -suspiró antes de terminar la frase, mirando hacia todos lados- para que limpien este desastre.
Seguí a Nana con la mirada hasta que la perdí de vista escaleras abajo. Yo debería haberme marchado también, pero sentía curiosidad por saber qué era lo que había hecho que Nina, se enfadara tanto a si es que dejé aún lado el hecho de que llevara prácticamente una semana sin intercambiar ni una sola palabra más allá de un ¨hola¨con Lucas. Aún seguía muy enfadada con él tras nuestra discusión. Él se había pasado de la raya llamándome enferma. Yo no estaba enferma y no iba a consentir que un niñato de tres al cuarto me tratara de ese modo. Yo no lo había perdonado y él tampoco había puesto mucho empeño en que lo hiciera.
Cuando giré, para quedar de cara a él, su mirada seguía puesta en mí. Me lanzó una de esas miradas de arriba abajo que a cualquiera la habrían puesto colorada, pero sabía que pretendía intimidarme, por lo que no lo dejé.
-¿Qué has liado? –pregunté con el tono de voz más amargo que tenía.
-¿Yo? –sonrió, arrascándose la coronilla. Al hacerlo, la camiseta se le levantó un poco, dejando a la vista una perfecta V bien moldeada que formaba parte de los músculos de sus caderas. Me sorprendí a mí misma conteniendo la respiración ante semejante imagen. Por suerte él no se dio cuenta de ello.- ¿Por qué lo preguntas?
Me reí con sarcasmo, parpadeando un par de veces para obligarme a mí misma a quitar la vista de su cadera y concentrarme en cualquier otra parte de la habitación. Entonces lo vi, suspendido en un cenicero azul ceniciento con motivos amarillos. Estaba enganchado en uno de los agujeros que tenía. No era la primera vez que veía uno, pero nunca lo había probado.
-¿En serio? –lo miré con las cejas levantadas mientras me dirigía a su mesita de noche, donde estaba el cenicero.-¿Un porro?
De todas las cosas que me habría imaginado que sería, nunca lo habría calificado como un porrero y menos sabiendo que era hijo de Nina Mazzeraty.
No me respondió, solo me sonrió y se encogió de hombros, como un niño que quería tapar la travesura que había hecho.
-Mi padre te va a matar –dije entre carcajadas mientras me imaginaba a mi padre montando en cólera cuando supiera que su ¨hijo adoptivo¨ había estado fumando en su casa.
Marcus era un hombre muy correcto que había visto y llevado tantos casos de drogas que ni tan siquiera fumaba tabaco. Lo repelía. Por eso, cuando yo quería fumarme un pitillo en casa iba a un sitio donde sabía que nadie me pillaría. En mi ventana había unas escaleritas blancas que daban al tejado, solo tenía que subirlas y ¡voila! podía fumar sin que nadie se diera cuenta.
-No creo que se ponga peor que mi madre –su cara se arrugó al pronunciar esas palabras y entonces recordé el sopapo que le había soltado.
-¡Venga ya! Mi padre es abogado claro que se pondrá peor. Te deseo suerte.
-Creo que iré preparando la maleta entonces –se rio- quizás me hecha del país.
-Sí… -medité, arrugando el ceño- quizás deberías; de hecho –le sonreí, dirigiéndome a su armario- si quieres te ayudo.
-¡Oh dios! Venga ya.
Sus carcajadas eran bastante contagiosas. Tenía una risa algo estridente, pero sin llegar al punto de ser molesta. El brillo plateado que me había llamado la atención varios días atrás, volvió a distraerme. Definitivamente tenía un pendiente en la lengua.
Hacía tan solo un segundo estaba enfadada con él y ahora estábamos haciendo bromas. Ese chico era desquiciante.
-A la maleta no sé, pero si me ayudas a recoger este desastre… te lo agradecería mucho.
-¿Yo?¿Ayudarte a ti? –me señalé a mí misma con el dedo. Una carcajada repleta de sarcasmo se estaba formando en mi garganta, pero se disipó en cuanto una sonrisa cobró vida en los labios de Lucas. Me maldije a mí misma por parecerme una sonrisa jodidamente irresistible y bonita y me pregunté con cuantas chicas la abría utilizado ya. Fruncí el entrecejo y negué con la cabeza, recriminándome por decir lo que estaba a punto de decir:- ¡está bien! Pero solo porque te debo una –lo señalé con el índice.
-¿A sí? ¿Me debes una? –preguntó con sorpresa fingida.
