miércoles, 30 de julio de 2014

Capítulo 7.

Dos días. Dos malditos días desde la llegada de Lucas y ya estaba desesperada porque llegara el día en que se marchara de nuevo a Ilinois.
En dos días había escuchado todo tipo de comentarios despectivos, mezclados con otros no tan despectivos aliñados con caras de asco y sonrisas excitantes. Lo peor de todo era que a pesar de que me sacaba de quicio me resultaba atractivo. Si aquella situación duraba mucho más, acabaría por volverme loca, pegarme un tiro o mucho peor; volverme loca y luego pegarme un tiro.
El lado positivo de todo esto, si es que lo había -o es que yo ese día estaba muy optimista y vi la luz donde en realidad no había más que una puñetera mancha-, era que no asistía a mi instituto. Él era mayor, lo que quería decir que ya se habría graduado. Supongo.
Lucy aún no iba a clases, pero sí que iría al LA Hight School. Ella había insistido en ir a uno público, alegando que era mucho gasto de dinero, pero mi padre se había empeñado en que no, que si iba conmigo al mismo al menos conocería a alguien. Eran quince años los que tenía Lucy, por lo que solo con decirle eso la convenció aunque yo ya había advertido a mi padre que no haría de niñera; de hecho fue algo tal que así:
-¡Papá! Vas loco si piensas que voy a estar todo el día cuidando de ella.
-No quiero eso Clau, solo que le eches un vistazo de vez en cuando. Es nueva y le va a costar adaptarse.
-Pero...
-¿No te acuerdas de lo bien que lo pasabas cuando jugabais de pequeñas?
-Sí pero...
-Disculpa cielo, tengo que coger una llamada.
Vamos, resumiendo; la conversación había sido un ¨haz esto , esto y esto¨ por parte de mi padre y muchos ¨peros¨ inacabados por la mía.
¿Inconvenientes en que Lucy fuera al LA Hight School? Ninguno; solo que sabía que se la comerían viva a esa chiquilla.
-Estás demasiado pensativa -Bonni me pegó un codazo en las costillas para captar mi atención- ¿estás bien?
Esa era una buena pregunta. ¿Estaba bien? Si quitábamos el hecho de que tenía a dos extraños en mi casa y uno de ellos era un gilipollas integral de pies a cabeza, que mi hermano se había marchado de nuevo y que los impulsos nerviosos que me llevaban a darme atracones de comida para después vomitarlos... sí bueno; se podía decir que estaba bien.
-Sí -sonreí, mirando el movimiento de un lado a otro de mi gelatina de fresa.
-¿Segura?
-Sí, plasta -me reí.
Estábamos en el comedor. Un centro enorme repleto de mesas donde se apreciaba claramente lo dividida que estaban las sociedades en el instituto.
A la derecha se sentaban los frikis de los juegos de rol, siempre disfrazados de algún personaje extraño que daban ganas de potar. A su lado estaban los músicos. Un grupo de chicos y chicas que aspiraban a ser grandes compositores o cantantes pero que solo llegarían a cantar, como mucho, en un antro de la zona baja de Los Ángeles. A la izquierda estaban los que podríamos denominar como normalitos; es decir, las personas que eran demasiado frikis para ser populares pero demasiado normales como para calificarlas como frikis. También estaba el grupo de los cerebritos, los de audiovisuales, los deportistas... pregunta por algún grupo extraño; seguro que estaba por allí repartido.
Nosotros, es decir el grupo de animadoras y los muchachos del equipo de fútbol solíamos sentarnos en el centro. ¿Por qué? Pues la verdad es que no lo sé, pero ya estaba así desde que llegué.
-¿Quedamos esta tarde para ir de compras?
-¿Otra vez? -miré a Bonni de soslayo, apartando la gelatina medio desecha, algo asqueada.
-Sí, sabes que ir de compras me relaja.
-¡Como si vivieras estresada! -me reí.
-Perdona que te diga, osea -dijo, enfatizando ese ¨osea¨- pero ayer casi me rompí una uña y eso me produce mucho estrés.
Rodé los ojos, intentando reprimir una carcajada. Bonni no era nada pija. Podía ser algo exquisita a la hora de elegir marcas de ropa, pero no hasta llegar el punto de niña ricachona y consentida.
-De todos modos no puedo. A la semana que viene empiezan mis clases de ballet y tengo que practicar.
-¿Me dejas por unas clases de ballet? -me miró con los ojos muy abiertos y la boca en forma de O. Estaba exagerando demasiado, pero así era Bonni.
-Lo siento, pero es que nuestra relación no tiene futuro...
-¡Que fuerte! -Pegó un pequeño chillido de irritación y se levantó de su asiento, con las bandejas en la mano. Se agachó y me dio un beso en la mejilla.- Otro día pues. Voy al baño, te espero en las escaleras nena.
Hoy las clases acababan antes de tiempo. Los profesores estaban ocupados con un royo de olimpiadas y al parecer preferían suspender la mitad de las clases. ¿Inconveniente? Ninguno.
Me disponía a marcharme justo cuando Dilan se sentó en la silla que Bonni había dejado libre dos segundos antes. No lo veía a solas desde el día que llegaron Lucas y Lucy. Íbamos a varias clases juntos, pero no era sitio para hablar y sabía que, a pesar de que quería posponerlo, ese momento llegaría.
-Hola -saludó, con una sonrisa triste.
-Ey.
-¿Cómo estás?
-Bien; ¿tú?
-Bien.
Si eso no era una situación incómoda, decirme vosotros lo que era porque yo me estaba muriendo de vergüenza.
-Dilan yo... -empecé a decir, pero me corté a la mitad.
Quería acabar con eso cuanto antes. Dila y yo no solíamos pelearnos y en la última semana ya iban dos veces.
-¡Eh! -Me agarró por la barbilla para que lo mirara a los ojos. Me sorprendió ver una sonrisa en sus labios.- ¿Vamos fuera?
Temerosa de que en vez de un ¨sí¨ saliera cualquier otro extraño sonido gutural, asentí con la cabeza. Dilan cogió mi bolso y me lo puso sobre el hombro. ¿Por qué tenía que ser tan dichosamente perfecto? Me sentía como un ogro a su lado; como la bruja malvada del cuento.
Una vez que estuvimos fuera del comedor, alejados del bullicio de la gente y el murmullo ensordecedor, Dilan me atrajo hacia sí me besó con delicadeza.
-Lo siento, me comporté como un capullo -susurró sobre mis labios.
Se supone que una vez que se disculpara debería sentirme mejor; es decir, querida por él y sentir que le importaba. Pero me sentía mal, no con él, sino conmigo misma por la reacción que tuve.
-No... lo siento yo Dilan no me comporté bien. Exageré demasiado.
-Nada de eso. Hiciste bien en pararme los pies. -Levanté la mirada y me topé con sus ojos, que miraban fijamente los míos.- Estaba algo frustrado y hace tiempo que no tenemos... bueno ya sabes... -asentí. Era cierto, hacía mucho que no teníamos sexo.- Y las pruebas con los novatos y... sé que no es excusa pero...
No le dejé acabar la frase. Me impulsé sobre las puntas de mis pies y lo besé con tanta fuerza que incluso me mordí el labio. Lo había pillado desprevenido, pero en seguida se relajó. Noté el bombeo de su corazón sobre mi pecho y el mío se aceleró también. Me costó separarme de él, pero tuve que hacerlo.
-No me gusta estar peleados -susurré, abrazándolo con fuerza.
-Te quiero.
-Y yo -sonreí como una tonta. Por suerte no me veía la cara.
No era la primera vez que Dilan decía que me quería; la primera vez que lo hizo fue cuando cumplimos seis meses junto. Lo hizo en un parque. Ese día quedamos para cenar y después, cuando pasábamos por los columpios haciendo un poco el cafre me abrazo y dijo que me quería. Siempre sonreía al recordar aquello.
-En fin -carraspeé, separándome de él- he quedado con Bonni, me lleva ella a casa. Está fuera esperándome, ¿Vienes?
-¿Y si... le dices a Bonni que te han surgido planes? -tiró de mi camiseta y volvió a poner sus manos en mis caderas.
-¿Como cuales? -lo reté con la mirada.
-Como... ir a dar una vuelta, a la playa, a tomar un helado... no sé. Algo en lo que yo esté incluido.
¿Bonni o Dilan? Bonni era mi mejor amiga, si le decía que iba con Dilan lo entendería, quizás le sentaría mal, ya que la habría dejado plantada dos veces en el mismo día, pero lo entendería y no quería alejarme de Dilan ahora que estábamos bien.
-Playa -sentencié, agarrándole la mano y encaminándome hacia la puerta.
El comedor estaba en la otra punta, no exagero cuando digo que diez minutos andando entre pasillo y pasillo y esos minutos se alargaban si te parabas a morrearte con tu novio cada dos pasos.
-Bonni me está esperando -me reí. Dilan me había acorralado sobre mi taquilla y me estaba haciendo cosquillas. No sé qué manía tenía la gente con hacerme cosquillas. Las odiaba.
-Lo entenderá -respondió divertido.
-¡Dios! ¡Para!
Intentaba agarrarle las manos para hacer que parase pero su fuerza superaba a la mía con una gran diferencia de por medio.
-¡Que monos! -dijo una voz.
Automáticamente las manos de Dilan frenaron su tortura y se apartó de mí. Diría que a él le había sorprendido más que a mí el hecho de que Rizzo, la hermana pequeña de Scot se dirigiera a nosotros.
-Hola Dilan -lo saludó con una sonrisa de oreja a oreja que bien poco me gustó.
Dudaba de que me hubiera visto ya que sus ojos estaban clavados en mi novio. Una rabia creció en mi interior. No era celosa, pero no me gustaba que las mosconas rondaran lo que era mío.
-Rizzo, ¿verdad? -intervine, fingiendo que no me acordaba de su nombre.
-Sí -respondió ésta, algo asqueada-. Te estaba buscando... esto...
-Claudina -dije entre dientes, apretando los puños tras mi espalda.- Ya me has encontrado ¿que quieres?
-Saber cuándo salen las litas. Me presenté a las pruebas de animadoras, ¿recuerdas?
Como para no acordarme de sus dos melones dando botes dentro de la camiseta -si es que se le podía llamar camiseta- ajustada que llevaba. Tuve miedo de que uno de sus pezones me sacara un ojo.
-A la semana que viene.
La chica se disponía a decir algo, pero agarré a Dilan de la mano y tiré de él para que nos marcháramos cuanto antes. Esa chica me gustaba más bien poco.
Podría haberle dicho que estaba dentro del equipo, la verdad es que encabezaba la lista de las candidatas, pero me lo pensé dos veces y decidí dejarla con la duda. Me daba la sensación de que esa chica me traería más de un quebradero de cabeza y no solo a mí, sino al resto del equipo.


-Vaya, por fin apareces… -Bonni me esperaba junto a la puerta, apoyada en la barandilla de las escaleras de brazos cruzados. Nos lanzó una mirada de odio tanto a Dilan como a mí, pero en cuanto vio nuestras manos unidas una sonrisa asomó en la comisura de su boca.
-Fue culpa mía –dijo Dilan, dándome un abrazo por detrás.
Lo que tenía que decirle a Bonni no le iba a sentar nada bien, pero acababa de arreglar las cosas con Dilan y me apetecía pasar un rato con él, a solas. Bonni lo entendería.
-Nena, cambio de planes.- No había empezado la frase y ella ya me estaba mirando con desprecio desde detrás de los huecos de su flequillo.
-¿Qué?
-Mierda. –Espetó Dilan junto a mi oído.- Se me había olvidado por completo, nena. Tengo que hacer unas cosas a si es que nos vemos luego ¿vale?
Me di la vuelta sorprendida. Hacía tan solo unos minutos me había pedido, casi suplicado, que dejara a Bonni por él y ahora me venía con que tenía cosas que hacer. Ya podían ser importantes para dejarme plantada.
Me tragué el orgullo y saqué una sonrisa desde donde pude y asentí. No me quedaba más remedio, podría haberle puesto una pistola en la cabeza y haberle dicho que o quedaba conmigo o quedaba conmigo pero ese estilo no era el mío.
-Sí, -asentí- nos vemos luego.
Dilan se fue a toda prisa de nuevo hacia el interior del edificio. Cualquiera diría que en lugar de tener que ocuparse de ¨unas cosas¨ tuviera que salvar el instituto de ser asaltado por unos ladrones.
-¿Qué ha sido eso? –Bonni señaló hacia la puerta con el entrecejo fruncido.
-¿El qué? –seguí con la mirada el camino que indicaba su dedo índice.
-Eso. Te acaba de mentir.
-¿Qué? –pregunté sin comprender.
-¡Venga ya Clau! ¿En serio? A veces pareces tonta –puso los ojos en blanco y se encaminó hacia su coche.
Me quedé parada, mirando hacia la puerta por la que había desaparecido mi novio. ¿Me había mentido o Bonni se estaba riendo de mí para hacerme de rabiar? Sabía demás que ese tipo de cosas no me gustaban.
*En fin….* Pensé. Lo mejor sería no darle más vueltas.


Aún sigo sin entender quién narices le dio el carnet de conducir a mi amiga. Era mi amiga y yo la quería un montón pero conducía como una loca temeraria que se creía ajena a los accidentes de coche.
-¿Podrías conducir algo más despacio? –la voz me salió en un hilito casi inaudible con la música de fondo. Estaba agarrada al asiento del coche con tanta fuerza que me extrañó que mis uñas no atravesaran la superficie de cuero.- Lo digo por llegar vivas a mi casa y tal.
-Quejica.
-Asquerosa.
-¿Quieres llegar a casa rápido?
-Sí y a poder ser viva –gruñí entre dientes.
Definitivamente iba a tener que superar mi miedo a conducir. Me negaba a tener que volver a pedirle a Bonni que me llevara a casa. Apreciaba demasiado mi vida como para que acabara tan joven.
-¡Ah! –Bonni soltó un gritito ahogado, justo a la par que aparcaba el coche en el camino de piedra. Tenía una expresión casi descompuesta.
El corazón se me aceleró de tal manera que empecé incluso a escuchar los latidos. Por un momento pensé que había atropellado a alguna ardilla; solía haber en los árboles del jardín alguna que otra; o algo peor, que nos habíamos chocado contra algo y en realidad todo esto era un sueño producido por el coma.
-¡¿Qué pasa?! –grité.
-¿¡Quién es ese pedazo de monumento!?
-¿Qué?
Vale, de todas las cosas que me habría esperado que habrían podido hacer que mi amiga emitiera semejante grito; el cuerpo de Lucas sin camiseta no estaba entre una de ellas.
El chico iba vestido, escasamente con un bañador que le llegaba hasta las rodillas. Su torso musculado estaba al descubierto, dejando a la vista su escultural abdomen repleto de tatuajes. Tuve que obligarme a apartar la mirada. Me había puesto como un tomate.
-Es Lucas.
-¿¡Qué!? -Bonni me agarró por los hombros y me zarandeó con fuerza.- ¿Por qué no me habías dicho que Lucas el escuchimizao se había convertido en Lucas el bombonazo?
-¿No lo hice? –sonreí, encogiéndome de hombros- Se me olvidó je je.
-¿Tiene novia? ¿Edad? ¿Enfermedades? ¿Madre? ¿Padre? Dios, creo que acabo de encontrar al futuro padre de mis hijos.
-¡Eh! Para el carro moza. ¿No vas muy rápido?
-¡C-o-n-t-e-s-t-a!
Esa no era mi amiga, era la niña del exorcista solo que con unos tonos de piel más oscuros; pero los ojos inyectados en sangre y la baba de la boca eran prácticamente iguales.
-No sé. 20 creo –dudé-. Nina. No sé y a lo último relájate.
-Vas a presentármelo A-H-O-R-A.
Así era Bonni. Podía ser dulce como un caramelo o rabiosa como un pitbull.
No me dio tiempo tan siquiera a negarme, antes de que pudiera decir nada ya había salido del coche y se encaminaba al jardín trasero por donde habíamos visto marcharse a Lucas.
La seguí a toda prisa, tuve que correr un poco. Cuando a aquella chica se le metía algo en la cabeza no había quién la parara. La llamé un par de veces pero no me hizo caso. No tenía ningún inconveniente en presentarlos, pero que se le quitara de la cabeza que saldría con él. Una buena amiga no lo permitiría.
Para cuando quise llegar, Bonni ya descansaba sobre la pared de la casa con la mirada fija sobre el agua cristalina de la piscina.
-¿Se puede saber qué demonios te pasa? –las palabras salieron entrecortadas debido a la carrera.
-Shh –me silenció, poniéndose el dedo índice sobre los labios sin apartar la mirada de la piscina.- Contempla el espectáculo.
-Pero qué…
La sargento Bonni había salido a la luz. Ofuscada, me agarró por los hombros y me giró sobre mí misma para que quedara de espaldas a ella y de cara a la piscina justo a tiempo de ver cómo Lucas salía del agua impulsándose sobre el bordillo.
Todos y cada uno de los músculos de su abdomen, brazos y cuello se tensaron a la vez creando una coreografía sincronizada perfecta. Podría haberlos contado, pero me llevaría siglos encontrar el final. El agua resbalaba por su piel formando pequeñas gotitas que producían un exquisito efecto 3D sobre los tatuajes. Me fijé en que uno de sus brazos estaba repleto, no había ni un solo hueco libre, incluso había tatuajes en los dedos de la mano. En cambio en el brazo izquierdo tenía solo uno. Era la silueta de un bosque que le bordeaba el antebrazo desde la muñeca hasta un poco más arriba del codo. Era precioso.
Bonni pasó su mano por mi mandíbula, acariciando la zona baja del mentón.
-Se te va a caer la baba, amiga.
-No, qué hablas… dios, quita –le pegué un empujón.
-Hola.
Todo mi cuerpo se puso en tensión al escuchar la voz de Lucas a mi espalda. Bonni sonrió como una pilluela mientras que yo deseaba que la tierra se abriera y me tragase.
-Hola –saludó Bonni tendiéndole la mano.- Soy Bonni, la amiga de Clau, no sé si te acuerdas de mí.
-Um… Bonni… -dijo dubitativo a la vez que divertido. Estrechó su mano.- Sí me acuerdo de ti, ibas con Bollicao a todos lados.
-¡Deja de llamarme así! –chillé con los puños apretados, aún de espaldas a él.
-No le gusta que le llame Bollicao –comentó, como si tal cosa.
-Bollicao es un nombre muy mono –sonrió Bonni mirándome.
Si me cruza la cara allí mismo incluso me habría sentado mejor que el hecho de que le hubiera dado la razón a Lucas. La miré con los ojos entrecerrados. Me extrañaba que no pusiera sentir mi odio sobre ella.
-¿Bonni?
-¿Sí, amiga?
-Es hora de que te marches.
-Sí, llego tarde –me sonrió y luego me dio un beso antes de darse media vuelta- te llamaré más tarde.
Por mí como si no lo hacía. Estaba enfadada, muy enfadada y no solo con ella sino con todo el mundo. ¿Qué le pasaba al mundo que se había vuelto loco?
Cogí aire con fuerza y lo solté, con los ojos cerrados. Cuando los abrí, me topé con Lucas. Medía más que yo, al menos unos quince o veinte centímetros más. Era muy alto.
-¿Te molesta que te llame Bollicao?
-Sí –respondí entre dientes.
-Joder, te molesta Bollicao, te molesta Bollito… ¿Cómo te llamo?
No había duda de que estaba disfrutando con aquello. De haber podido le habría metido una patada en la entrepierna.
-Clau, a secas. Solo Clau.
-Está bien –sonrió, con los ojos clavados en los míos. ¿Cómo un chico con esos ojoazos podía ser tan cabrón?- Clau a secas.
Un ruidito de frustración salió de lo más profundo de mi garganta que lo hizo reír a carcajadas limpias. Quería patearle el trasero.
-Me alegro de divertirte.
-Oh créeme, si tuvieras que divertirme lo harías de otra manera.
No sé si el respingo que di fue física o mentalmente pero desde luego que aquellas palabras me chocaron de lleno. * Si tuvieras que divertirme lo harías de otra manera*. Su voz había sonado tan sensual a la vez que lo decía que no sabía si había sido producto de mi imaginación o lo había dicho de verdad.
-¿Soy yo o tu amiga está un poco desesperada? Me ha recordado a una perra en celo.
-¡No hables así de Bonni!
-¡Eh, fiera! No me grites –sonrió, levantando las manos y poniéndolas detrás de la cabeza.
-¿Te hace gracia todo esto?
Estaba a punto de explotar. Era tal la presión que sentía en mi cabeza producida por la rabia, que estaba segura que parecía una olla exprés a punto de eclosionar.
-No, solo ver cómo te saco de quicio.
-Entiendo….
-En fin, me he aburrido ya –se encogió de hombros. Se agachó, quedando su cara a la altura de la mía. Noté su aliento. Olía a menta y su pelo al cloro de la piscina. Me ponía nerviosa tenerlo tan cerca.- Dile a tu amiga que ni se moleste.
La pregunta de Bonni, que si tenía novia surgió en mi mente como un cartel con luces de neón y por un momento, pensar una respuesta afirmativa me produjo un retortijón en el estómago. ¡Qué me importaba a mí si tenía o no novia! ¡Ese era asunto suyo!
-Dile que ya me he fijado en otra.


jueves, 24 de julio de 2014

Capítulo 6.