No quería hablar del tema a si es que lo ignoré por completo. Si después de una semana no le había dicho a nadie que me había pillado purgándome después de la cena, es que ya no lo haría o lo usaría en mi contra y prefería pensar que la opción correcta era la primera a si es que sí; técnicamente le debía una.
-En fin… -suspiré- ¿por dónde empezamos?

Hora y media más tarde la habitación de Lucas estaba como los chorros del oro y tan seca que parecía que allí no hubiera pasado nada, aunque claro, no todo el mérito era nuestro ya que sin el personal de servicio y la ayuda de Lucy no habríamos conseguido nada.
-Estoy muerta –me quejé, dejándome caer sobre la cama con los brazos extendidos.- Deuda saldada.
-Sigo sin saber a qué te refieres –dijo Lucas desde dentro de su armario.
-Deja de hacerte el tonto ¿quieres? Sabes perfectamente a lo que me refiero.
-No –negó, mirándome desde lo alto mientras se cambiaba de camiseta- no lo sé.
-Lucas….
-No sabía que fueras animadora –se rio, mientras se dejaba caer en la cama a mi lado.
-¿Qué? –pregunté desconcertada por el giro tan brusco que había tomado la conversación. Me incliné sobre los codos y contemplé mi uniforme arrugado. Estaba tan distraída y cansada que ni tan siquiera había sido consciente de que aún seguía vestida de animadora.- ¡Ah! Sí, soy animadora. –Giré la cabeza para mirarlo a la cara, pero él estaba concentrado en algún punto del techo.- ¿Alguna objeción?
El muchacho negó con la cabeza antes de mirarme directamente a los ojos y añadir:
-Ninguna.
Dado que estábamos tumbados en la cama, nos encontrábamos a la misma altura a pesar de que él era mucho más alto que yo. Sus ojos del color del zafiro contemplaban los míos, escrutando y buscando algún rincón sin explorar. Tenía la mandíbula apretada, podía ver la tensión que ejercía con sus dientes. Lo notaba tenso, pero no sabía por qué. Eso me llevó a pensar si había dicho o hecho algo que le hubiera podido sentar mal y me sorprendí a mí misma preocupándome por ello. Sus labios eran gruesos, pero no hasta el punto de ser exagerados y su piel parecía tan suave… quería tocarle la piel de los brazos, aunque solo fuera por error.
Me preguntaba si él también me estaba viendo como yo lo veía a él en esos momentos. Mentiría si dijera que Lucas era un chico feo, porque la verdad es que no lo era y resultaba bastante atractivo a la vista y ese aire de chulo prepotente lo hacía parecer más sexy aún.
Suspiré, cerrando los ojos con una sonrisa en los labios.
-¿Qué pasa? –susurró él, haciendo cosquillas cuando su aliento con olor a menta chocó contra mi pelo.
Se respiraba tanta paz en aquella habitación y estaba tan comoda que no quería mover ni un solo músculo por si se rompía la esfera y lo echaba todo al traste, a si es que me tomé mi tiempo en responder.
-Nada –contesté en un susurró, con los ojos aún cerrados.
Estábamos tan cerca el uno del otro, que podía sentir el calor que desprendía su piel bajo los pantalones de chándal y la camiseta de licra que llevaba. Si movía, aunque fuera un centímetro pequeñin los dedos de mis manos, rozaría los suyos. Quería rozar su piel y que pareciera un accidente, pero cuando su mano rozó la mía y sentí la suavidad de sus dedos comprendí el terrible error que se había adueñado de mis sentidos.
Sorprendida ante tales pensamientos, me incorporé de golpe, soltando todo el aire del que no había sido consciente que había estado conteniendo. Lucas me miró sin entender por qué había hecho eso y se incorporó despacio.
-¿Qué pasa? ¿He hecho algo malo?
¿Qué iba a decirle? ¿Qué por qué me había tocado la mano sin querer cuando yo estaba pensando en que quería que nuestras manos se encontraran por casualidad y al darme cuenta de ello me había asustado? Sonaba estúpido.
-N-no es na-nada –respondí, nerviosa- es solo que es tarde y será mejor que vaya…
Señalé la puerta con la cabeza y como por arte de magia esta se abrió. Pegué un respingo en el sitio cuando vi a Dilan junto con Nana en el umbral.
Los ojos desorbitados de Dilan no se me olvidarán en la vida cuando dijo:

-¿Qué demonios está pasando aquí?