  Un chico moreno vestido con una camisa blanca abotonada hasta el cuello y unos vaqueros desgastados por las rodillas, al igual que las converse negras de tela que llevaba, estaba encaramado en la puerta. Los músculos de ambos brazos se le marcaban bajo la camisa debido a la fuerza que estaba ejerciendo para sostener las dos maletas de piel con sus pertenencias. Bajo la tela de la camisa se le transparentaban unos intrincados dibujos que no llegué a distinguir pero que claramente se veían que eran tatuajes y no un motivo de la camisa. El pelo oscuro y despuntado le caía sobre los ojos indicando que necesitaba un corte urgente, pero a la vez el toque despeinado le daba un aire desenfadado que no le sentaba nada mal.
Desde luego ese día era un día de sorpresas.
Lucy seguía enganchada a mi cintura y a medida que pasaba iba apretándose más y más contra mí; por eso no sabía si el temblor de mis piernas se debían a un corte de circulación producido por sus brazos delgaduchos o por la mirada de aquel joven que me resultaba poco familiar.
-Bienvenidos a casa. -Saludó mi padre tendiéndole una mano al chico para que le diera las maletas.- Trae, Lucas. Déjame que te ayude.
Cuando escuché aquel nombre no pude evitar levantar los ojos de la coronilla de la niña y fijarme en él. Lucas... ¿el mismo chico escurridizo y delgaducho que aún abitaba en mi memoria se había convertido en... eso? La sorpresa debió de reflejarse en mi cara al escuchar su nombre pues el chico no pudo evitar reprimir la sonrisa que acusaba sus labios.
-Puedo solo -rechazó la ayuda de mi padre, sin apartar sus ojos de los míos.
-Está bien. Nana ya os ha preparado vuestras habitaciones -señaló las escaleras- supongo que estaréis cansados.
-No te creas -rió Lucy. El aire de su risa chocó contra la piel desnuda de mi abdomen y me produjo un leve cosquilleo.
-Vaya... -susurré.
-Parece que Claudina no sale de su asombro -volvió a reír aún sin soltarme.
-No es eso. Es que me estás cortando la circulación sanguínea.
-¡Oh! -se apartó un paso de mí con una sonrisa- lo siento.
-Está bien -asentí, con el ceño fruncido.
Debía de alegrarme de verlos ¿no? O esa; se suponía que debía de ser la emoción más acertada en aquel preciso momento; pero en realidad estaba sorprendida.
-¿Estás bien? -sonrió Lucy.
-Sí, es que... -dudé, pensando las palabras exactas pasando la mirada de una al otro- joder, lo que habéis cambiado.
-Tu no es que seas precisamente igual que como eras antes -dijo Lucas; mirándome con una ceja levantada y una sonrisa pícara.
Su voz era masculina y fuerte, nada en comparación con la voz de pito que tenía cuando aún era un pre-adolescente de doce años. De hecho, no había rastro de él.
Fruncí más el ceño, con la mirada puesta en sus ojos. ¿Debía tomármelo como un cumplido o como una ofensa? Puede que hubiera cambiado físicamente pero estaba segura que el pequeño bastardo seguía dentro de esa cobertura tan mona y sexy.
-¿Estás bien? -Lucy me escrutó con una mirada dubitativa.
-Está bien, solo que sorprendida igual que yo -intervino mi padre sin darme tiempo a contestar.- ¿Por qué no les enseñas la casa, cielo?
-Estoy segura de que aún la recuerdan -lo miré de reojo, suplicándole que no me hiciera eso.
-Yo no.
Clavé mi mejor mirada de odio en Lucas, pero solo sirvió para conseguir el efecto contrario al que pretendía y se echó a reír.
Con un suspiro me encaminé a las escaleras.
-Está bien. Comienza el tour por la casa de los Manson.

Marcus, mi padre -a veces lo llamaba a sí por pura formalidad- le había dicho a Lucas que dejara las bolsas en la entrada y que Nana o Richard se encargarían de llevarlas a su habitación; que ese era su trabajo, pero él se negó en rotundo y las llevó consigo en todo momento. Debía de ser un chico en contra del servicio.
En primer lugar fuimos a la planta baja, donde se encontraba mi estudio de ballet; aunque ese fue un sitio el cual no les enseñé. Era mi sitio favorito y si se lo enseñaba sería como mostrar una parte profunda de mí y no quería hacerlo. A pesar de que los conocía desde hacía muchos años, habían pasado también otros cuantos desde la última vez que los vi por lo que no dejaban de ser extraños.
Los llevé al gimnasio y a la sala de cine. Lucy se volvió loca al ver la pantalla y las butacas de terciopelo rojo. Vi un brillo tan especial en sus ojos que hasta me contagió su alegría. Siempre había sido una niña muy risueña y solo esperaba que eso no hubiera cambiado. A diferencia de Lucy; Lucas se mantuvo impertérrito. Estuve a punto de comprobar varias veces si respiraba o no. No hacía ningún gesto que me indicase alegría o descontento. Era como una estatua impenetrable.
Después pasamos al jardín. Los llevé a la piscina y al pequeño cobertizo que había en la otra punta. A simple vista parecía un sitio desordenado pero lo bueno estaba tras la puerta que daba a una planta inferior donde había una pequeña piscina climatizada con una sauna. Solía venir poco, la verdad, pero era un buen lugar para desconectar después de un duro día de trabajo.
Los tres no dijimos nada más allá que las típicas frases que suelen decirse cuando estás enseñando una casa. Me sentía como una vendedora de pisos, indicando cada lugar y sus ventajas e inconvenientes y Lucy de vez en cuando soltaba algún que otro: vaya, qué guay o qué pasada. Quizás se debía a que yo estaba acostumbrada a vivir entre tanto lujo y todo me era familiar; por eso me resultaba extraño tanta alegría y fascinación por parte de la pequeña.
La primera en pisar su habitación fue Lucy. Pertenecía a uno de los cuartos de invitados, de los muchos que había. Estaba compuesta por una cama de matrimonio en el centro junto con un tocador que su madre había comprado exclusivamente para ella. Las paredes eran de un malva casi blanco, a conjunto con la colcha rosa de la cama. También había un armario enorme donde perfectamente cabría una pequeña familia de enanos y un escritorio con un ordenador portátil.
-¿Esto es para mí?
Lucy me miró sorprendida, como si creyera que todo era una broma o un sueño.
-Sí -asentí.
-¡Pero si es tres veces mi antigua habitación!
No pude evitar reírme. No por el comentario que había hecho; sino por la forma en la que lo había dicho. Desde luego la gracilidad de la niña que yo había conocido no se había esfumado.
-Pues es toda tuya -la invité a pasar, con un brazo extendido- a si es que ale, a disfrutar. Si necesitas algo, mi habitación está en la otra parte del pasillo; la segunda a la derecha, antes de llegar a las escaleras.
-De acuerdo -sonrió, con un asentimiento.- Ahora toca la tuya Lucas, aunque no será mejor que la mía.
-Ya lo veremos enana -sonrió, guiándole un ojo- ya lo veremos.
El pasillo donde se encontraban todas las habitaciones hacía como una especie de cuadrado a medio formar. Era algo extraño; de hecho no sé en qué narices pensaba los constructores cuando la hicieron, pero era mi hogar.
El trayecto desde la habitación de la pequeña hasta la de Lucas se me hizo pesado e incómodo. Al menos, cuando Lucy nos acompañaba había alguien que decía alguna que otra palabra ya fuera a su hermano o a mí, pero ni Lucas ni yo estábamos dispuestos a hablar.
Me detuve junto a la puerta de madera blanca de su habitación. Estaba junto a la mía; lo único que nos separaba era el cuarto de baño que a pesar de encontrarse en medio, por suerte, solo me pertenecía a mí. Él tenía el suyo propio.
-Esta es tu habitación -dije, con la mirada puesta en mis deportivas.
-¿Somos vecinos?
Lo dijo en un tono tan jovial que incluso me sorprendió.
Levanté la cabeza y me topé con sus ojos azules sobre mí. Me miraba con fascinación; como si fuera una rata de laboratorio que hubiera conseguido cumplir las expectativas de su científico.
-¿Qué? -pregunté, mirándole con una ceja enarcada.
-Has dicho que tu habitación es la segunda a la derecha en la otra punta del pasillo.
-Ah, esto eh...
-La mía es la tercera. ¿Qué pasa bollito? -sonrió de lado, divertido con la situación- ¿No sabes contar?
Me quedé de una sola pieza; y juro que de no haberme quedado paralizada le habría saltado al cuello y lo habría hecho pedazos. Bollito; así era como me llamaba cuando era pequeña y pesaba al menos unos setecientos kilos por extremidad.
Lo habría insultado de muy buena gana, como él acababa de hacer conmigo; pero tenía miedo o más bien vergüenza de que la voz me fallara a si es que me limité a mirarlo con odio, aunque más bien consiguió el efecto contrario al que esperaba y se echó a reír.
-Veo que aún lo recuerdas. Tendré que cambiarte el mote, el de bollito ya no te pega. -Me guiño un ojo para después proceder a mirarme de arriba a abajo, apoyándose en la paredes de brazos cruzados.- No, definitivamente ese ya no te pega.
-Gilipollas.
Di media vuelta y me encaminé hacia mi habitación. Si echaba a correr resultaría de lo más patético a si es que reprimí las ganas y tuve que conformarme con un paso apresurado hasta el pomo de la puerta. Notaba sus ojos sobre mi nuca, pero no me giré a mirar. En cuanto hube entrado, me dejé caer de la cama soltando todo el aire que había contenido hasta el momento.
-La que me espera.

A la hora de la cena me pensé incluso si bajar o no. Quería quedarme en mi cuarto, bajo la protección de lo conocido y los ojos de las múltiples fotos que adornaban las paredes.
Me había dado una ducha larga y tendida para quitarme todo el sudor y el estrés que había sufrido a lo largo del día, pero aún así la sensación incómoda por la escenita en el coche con Dilan no se me iba de la cabeza.
Como siempre, me sentía culpable por haberle hecho parar; pero esta vez tenía mis motivos. Era mi novio y el que me tocara el pecho, me besara o incluso tocara zonas que a cualquier chica le avergonzaría reconocer en voz alta que su novio había tocado no me importaba, pero eso no le daba derecho a abalanzarse como un poseso sobre mí. Me había asustado, no, más bien incomodado.
Y luego claro está, estaba el hecho de que tendría que pasar no sé cuánto tiempo viviendo en mi propia casa y aguantando a un gilipollas por el simple hecho de que era el hijo de la novia de mi padre. ¿En qué narices estaba pensando Nina cuando decidió tenerlo? Seguro que si hubiera abortado le habría hecho un favor a la humanidad.
No me importaba que Lucy estuviera allí; era un amor de criatura. Si me quedaba alguna duda de eso, se habían desvanecido en cuanto entró por la puerta y se lanzó contra mí con un abrazo; pero Lucas... era Lucas.
Me puse unas calzonitas de chandal a juego con una camiseta negra con las tirantas cortadas, dejando a la vista mi sujetador. No por que ellos estuvieran ahora aquí iba a dejar de hacer lo que siempre hacía. Era mi casa; ellos los intrusos.
Cogí el móvil, que estaba sobre mi mesilla y le envié un mensaje de texto a Bonni que decía:
-Ya está aquí. Antes se lo digo a alguien antes viene.
Nana solía reírse de mí porque decía que tenía una agilidad especial para escribir en el teclado de un teléfono, pero eso era porque no había visto a Bonni.
-Qué me dices? Enserio?
-Sí tía, han llegado hace un par de horas y se supone que ahora tengo que bajar a cenar. Uf... T_T no quiero.
Puede que fuera una exagerada pero era verdad. No quería bajar y tener que soportar miraditas y ratos incómodos. Si Nina estaba abajo con nosotros, al menos la situación sería distinta; pero normalmente ella no solía estar a esas horas en casa; ¿por qué hoy sí? Tras varios minutos, al fin me llegó la respuesta de mi amiga:
-Eh, tu puedes nena. U CAN! No te dejes intimidar por ese escuchimizado. Si quieres vente a mi casa a cenar :)
Entonces reparé en que no le había dicho a Bonni que Lucas ya no tenía nada de ¨escuchimizado¨ como lo bautizamos cuando eramos unas enanas; que en realidad ahora el nombre que más se le asemejaba era un ¨musculitos¨; ¨sonrisa-sexy¨ o un ¨cuerpo de escándalo¨. Me sorprendí a mí misma sonrojándose mientras pensaba en ello.
*Estúpida. Bonni tiene razón, baja ahí ahora mismo y demuestra quién manda* Pensé.
-¿Puedo ir a tu casa? ¿Enserio? T_T¨
Sí; era una cobarde. De hecho; si buscabas la definición de cobarde en el diccionario salía mi foto al lado; pero todo a su debido tiempo.
Esperé a que Bonni me respondiera, cruzando los dedos porque en la pantalla de mi teléfono apareciera un ¨sí, puedes venir¨ pero estaba tardando demasiado.
Estaba tan concentrada, invocando esa maldita respuesta, que cuando escuché que alguien llamaba a la puerta me sobresalté y el teléfono se me resbaló de las manos. Por suerte calló sobre la cama.
Me levanté y me dirigí a la puerta, aunque acto seguido me arrepentí de haberlo hecho.
-¿Qué quieres? -pregunté.
Al igual que yo; el chico también había decidido darse una ducha, aunque estaba segura que nuestros motivos eran distintos. El pelo aún lo tenía algo húmedo y alguna que otra gota de agua se amontonaba en las puntas, formando pequeños piquitos sobre su frente. Una camiseta gris, similar a la que yo misma llevaba puesta, dejaba a la vista sus perfectos brazos moldeados. Uno de ellos estaba completamente cubierto por tatuajes, entonces comprendí por qué cuando había llegado, había vislumbrado unos dibujos en su camisa. Debí de quedarme demasiado rato estudiando los coloridos motivos, dado que él se percató de ello.
-¿Te gustan los tatuajes?
-No.-Mentí.
Sí me gustaban, no solo los suyos, me refiero en general. Siempre había querido uno, pero si me presentaba en casa tatuada probablemente ese mismo día se acabaría mi vida social.
-Tú te lo pierdes -dijo, dejándose caer sobre el marco de la puerta.
-Sí. ¿Qué quieres?
-La cena está lista.
-Vale.
Nos quedamos mirando por un segundo; segundo que se me antojó una eternidad encantadora. Sus ojos eran tan azules que parecían casi transparentes. No se parecía en nada a Nina, solo en el color oscuro de su pelo; por lo que supuse que salía a su padre. Era guapo y él lo sabía.
-¿Algo más? -hice un amago de cerrar la puerta, pero con él apoyado en ella era imposible.
-Sí -dijo con una seriedad que me sorprendió.
-¿El qué?
-Me gusta como te queda esa ropa.
Y así, sin más, se separó de la puerta y se marchó escaleras abajo.
Cerré de un portazo y me dejé caer hasta el suelo. Las piernas me temblaban debido a la falta de aire. Tercera vez que me dejaba sin palabras en menos de cuatro horas. ¿En qué narices estaba pensando?
Me pareció escuchar el zumbido de mi móvil, pero no había nada, el mensaje de texto de Bonni no llegaba. Tendría que enfrentarme al peligro yo sola.
Con un suspiro, me levanté y me dirigí al armario. Cambio de planes; esas calzonas eran demasiado cortas.


Capítulos.

  He creado esta entrada para explicar un poquito cómo voy a hacer con los capis a partir de ahora.
Hasta ahora y con las anteriores novelas -Sin nombre: http://tushistoriassinnombre.blogspot.com.es/ y The Wrach: http://thewrach.blogspot.com.es/- he estado subiendo cada dos días, pero ahora en verano, la gente sale más -y me incluyo, a si es que os entiendo- y a penas hay lectores y aunque sé que estáis los fieles, los que siempre me seguís, voy a empezar a dejar más margen; no sé cuanto, pero sí subiré al menos dos capis a la semana :)
También os quería informar de que si alguna vez habéis intentado comentar y no os ha dejado, ya está modificado y aunque no tengáis cuenta, podéis hacerlo; por eso, quiero establecer un tope de 3 comentarios, cuando tenga tres comentarios subo capítulo nuevo. Puede que penséis que es un poco injusto, pero así sé cuando -más o menos- subo capítulo nuevo.
Espero que esta novela os guste tanto como las otras dos y si habéis empezado a leerme ahora, deciros que si os gustan mis historias, tengo dos mas jeje y si preferís leer por wattpad, también tengo; soy DHBlood.
Por último; como no os puedo decir qué días de fijo subiré; os dejo mi twitter y mi tuenti para que me sigáis ya que por ahí aviso siempre: @DHblood y Lara Serrano.
Un besito a todos :)

sábado, 19 de julio de 2014

Capítulo 5.

Fumar está mal, muy mal; de hecho no sé por qué narices descubrieron antes esos palitos de humo antes que una cura para el cáncer, pero cuando me ponía muy nerviosa o me entraba la ansiedad fumar era lo único que me relajaba.
Por norma general no solía fumar mucho, la verdad es que un paquete de tabaco podía durarme uno o dos meses, solo fumaba cuando realmente lo necesitaba y ese día el cuerpo me estaba pidiendo a gritos un poco de nicotina.
Eran las pruebas para ser animadora. Yo ya estaba cogida desde hacía muchos años; era la capitana del equipo , pero todos los años se iban alumnas y había que sustituirlas. Me alegraba saber que, a pesar de que ser animadora era... divertido, por definirlo de alguna manera, ese era mi último año.
Le di una calada al cigarro; era el segundo del día. Las arpías de primero venían pisando fuerte y si no les salía un día redondo probablemente a quien iban a crucificar era a mí ya que tenía la decisión final.
Estaba apoyada en las gradas esperando a que el resto del equipo viniera para empezar a prepararlo todo. Solo había que colocar unas mesas y listo, pero las pruebas serían después del almuerzo y para eso solo quedaban unos diez minutos.
-¿Cuántas veces te he dicho que fumar es malo?
Pegué un respingo al escuchar la voz de Dilan detrás de mí. Él soltó una carcajada al ver mi reacción.
No le gustaba que fumase, pero ¡venga ya! una vez al año, no hace daño; al menos eso solía decir... Dilan era el típico chico deportista que ni fumaba ni se drogaba. A veces tomaba alguna que otra copa demás, pero eso era todo.
-¿Y yo que cuando me pongo muy nerviosa necesito hacerlo?
-¿Hacer qué? -sonrió de lado, mirándome con picaría.
-Fumar Dilan, fumar -dije con un tono casino, rodando los ojos.
Dilan pasó por encima de uno de los hierros que formaban parte de la estructura de las gradas y se sentó a mi lado, contemplándome mientras terminaba de fumar. Había tenido que esconderme allí para que nadie me viera. Como en todo instituto que se precie en el LA Hight School no estaba permitido fumar; pero ese día me había levantado en plan ¨rebelde sin causa¨ y me salté la norma. Era toda una ¨malota¨.
-¿Hoy son las pruebas para animadoras?
-Sí -suspiré, dejándome caer contra el hierro en el que estaba apoyada.
-¿Esas harpías novatas te sacarán los ojos?
-O algo peor -reí, tirando la colilla al suelo y aplastándola con el pie.
Aunque el típico tópico de película no se solía cumplir entre las animadoras, sí que había alguna que otra que se pasaba de formas con el resto de personas. ¿Ser animadora te daba popularidad? Sí, pero eso no implicaba que yo, por ello fuera superior al resto; pero al parecer no todas lo veían así.
-Si alguna se pasa me lo dices que la mato.
-¿A sí? -inquirí con sarcasmo.
Me apoyé de lado en el hierro para que pudiéramos quedar cara a cara. Iba vestido con el uniforme del equipo de fútbol y no pude evitar mirarle el paquete que le hacían las mallas. Esas mallas deberían estar prohibidas.
Yo llevaba el uniforme de animadora compuesto por una minifaldita a la que le faltaban un par de metros de tela azul al igual que a la camisa, que me llegaba poco más abajo del ombligo. Tiré de la falda hacia abajo, como si así pudiera cubrir los centímetros de pierna que tenían que estar cubiertos, pero se bajaba de arriba. Ese uniforme era una de las cosas más incómodas que existían.
-Sí -respondió con voz remolona, levantándose y dirigiéndose hacia mí- nadie se sobrepasa con mi novia.
-Uy, qué protector estás hoy -reí.
-Contigo siempre. -Puso ambas manos en mis caderas y me empujó hacia atrás hasta que mi espalda tocó el frío hierro que sujetaba los bancos y se acercó a mi oído.- ¿Te he dicho alguna vez lo bien que te queda ese uniforme y lo mucho que me pone?
-Alguna vez que otra... sí.
-Pues te lo recuerdo.
El calor bochornoso de septiembre se amontonó en todo mí ser, golpeándome con toda su dureza en
cuando Dilan pasó una de sus manos por mi muslo y comenzó a darme pequeños besitos a lo largo de mi clavícula derecha.
Suspiré con una sonrisa en los labios. Él sabía que los besos en el cuello eran mi debilidad... bueno y ¿de quién no? Esos malditos labios eran capaces hasta de encender una bombilla con tan solo una sonrisa.
Estábamos en el instituto, sí, y pronto sonaría el timbre y el campo se llenaría de principiantes aspirantes a animadoras y de jugadores hormonados sedientos de esteroides, pero aún quedaban cinco minutos. ¿Por qué no darle una alegría al cuerpo?
Tiré de la goma de sus mallas hacia mí, hasta que todo su cuerpo quedó pegado al mío y cuando digo todo, me refiero a todo. Al parecer no era a la única a la que le había golpeado la ola de calor. Busqué sus labios y junté los míos. Dilan soltó un gemidito de placer y llevó la mano que descansaba en mi muslo algo más arriba hasta quedar bien aferrada a mi glúteo. Yo lo imité.
Si había algo que me encantaba de mi novio, además de su sonrisa, sus ojos, su torso musculado... en fin, todo él; era su culo. Nunca había visto un culo tan bien definido en mi vida; sobre todo cuando llevaba esas estúpidas mallas apretadas que dejaban la imaginación a su libre albedrío.
Subí las manos por su espalda hasta detenerlas en su nuca, apretándolo todavía más contra mí. Quería hacerlo. Allí mismo. Me daba igual que estuviéramos en el instituto y que el timbre estuviera sonando de fondo. Quería hacerlo; pero al parecer el resto de la humanidad no estaba de acuerdo conmigo.
Un coro de aplausos y aullidos se levantó detrás de nosotros. ¿Cómo habían llegado tan rápido sus estúpidos compañeros? Con un suspiro lo separé de mí. Una cosa era hacerlo bajo las gradas del campo; otra muy distinta era añadirle público.
-Joder Anderson, cómo está tu novia -se rio uno de sus compañeros, echándome una mirada de arriba a abajo.
-Tú lo has dicho Scot, mi novia -enfatizó ese ¨mi¨ enseñando los dientes como si fuera un perro.
En cualquier otra ocasión lo habría mandado callar, no me gustaba que se pusiera de ese modo, pero no soportaba a Scot. Era el típico tío baboso que se creía que estaba bueno. Lo estaba, pero se lo tenía demasiado subidito.
-Tranquilo tío -levantó las manos, en son de paz- solo era una broma.
-Vete a la mierda Scot -solté, enseñándole el dedo corazón.
El muchacho pareció pillar mi indirecta de ¨sobras, vete a tomar por culo. Capullo¨ y se dio la vuelta en dirección a los vestuarios. No soportaba a ese tío.
-Esa es mi chica -rio Dilan, volviendo a recrearse en mi cuello.
-Sí y esta chica tiene que irse.
Lo separé de mí, con las manos puestas en su pecho. Me miró con cara de cordero degollado; otra cosa que sabía con la que no podía. Sabía lo que quería; de hecho era lo mismo que había querido yo hacía tan solo cinco segundos, pero el deber me llamaba.
-Te veo luego -sonreí, dándole un beso rápido- ¿me llevas a casa?
-Te espero en el coche -asintió.
-Vale.
Le sonreí una vez más y me fui corriendo.


¿Tantas alumnas nuevas había en el LA Hight School que querían ser animadoras? Ya había perdido la cuenta de cuántas chicas habían meneado el trasero delante de mí. Al menos unas treinta.
-Dios, esto es desesperante –murmuré- ¿cuántas quedan?
-No muchas, creo que dos.
-¿Aún? –Miré a Bonni con clara desesperación. Perder clase estaba bien, pero necesitaba marcharme de una vez o perdería la cabeza.
-Se han presentado una barbaridad.
-La verdad es que sí. ¿Quién es esta? Dios, lo hace fatal.
Había una chica menudita moviendo el pandero en las colchonetas que habíamos puesto sobre el césped para que no se hicieran daño en caso de que se cayeran. Era rubia con el pelo corto y tan delgada que si se ponía de lado parecía una loncha de pavo. A la pobre se la veía bastante nerviosa. No hacía nada a derechas.
-Está bien eh… Carla. Lo has hecho bastante bien –mentí, con una sonrisa- ya te llamaremos.
Bonni me miró con una ceja levantada. De acuerdo, la chica no lo había hecho nada bien, pero ¿quién era yo para decirle lo contrario? Los nervios podían jugar una mala pasada.
-En fin… -suspiró Bonni- ¿por dónde íbamos? ¡Ah sí! ¿El delgaducho escuchimizao vuelve a tu casa?
-Sí. –Cogí la lista y llamé a la siguiente aspirante.- ¿Rizzo Channing?
-¿Y cómo es que vuelve? ¿Cuánto tiempo lleva sin venir a tu casa?
-No lo sé –me encogí de hombros, volviendo a llamar a la chica- ¿diez años? Tal vez ocho.
Una morenaza despampanante de unas piernas espectaculares se subió a las colchonetas y se puso a bailar. Tenía unos pechos extremadamente grandes, probablemente operados y llenos de silicona hasta los topes. Lo deduje por su cintura de avispa. No era normal esa desproporción.
-¿Y viene?
-No tengo ni idea. ¿Quién es esta? Me suena su apellido.
-La hermana pequeña de Scot.
-Ya decía yo –suspiré, poniendo los ojos en blanco.
-¿No estás nerviosa? –se rio Bonni, escribiendo un par de anotaciones en su cuaderno.
-¿Nerviosa? –la miré con el ceño fruncido. En la hora en la que le había dicho nada.
-Sí, no sé; es decir…. Lleváis sin veros un montón de años y ese capullo se portaba fatal contigo. Ya sabes que si hace falta pegarse –pegó con su puño en la palma de la otra mano- yo me pego.
-Estúpida –me reí.
Hacía un par de días, cuando fui con mi hermano y su novia al parque de atracciones, Nina estaba que se subía de las paredes y prácticamente me dijo que sobraba y que necesitaba hablar con mi padre por lo que le hice caso y me marché, si algo había prendido de aquellos dos era dejarles espacio cuando lo necesitaban. Al principio me había molestado; no es que estuviera manteniendo una conversación con mi padre, de hecho estábamos pasando el uno de la otra prácticamente, pero cuando Nina me contó qué era lo que sucedía y me pidió disculpas la entendí.
Nina y mi padre se conocieron cuando ella se estaba divorciando de su marido. Mi madre hacía un año que había fallecido y aunque mi padre seguía en la fase de autocompasión no se vio capaz de rechazar a una mujer como Nina. Cuando los tramites del divorcio concluyeron, ella se vino a nuestra casa a vivir con nosotros. A mí y a Mike no nos hizo mucha gracia, ella era buena con nosotros, pero después de que nuestra madre muriera, obviamente no queríamos que nuestro padre saliera con otras mujeres y mucho menos que invadieran nuestro espacio y cuando digo invadieran me refiero a ella y a sus dos hijos; Lucas y Lucy.
Lucas era el demonio en persona. Alto y delgaducho con una sonrisa diabólica que claramente indicaba problemas. Era dos años mayor que yo o tres, no lo recuerdo bien. Lucy era más pequeña, puede que tuviera unos once o doce años, como mucho trece. Eran la noche y el día. Mientras que la niña, a pesar de ser una enana de dos años era un angelito que no daba calda alguna, Lucas no paraba de hacer trastadas. Se llevaba muy bien con Mike y ambos no paraban de meterse conmigo. Lo odiaba.
Solo estuvieron viviendo con nosotros algunos de años, después se marcharon con su padre dado que Nina apenas podía hacerse cargo de ellos por su trabajo y no quería dejarlos con Nana. Ella a diferencia de mi padre sabía que Nana y Richard no eran unos sustitutos paternos por lo que decidió mandarlos a vivir a Ilinois y ella iba a visitarlos cuando podía.
La otra noche, Nina me dijo que a su ex-marido le había pasado algo, no me especificó el qué exactamente y me daba la sensación de que en realidad no quería saberlo; por lo que Lucas y Lucy se vendrían a vivir con nosotros una temporada. Tener que volver a aguantar las humillaciones de ese monstruo no me apetecía nada, pero al fin y al cabo eran sus hijos y ya habían pasado unos cuantos de años. Quizás, había cambiado… ¿no?
-La verdad es que esta es una de las pocas que merecen la pena –susurró Bonni.
-Bueno, la chica no lo hace mal.
-¡Dios! ¡Clau! –me dio un empujón- ¿se puede saber qué diablos te pasa?
-¡Ay! –espeté, frotándome el brazo- ¿qué pasa?
-Estás por las nubes.
-Joder, solo he dicho que no lo hace mal.
-Ni siquiera le has prestado atención. ¿Problemas en el paraíso?
-¿Problemas en el paraíso? –pregunté, con la nariz arrugada.- ¡Ah! No; solo estoy cansada.
-¿Quieres que te lleve a casa? Creo que estas pendones pueden solucionárselas ellas solitas –se tapó la boca para que las otras dos compañeras que se encargaban de la audición no la escucharan.
-No –negué con la cabeza- estoy bien.
-¿Segura?
-Sí, pesada –sonreí.
Miré la lista con los nombres de las que se presentaban como candidatas. Me llevé una grata sorpresa al comprobar que Rizzo era la última chica. Ya solo quedaba decidir quiénes entrarían en el equipo. Esa era la peor parte, nunca nos poníamos de acuerdo y la capitana era la que tenía la última palabra. Siempre me llevaba yo todo el marrón.
-Muy bien chicas –dije con voz firme, dirigiéndome a las aspirantes- esto ha sido todo por hoy. Lo habéis hecho todas muy bien pero como ya sabéis solo hay cinco puestos vacantes por lo que tenéis que entender que no todas seréis seleccionadas, pero aun así os deseo suerte a todas. La lista será colgada en un par de días en el tablón de anuncios. Esto es todo.
-Preséntate a delegada de clase –se burló Bonni mientras recogíamos el material- yo te votaría.
-Si claro, no tengo yo otra cosa que hacer.
-Claudina for president. En serio, yo te votaría.
Intenté reprimir la risa y mirarla con odio por haberme llamado Claudina, sabía de más que no soportaba ese estúpido nombre, pero no pude evitarlo al verla con los ojos bizcos haciendo aspavientos como si me estuviera alabando.
-Vete a la mierda –reí- ¿quieres?
-Bueno, si insistes –soltó las sillas en mitad del vestuario y dio media vuelta.
-Sí, pero después de ayudarme, guapa.
-Mierda –gruño, con una sonrisa.- Por cierto, ¿sabes algo de Dinna? Se supone que debería haber estado aquí para la audición.
Teniendo en cuenta que llevábamos pocos días de clase y que uno de ellos no había ido, no, no tenía ni idea de dónde podía estar mi amiga, solo sabía, por un mensaje de texto que me había mandado aquella misma mañana, que no podría presentarse para ayudarnos.
-No tengo ni idea, ¿por?
-No sé, es que la noté rara el otro día… muy callada ¿tú no?
-Pues ahora que lo mencionas… sí, para tratarse de Dinna estaba algo callada. ¿Problemas con Sett?
-Lo dudo –negó con la cabeza- sabes que esos dos son como dos osos amorosos.
Era cierto; no había visto a una pareja tan enchochada el uno de la otra como Dinna y Sett. Llevaban juntos desde hacía algunos meses. Estaban en plena fase de enamoramiento, pero en esos dos era demás.
Una vez hubimos terminado de colocar todo en su sitio, me despedí de Bonni y me fui a coger la ropa a mi taquilla del vestuario. Dilan ya me estaría esperando, hacía un rato que había sonado el timbre por lo que no me molesté en cambiarme, de todas formas iría directa a casa y no quería hacerlo esperar.
Lo busqué por el aparcamiento y no tardé en localizarlo. Estaba medio vacío y solo había un par de coches. Me esperaba apoyado sobre el capó negro de su BMW de brazos cruzados con la mirada ausente en la pared de enfrente. Él tampoco se había cambiado de ropa, seguía con el uniforme del equipo.
-Hola –le saludé, dándole un beso en la mejilla- ¿llevas mucho rato esperando? Es que se nos ha hecho tarde.
-Hola –me sonrió, abriendo la puerta del copiloto para que pudiera entrar- un rato, pero no pasa nada, ya me lo cobraré.
Lo dijo en un tono tan sensual que la sangre se me amontonó en las mejillas al recordar el encontronazo debajo de las gradas.
-¿Eso es una amenaza? –pregunté, mirándole de reojo con el ceño fruncido.
-Solo es una advertencia.
Estaba un poco harta de tener que depender de él o de mis amigas para que me llevaran a casa. Richard podía llevarme a cualquier sitio, era nuestro choferd, pero en la mayoría de las ocasiones estaba ocupado trasladando de un sitio a otro a Nina o a mi padre. Era un asco; pero estaba mi pequeño problemilla con el pánico a ponerme al volante. ¿No podía tener un miedo más normal? No sé, a las arañas o a las serpientes, como todo el mundo, no, yo tenía que tenerle fobia a los coches. Porque yo era así de normal
-Qué ¿cómo te ha ido el día? –me preguntó sin apartar la mirada de la carretera.
-Bueno, no ha estado mal –suspiré, hundiéndome aún más en mi sitio- muchas chicas. ¡Joder! No sabía que hubiera tantas alumnas nuevas que quisieran ser animadoras.
-Estamos en América cielo; ser animadora o formar parte del equipo del instituto es el sueño de todo estudiante.
-Si bueno… si tu lo dices –dije, rodando los ojos.
En cierto modo era verdad. Por desgracia en los institutos estábamos divididos según nuestro status social o nuestros gustos en lo que a música, pasatiempos, trabajos… se refería. Era una estupidez, al menos yo lo veía así, pero los jóvenes podíamos ser muy estúpidos.
Por lo general a Dilan no le gustaba correr y saltarse los límites de velocidad, al menos cuando yo iba con él en su coche. Sabía que no me gustaba ir rápido; pero aquel día tardamos escasamente diez minutos en llegar a mi casa.
Miré con extrañeza por la ventanilla del copiloto. Para llegar a la puerta de mi casa primero había que pasar por un caminito de piedra de dos coches de ancho y rodear la fuente que había en medio.
Dilan debió de darse cuenta de mi sorpresa y me miró con el ceño fruncido, intentando apartar los ojos lo menos posible del sendero.
-¿Qué pasa?
-Qué raro… -susurré hacia mis adentros.
-¿El qué?
-Mi padre está en casa.
-¿Y eso es raro? –rio con sarcasmo.
Lo miré de reojo. A mí no me había hecho gracia.
Mi padre raras veces solía estar en casa tan temprano; a decir verdad vivía en su despacho de la oficina y la casa era como una sala de recreativos para él.
-Estamos hablando de mi padre; sabes que pasa poco tiempo en casa –solté con más brusquedad de la que pretendía.
Dilan aparcó a la derecha de la fuente, aún quedaban un par de metros para terminar el camino y llegar hasta la puerta, donde estaba la limusina de Richard.
Fui a quitarme el cinturón pero cuando apreté el botón para soltar el enganche me di cuenta de que este ya estaba suelto. Miré con extrañeza. Yo recordaba haberme abrochado el cinturón, de hecho nunca montaba en un coche sin hacerlo.
-¿Pero qué cojo… -empecé a decir, pero mis palabras se vieron interrumpidas por los labios de Dilan.
Sus labios se movían con fiereza sobre los míos a la par que ascendía una de sus manos por mi muslo hasta quedar escondida por el dobladillo de mi falda. Al principio me quedé paralizada. No había visto venir a Dilan y nunca había actuado con tanta ferocidad.
Me llevó su tiempo reaccionar y salir del estado de embobamiento; de hecho hasta que no noté sus dedos acariciándome la entrepierna y abriéndose paso por mis bragitas no me di cuenta de que había estado conteniendo el aire. Lo solté de golpe.
-¡Dilan! –chillé, separándolo de mí con ambas manos.
Él se separó con clara sorpresa. Jadeaba. No sabía si por el susto provocado por mi grito o por la excitación del momento; pero una película de sudor se le había formado en la frente; mientras que yo estaba en un estado algo extraño entre una excitación morbosa y un pánico que no sabía de donde había salido.
-¿Qué pasa? -jadeó él sin quitarme los ojos de encima.
-¿Qué haces?
-Pensé que.. no sé yo pensé que quizás... después de lo de esta mañana...
-Tu lo has dicho. Esta mañana. -Respondí tajante abriendo la puerta del coche.- Adiós.
Cerré de un portazo y me fui lo más rápido que pude.
No escuché que el coche se pusiera en marcha por lo que supuse que se quedaría allí hasta que yo entrara por la puerta. Quizás había actuado mal y con demasiada dureza, pero él tampoco lo había hecho precisamente bien. Debí de haberme imaginado que algo similar sucedería. Yo habría estado dispuesta. ¿Quién no habría estado dispuesta de todos modos? Pero con la fuerza con la que me había besado y su dedos...
Sacudí la cabeza. No; no tenía que sentirme culpable por nada porque no había hecho nada malo.
La puerta de entrada estaba abierta de par en par. Nana estaba de pie en un lado de la sala con ambas manos detrás de la espalda en una postura que se me antojó demasiado formal.
Miré a todos lados. Había algo extraño en su forma de actuar.
Mi padre estaba de pie junto a la escalera y me sonrió al verme. Iba vestido con su habitual traje de chaqueta negro con una camisa blanca. Demasiado elegante incluso para él.
-¿Qué pasa? -fue lo primero que pregunté. Pasé de las formalidades.- ¿Por qué estás ya en casa? ¿No es muy temprano?
Marcus, mi padre; volvió a sonreír y me dio un beso en la frente pero no me respondió; simplemente me agarró de la mano y me llevó junto a él al lado de las escaleras. Lo miré de reojo algo extrañada. ¿Qué le pasaba a todo el mundo que actuaba de una forma tan extraña?
-¿Papá?
-¿Cielo? -sonrió, con los ojos puestos en la puerta.
-¿Qué hacemos aquí de planta parada?
-Creí que Nina ya había hablado contigo.
-Y... lo ha hecho -dudé, recordando nuestra conversación hacía un par de días. Suponía que se referiría a eso.- ¿Supongo?
-Están a punto de llegar.
-¿Quiénes están a punto de...
No pude acabar la frase; no me dio tiempo de hecho. Me quedé muda en cuanto escuché una vocecita que me llamaba y se abalanzaba sobre mí apretujándome entre sus brazos. Yo me quedé inerte, como si fuera una planta.
Una niña un poco más baja que yo de un pelo rubio platino estaba enganchada a mi cintura como una garrapata se engancharía a la piel de un can.
-Claudina -me sonrió con los ojos abiertos de par en par.
No me lo podía creer. Esa niña no podía ser Lucy. Esa chica de metro y medio no podía ser la misma niña de dos años con la que jugaba en el parque cuando era una renacuaja; en realidad parecía que la chica que estaba abraza a mí se hubiera comido a la otra.
Era impresionante lo que había cambiado en tan poco tiempo. Rubia, metro y medio, un cuerpo atlético para la poca edad que debería tener y unos ojos marrón chocolate que daban ganas de comérselos.
-¿Lucy? -inquirí con sorpresa.

-A si es que tú debes de ser Claudina -dijo una voz masculina.

Capítulo 4.

 Solo podía decir una cosa y eso era: wuau. Así es como se definía mi día, con una simple palabra: wuau. Había sido un día fantástico, de hecho, hacía muchísimo tiempo que no me divertía tanto y eso se echa de menos de vez en cuando.
Cuando bajamos de la montaña rusa la adrenalina aún corría por mi sangre a toda velocidad, incluso a más de la que había ido en la atracción. Me taponaba los oídos con cada latido de mi corazón y las piernas las tenía tan débiles que podía caerme de un momento a otro, pero aún así había sido fantástico.
-¿Estás mejor? –Me preguntó Sabine.
Ya íbamos de camino a casa; Mike era el que conducía y Sabine iba de copiloto; normalmente no me dejaban ir a mí cuando iba en el coche con ellos dos.
-Sí –respondí, con la mirada ausente a través de la ventanilla.
Claro que estaba bien, ¿cómo no iba a estarlo? Pero sabía a lo que se refería. Después de bajar de aquel mastodonte gigante, me eché a llorar. ¿Por qué? Pues la verdad es que no sabría decir el motivo; simplemente me apetecía llorar y lloré. Mike y Sabine se preocuparon por mí pero les dije que estaba bien; se pensaban que era porque me habían obligado a montar. Bueno, en parte era por eso, pero no lloraba de miedo.
-Clau, creo que tienes visita –dijo Mike, aparcando el coche en el camino de la entrada.
Me incliné un poco sobre el respaldo del conductor mientras me quitaba el cinturón.
El coche de Dilan estaba aparcado justo en frente de la puerta de entrada. Posiblemente habría ido a ver si me pasaba algo, después de lo que ocurrió el día anterior y no haberle cogido el teléfono en toda la mañana, me hacía una idea de por qué había ido a verme sin avisarme. Bueno, en realidad quizás sí que había intentado avisarme pero al no haberle cogido el teléfono no le había dado la oportunidad de decírmelo.
-El mastodonte ha venido a verte –bufó Sabine.
-Sabine… -la reprendí.- Que es mi novio.
-Sabes que no me gusta.
-Bueno, pero él lleva conmigo desde hace mucho más tiempo que tú.
Salí del coche dando un portazo antes de que pudiera decir nada más. Cuando se ponía en ese plan lo mejor era alejarse y darle la razón como a los tontos.
Sabine y Dilan no se llevaban nada bien; no sabía el motivo, simplemente no se tragaban el uno al otro. Yo lo respetaba, pero ninguno de los dos entendía que ella era mi amiga y la novia de mi hermano y él mi novio.
Me asomé por la luna trasera al interior del coche. Dilan estaba sentado en el asiento del conductor con la cabeza recostada en posa cabezas. Al parecer, llevaba tiempo esperándome.
Abrí el asiento del copiloto y entré en el coche. Él se asustó al escuchar el ruido de la puerta al cerrarse y pegó un respingo muy mono que me hizo sonreír, aunque a él no le hizo tanta gracia y me miró con el ceño fruncido.
-Vaya, la señora a aparecido. Por fin se ha dignado a dar señales de vida.
Sí, sin ninguna duda estaba enfadado.
-Hola –sonreí, con una mueca de dolor.- Lo siento, es que no he podido contestar a tus llamadas.
-¿Dónde has estado Clau? Me tenías preocupado ¡joder!
El lado malo de Dilan acababa de salir. Pocas veces se enfadaba, pero cuando lo hacía ya podías decirle cualquier cosa para tranquilizarlo que no iba a servir.
Los músculos de sus brazos se tensaron cuando le dio un golpe al volante. Supuse que podría estar enfadado o molesto, pero no tanto.
-Dilan… -empecé a decir con un susurro, pero me callé en cuanto me miró con esos ojos cargados de rabia y tristeza al mismo tiempo.
-Clau, no vuelvas a hacerme esto –dijo en apenas un susurro, cogiendo mis manos entre las suyas.- Después de cómo te fuiste ayer… pensé que había hecho algo malo y…
-¿¡Qué!? ¡No, tú no has hecho nada malo!
Claro que no había hecho nada malo, la que lo había hecho había sido yo dejando salir a mi lado psicópata y controladora compulsiva de la comida que me hacía ser insegura. Tener o no tener sexo con mi novio, no era el problema, sabía que a Dilan ese tipo de cosas no le importaban, el problema residía en que yo no había confiado en él y pensaba que dejaría de gustarle si me veía como yo me veía a mí misma.
La sensación de poder que había experimentado en la Montaña rusa se fue tan pronto como había venido, dejando al vacío en su lugar. ¿Siempre sería así?
-Dilan, cielo, en serio… no tienes la culpa de nada, fui yo, es decir soy yo.
-¿Qué pasa? Sabes que puedes decirme lo que sea Clau, puedes confiar en mí.
-Lo sé, sé que puedo, pero… no fue nada –sonreí, intentando restarle importancia al asunto- solo una tontería; ya estoy mejor.
-¿Segura?
-Segura –asentí.
Me deslicé por la superficie de cuero del BMW hasta quedar más cerca de él y así tener mejor acceso a sus labios.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí?
-No te lo vas a creer –se rio, pasándose las menos entre el pelo- pero desde después del almuerzo.
¡Por el amor bendito! ¡Eso eran cinco horas! Había pasado cinco horas metido en su coche, en la puerta de mi casa esperando a que yo apareciera y decidiera dar señales de vida mientras que estaba en el parque de atracciones evitando sus llamadas. Me sentía la peor persona del mundo.
-¿Cinco horas aquí? –medio grité
Mi expresión debió de ser de lo más divertida pues él se empezó a reír a carcajadas, aunque noté un deje de nerviosismo en su voz.
-Más o menos sí.
-Buf… -resoplé, alejándome un poco de él- ¿estás loco?
-Más o menos sí y tú tienes la culpa.
-Madre mía, cinco horas metido en el coche con el calor que hace. ¡Capaz de haberte dado una insolación! Ya, ya sé que yo tengo la culpa, lo siento, Dilan en serio… no había escuchado el móvil.
-No, no tienes la culpa de eso –negó, con una sonrisa.
Vale, me había perdido por completo. Primero me decía que yo tenía la culpa, pero que no era de que se hubiera pasado cinco horas en un coche. Si no era de eso ¿de qué era?
-¿A no?
-No –se acercó hasta quedar su barbilla apoyada en mi hombro- tienes la culpa de volverme loco.


Definitivamente si buscabas en Google la definición de novio perfecto ahí aparecía la cara de Dilan con su brillante sonrisa, sus ojos color chocolate y su perfecto y musculoso abdomen plano y ya puestos, si buscaban la definición de ¨gilipollas¨ aparecía yo; porque ya había que ser gilipollas para hacer lo que yo había hecho.
Nos pasamos un buen rato en el coche, abrazados a pesar del calor que hacía mientras yo no paraba de disculparme una y otra vez y él no paraba de decirme que no pasaba nada, que era tonta por sentirme mal y que todos teníamos días malos, solo que si volvía a tener alguno que por favor se lo comunicase. ¿Veis? Novio perfecto.
Cuando entré en casa el olor del estofado que Maggie, la cocinera, había preparado para cenar me golpeó en la cara como un jarrón de agua fría. Odiaba la carne.
Me asomé al salón y la mesa de cristal con espacio suficiente para más de doce comensales ya estaba casi preparada para la cena. A mí me gustaba más cenar en el saloncito, con la televisión puesta como hacía cuando mi padre no estaba en casa y solo comía yo, pero cuando el Señor Marcus rondaba por la zona, eso era algo prohibido.
-¡Ya estoy en casa! –grité.
No me esperaba ninguna respuesta que no fuera la de Nana saludándome como hacía siempre, por lo que me asusté cuando escuché la voz de mi padre.
-Hola cielo.
De un bote, giré para quedar de cara a él, que salía del salón con su típico traje chaqueta abotonado hasta el cuello. Era imposible que no tuviera calor; aunque así era mi padre. Siempre llevaba traje aunque hiciera cincuenta grados.
-Hola papá –sonreí sin muchas ganas.
-¿Hola papá? ¿Eso es todo? –extendió los brazos para que fuera a darle un abrazo y así lo hice.
Bueno, estoy de acuerdo que quizás un ¨hola papᨠera un saludo soso teniendo en cuenta que a lo largo de la semana podía verlo escasamente unas…. Diez horas, pero aún seguía enfadada con él y aún más por haberme regalado esa estúpida caja de bombones. No podía regalarme un pañuelo, no, tenía que regalarme bombones. ¡Es que hay que joderse!
-¿Qué tal estás cielo?
-Bien –contesté con desgana- ¿cómo que estás hoy en casa?
Con una mano puesta en mi hombro derecho, me guio hasta el sofá de cuero negro que había en medio del salón. Ese dichoso sofá donde te quedabas pegada cuando hacía mucho calor y te morías por congelación cuando hacía frío. Sí, era una quejica.
El sofá estaba justo en medio de la sala, junto a una mesita con una lámpara de lectura de madera con pequeños grabados hindúes. La compramos en unas vacaciones vacaciones hacía ya mucho tiempo. A mí se me antojó y como no me callaba, mi padre la compró. Sabía cómo hacer que me hiciera caso… a veces.
Una televisión de 30 pulgadas descansaba sobre la pared, frente al sofá y los dos sillones a juego. Más que una televisión era como mi propia pantalla de cine. No solía ver la televisó, los programas de tele-basura no me llamaban la atención y si quería ver una película, solo tenía que irme a la sala de proyección, pero no estaba mal.
La tenue luz del crepúsculo entraba a raudales por la enorme cristalera que daba al patio delantero, bañando las dos plantas que había a cada lado. También había un escritorio y una mesa un poco más grande donde comía de vez en cuando, aunque normalmente servía de despacho para Nina, cuando decía que necesitaba inspiración para sus diseños.
Justo en frente, en la otra punta, había una pequeña chimenea que solía estar siempre encendida en los días de invierno. Cuando era pequeña, Nana y yo nos sentábamos en el suelo sobre las mantas, y hacíamos nubes tostadas con galletas. ¡Qué tiempo!
-¿Qué pasa? ¿Es que un padre no puede llegar a casa antes del trabajo?
-Sí, pero no un padre como tú –respondí tajante, con los brazos cruzados y el ceño fruncido mientras me dejaba caer sobre el sofá.
-¿Y cómo es un padre como yo? –se rio.
Me había pillado, sabía que estaba enfadada y que quería pelea, pero no me iba a dar el gusto a si es que contraatacó bien. Me iba a costar más de lo que creía buscale las cosquillas.
-Uno que chantajea a su hija.
-Vaya ¿yo te he chantajeado? –rió aún más alto haciéndose el ofendido.
-Tenías que llevarme a clase papá
Ala, directa al grano, pasaba de andarme con rodeo porque visto lo visto no iba a funcionar y estaba muy cabreada como para dejarle que se saliera con la suya. Si estaba cansado del trabajo que se jodiera, yo estaba cansada de ser ignorada.
-No empieces Claudina. Sabes que…
-Sí, ya, ya –le resté importancia con un movimiento de la mano- tenías mucho trabajo.
-Exacto y sabes que…
-Sí, papá, que gracias a tu trabajo puedo tener todo lo que quiera –suspiré.
Ala, como siempre había ganado él y eso que no había dicho practicante nada, pero sabía de más que soltarme el rollito de padre frustrado que trabaja mucho me aburría tanto como para dejar la discusión a su favor. Desesperante.
Cogí el mando y encendí la televisión. Cualquier hija que se precie estaría deseando de contarle a su padre cómo le había ido el día, aunque claro, cualquier padre que se precie también le habría preguntado a su hija cómo le había ido el día en lugar de echarle el mismo sermón de siempre cuando su hija estaba indignada con él.
No sé ni para que la encendí, solo había programas de tele-basura donde unos se insultaban a otros. Mi padre me miró con el ceño fruncido cuando dejé uno al azar, diciéndome con la mirada que cambiara de canal; no le gustaba que viera ese tipo de programas, aunque a veces era divertido ver cómo se tiraban de los pelos. Decidí que lo mejor era marcharme a mi cuarto hasta que Nana me llamara para la cena, pero al parecer, Nina no pensaba lo mismo que yo.
-¡Marcus! ¡Dios, esto es horrible!
Entró como un huracán en el salón tapando el micrófono de su móvil anticuado. Era muy curioso que una diseñadora de moda tan famosa tuviera un móvil que en lugar de parecer un móvil tuviera pinta de roca prehistórica, pero así era ella.
-¿Nina? –Pregunté preocupada- ¿Estás bien? ¿Qué pasa?
-No, no estoy bien cielito. Marcus, tenemos que hablar.
Y así es como se echa a una persona de una conversación de una forma tan sutil que no hace falta ni que te lo digan dos veces.
*Bah, paso*.
-Vale, sobro –mascullé entre dientes- no hace falta que lo digas.
¿Respuesta? Ninguna, mi padre y Nina se marcharon al despacho de mi padre y yo directamente no me molesté ni en volver a sentarme, me marché a la habitación, me cambié de ropa y bajé a toda velocidad al estudio de ballet. Pronto empezarían las clases en la Academia de Ballet de la profesora Rita. Puede que suene a nombre cutre de película cutre, pero esa Rita era una de las mejores bailarinas que habían visto los escenarios de todos Estados Unidos. Sufrió una lesión en la rodilla que la obligó a retirarse de su carrera como bailarina pero que no le impidió proseguir como profesora. Tenía un humor de perros día sí y otro también pero me encantaba y yo a ella. En muchas ocasiones me había dicho que yo era su alumna favorita, puede que se lo dijera a todas, pero ese tipo de cosas son por las que me levantaba cada día y luchaba para ser una bailarina profesional mientras me pateaba el culo tanto en su clase como en mi casa.
Quería ser como ella.

martes, 15 de julio de 2014

Iniciativa encuentra a tus lectores.

  Es una iniciativa para encontrac lectores para nuestros blogs creada por una chica en la que solo tienes que seguir dos pasos:
1- comentarle en su blog, poniendo estos dados:
-Nombre.
-Blog y/o wattpad.
-Nombre de la novela o novelas.
-Portada (si tiene)
-Sinopsis.
-Alguna información que consideréis imprescindible.
2-Poner esta foto en vuestro blog y/o blogs:

La verdad es que creo que es una idea muy interesante, a si es que venga, animaros a participar ;)
Para contactar con el blog, os dejo el enlace: http://losviajespornaralon.blogspot.com.es/2014/07/iniciativa-encuentra-tus-lectores.html?showComment=1405422791270#c1697944825558303400

lunes, 14 de julio de 2014

Capítulo 3.

  Incluso antes de abrir los ojos ya lo había escuchado coger impulso con un gruñidito y saltar sobre mí.
-¡Despierta Claudina!
  Claudina, detestaba que me llamaran así. No comprendo en qué narices estarían pensando mis padres al ponerme ese nombre; algo como ¨vamos a llamar a nuestra hija Claudina, así le jodemos la vida, ¿qué te parece cielo?¨. No me gustaba nada, por eso me enfadaba tanto con mi hermano Mike cada vez que me llamaba así; sabía que no lo soportaba, que prefería que me llamaran Clau o incluso Dina, pero no por mi nombre completo.
-¡Quita de encima capullo! –exclamé, pegándole un guantazo en la coronilla; pero no lo hizo, no se quitó.
-¡Vamos, vamos! ¡Despierta! –seguía gritando a la vez que me zarandeaba por los hombros.
  Se iba al día siguiente de vuelta a su universidad; las clases ya habían empezado pero él y su novia Sabine habían decidido alargar un poco más las vacaciones. ¿Qué si quería que se fuera? Para nada; incluso si por mi fuera me marcharía con ellos.
-Estoy despierta –me reí entre sacudidas- ¡estoy despierta!
-Bien. –De repente, paró en seco y se puso de rodillas sobre mi cama. Me miraba muy serio, tanto que hasta me dio miedo.- Porque tengo algo que decirte…
-¿El qué?
-¡Guerra de cosquillas!
-¡No!
  Intenté frenarlo, incluso me puse a dar patadas en el aire como aquello que fuera una experta en artes marciales; pero en una guerra de cosquillas, Mike siempre ganaba y yo tenía las de perder.
  Le supliqué, le rogué incluso hasta lloré, no sé si de la rabia por no ser capaz de sacármelo de encima o como efecto secundario de mis carcajadas forzadas; pero no funcionó nada.
-Mike, Dios, Mike para –supliqué medio ahogada- para ya por favor.
-Nop.
-Joder Mike, que me hago pis.
  No era mentira, me hacía pis. Como costumbre mañanera siempre iba al baño después de levantarme y si a esa costumbre le añades una guerra de cosquillas lo que sale es una bomba de relojería. Mi vejiga estaba a punto de estallar.
-Mike, Mike, en serio, déjame. ¡Que me hago pis!
-Ay, la bebé se hace pis –se burló de mí, haciendo pucheros.
-¡Sí! –chillé.
-Vale.
  Paró; por fin paró y no me lo pensé dos veces. Salí disparada hacia el cuarto de baño. Estaba justo en mi habitación a dos pasos de mi cama, pero esos dos pasos fueron como cincuenta mil kilómetros. Pensaba que no llegaba.
-¡Te odio! –grité desde detrás de la puerta.
-Sabes que no Claudina.
-¡Que no me llames así!
  Sabía que solo lo hacía por molestarme. Se supone que debería haberme dejado enrabietar dado que era su último día, pero si lo hacía, no tendría gracia además de que no me daba la gana de que se cachondeara de mí.
  Supongo que el lado bueno de la muerte de mi madre –si es que tenía un lado bueno, solo estoy siendo optimista- es que la relación entre Mike y yo se estrechó hasta el punto de convertirnos en inseparables.     Cuando se marchó a la universidad me ofreció irme con él y acabar el instituto allí, pero obviamente le dije que no; no por mí, sino por mi padre.
-Tengo planes. Para hoy y tú –me señaló con el dedo índice en cuanto salí del baño- estás en ellos.
-Pues déjame decirle al señor ¨tengo planes para hoy¨ que hoy tengo instituto. -Me incliné sobre la cama y cogí el teléfono móvil. Tenía tres llamas perdidas de Dilan de la noche anterior. Había escuchado el móvil, pero no me apeteció cogerlo y tampoco iba a llamarlo. Tenía que haber sido yo la que lo hubiera llamado después de mi comportamiento tan… extraño, pero no tenía ganas. El reloj marcaba las siete en punto– Y llego tarde.
-Hoy no irás.
  Lo dijo tan normal, como si no se tratara de una elección y lo tuviera que hacer sí o sí.
-¿Cómo que no iré? –pregunté sorprendida.-Claro que iré, tengo que ir. Ya sabes como es papá, además es mi segundo día, no puedo faltar.
-Vamos a pasar el día juntos –me miró con una sonrisa, enarcando las cejas.
  El plan sonaba genial; ¿pasar el día entero con mi hermano antes de irse? Por mí que fueran todos los días así; pero no podía saltarme las clases. No el segundo día; no en último curso.
  Mike se percató de que estaba entrando en duda: ¿ir o no ir? Y lo aprovechó. Sabía que sentía debilidad absoluta por los ojos muy abiertos, pucheros y alguna que otra lagrimita de cocodrilo. Bueno, en realidad todo el mundo lo sabía.
-Por fa –suplicó, juntando las manos sobre su regazo- por fa, por fa…
-Mike por el amor de Dios, que tienes veinte años –me reí, dirigiéndome al cuarto de baño para darme una ducha- ¿en serio?
-¡No seas aguafiestas! ¡Sabes que será genial ¡ ¡Tú, Sabine y yo! Venga, anda….
  Sabine era una chica fantástica, la verdad es que era la novia que mejor me caía de todas las que mi hermano había tenido. Llevaban juntos casi un año pero parecía como si se conocieran de toda la vida. Eran la atípica pareja a la que si veías por la calle dirías: ¨son la pareja perfecta¨. Desde que empezaron a salir iban juntos a la mayoría de los sitios, pero sin llegar a punto de ser pegajosos. Podías estar a sola con ellos como si fueran simplemente amigos.
-¿Me llevo las velas? –pregunté con ironía, pero él no me entendió. Se limitó a mirarme con cara rara y a esperar que llegara la explicación.- Lo digo por ir de sujeta-velas y tal.
-¡Sabes que no somos así! –un grito de histeria se escuchó detrás de la puerta.
  No pude aguantarme y me doblé de la risa. Sabine odiaba que hicieran ese tipo de bromas. Por lo que me había contado sus experiencias con novios anteriores no habían sido muy buenas y ahora que estaba con mi hermano, no quería fastidiarlo.
  Entró en la habitación como un huracán enfurecido. Ella era delgadita y baja, incluso más que yo. Cuando vino era tan blanca que no se la distinguía de la pared, pero después de un verano en Los Ángeles su piel se había tostado, haciendo un bonito contraste con su pelo castaño.
  No podía tomármela en serio cuando se enfadaba, me era imposible.
-Bueno, vale. En caso de que vaya con vosotros –ambos se miraron y sonrieron- ponen faltas Mike, necesitaré justificarla y ya sabes cómo es papá…
-¿Necesitas un justificante como este? –Sabine levantó un papel en blanco y lo agitó en el aire con una sonrisa- Lo tenemos todo pensado baybe .
  Vale, me habían pillado. ¿¡Es que lo tenían todo preparado o qué!? Solo me estaba poniendo escusas a mí misma. Claro que quería saltarme un día de instituto para pasarlo con mi hermano y su novia; de hecho, lo estaba deseando y me estaba costando horrores negarme. Pero en aquel instituto podían ser muy exigentes con las faltas de asistencia, demás, tenía Historia del Arte y ya había empezado con mal pie en esa asignatura.
-Está medio convencida –le dijo Mike a Sabine con una sonrisa- lo sé, la conozco. ¡Venga Clau, vente! ¡Joder, que nos vamos mañana y hasta navidades no nos ves!
  Desde luego, mi hermano sabía cómo hacerme sentir mal.
  Los miré pensativa, decidiendo qué hacer. Una parte me decía que sí, que adelante, pero la parte racional me decía que no debía hacerlo.
*Es tu hermano; se va mañana. ¡Por el amor de Dios! ¡Que le den al instituto!*
-Está bien –asentí, finalmente- iré.


  Mike se hizo pasar por mi padre y se encargó de llamar al instituto y comunicar que me había puesto enferma; solo esperaba que la mentira colara, porque si no me caería una buena; eso y que mi padre no se enterara.
  Después de una hora de trafico, conseguimos llegar al parque de atracciones. Ese era el fantástico plan de mi hermano; pasar el día en el parque de atracciones. La verdad que tenía mejor pinta que pasarme todo el día con el culo pegado a una silla atendiendo en asignaturas que ni siquiera me gustaban; además, hacía bastante tiempo que no iba. De hecho, creo recordar que la última vez fue cuando yo era una renacuaja y mi madre aún seguía con nosotros y teniendo en cuenta que el accidente de tráfico fue cuando tenía al rededor de unos siete años; sí, hacía mucho tiempo que no iba.
  Sabine y mi hermano me llevaban de un lado para otro; parecían dos niños pequeños en una tienda de chucherías, pero era divertido; al menos para mí, aunque cuando discutían sobre qué atracción montar ahora, me tocaba a mí dar el último veredicto y aunque me decían que no se enfadarían si elegía la atracción del otro... no era cierto. Mike ya me había dado dos capones por ponerme en el bando de Sabine.
-No es mi culpa -me reí, encogiéndome de hombros- me gustan más sus atracciones.
-¡Ja! ¡Chúpate esa! -se burló Sabine, señalándolo con los dedos índices mientras hacía un bailecito muy mono- Las chicas nos entendemos, ¿verdad que sí?
-Si digo que sí, me llevaré otro capón -refunfuñé, palpando la zona dolorida.
-Está bien -sentenció mi hermano- pero a la próxima elijo yo.
  En ocasiones era un poco infantil y aún podía ver a ese niño rubio de ojos claros reflejado en su silueta. Me gustaba.
  Desde luego, Mike había cambiado un montón y diré a su favor, que para bien. Cuando era pequeño tenía el pelo tan claro que parecía casi blanco; por suerte se le había oscurecido un poco, y ahora era una mezcla entre rubio y castaño. De cuerpo no era lo que podríamos denominar un sex-simbol, pero no estaba mal; aunque quizás yo no lo veía de esa marera por ser mi hermano y el resto de las chicas sí. Me preguntaba qué verían en él.
-Yo propongo que vayamos a comer algo. Tengo hambre.
-Pero... -miré a Sabine con el ceño fruncido- ¿no querías montar en los coches chocones?
-Sí, pero me ha entrado hambre de repente.
-Chicas -musité, poniendo los ojos en blanco.
-Ni que tú no fueras una -se quejó, dándome un empujón.
  Claro que era una chica, al menos hasta donde yo sabía, tener pecho y vagina era de ser chica, pero a veces tenía unos gustos un poco raros. Mientras que el resto de chicas preferían ir de compras, yo prefería estar leyendo o jugando a videojuegos. Mientras el resto de chicas preferían tener un novio guapo con una tableta escultural y sobrehumana, a mí me daba igual el aspecto que tuviera; solo quería estar a gusto con él y que él lo estuviera conmigo. Sí, Dilan pertenecía a ese tipo de chicos monumentales de revista, pero no fue en eso en lo primero en lo que me fijé. Os lo puedo asegurar.
-¿Perrito o hamburguesa? -preguntó Mike.
  En vez de ir a uno de los supe-rmega-hiper restaurantes que había en el parque, Mike se fue directo a uno de los puestos de comida rápida que había repartidos por todos lados. Solo el olor de la carne quemada me revolvía las tripas.
-¿En serio? -lo miré con las cejas levantadas- ¿Soy vejetariana desde cuándo? ¿Diez años?
-Entonces ensalada -asintió, volviéndose hacia el dependiente.
-Tu hermano y sus despistes -rió Sabine.
  Me tenía cogida por el brazo y estábamos apoyadas en una de las barandillas que separaba el camino principal de las atracciones.
  Los iba a echar de menos y mentiría si no dijese que sobretodo a Sabine. La conocía de un mes, dos a lo sumo; no recordaba cuánto tiempo había pasado desde que llegaron a casa, pero esa niña me caía genial.   De no haber sido la novia de mi hermano incluso podríamos haber sido mejores amigas.
-Aquí tienen las señoras.
  Al parecer lo de la ensalada solo fue una coña de las muchas que me hacía mi hermano. Siempre se metía conmigo en los temas referidos con la comida. Aunque algunas cosas no me hacían gracia. Me alegraba que al menos uno en la familia viera los problemas desde otro punto de vista.
  Mike le dio su hamburguesa a Sabine y a mí un cartucho de patatas calientes. En cuanto le di el mordisco a la primera patata empezaron los remordimientos.
  ¿Por qué tenía que ser así? ¿No podía ser como el resto de personas normales que habitaban la Tierra? A ver, no es que me considerase un bicho raro; lo primero que me dijo la Dra. Maya es que no era la única que tenía un trastorno alimenticio, pero yo me sentía así. Como si fuera la única, como si estuviera loca. Yo no veía comida donde los demás sí; yo veía calorías correr ante mis ojos como si estuvieran haciendo una maratón.
  Yo sabía que mi peso estaba entre los límites teniendo en cuenta mi altura de metro sesenta y ocho, incluso me acercaba más al límite bajo que al alto, pero aún así no lo veía. Cuando me miraba en un espejo solo veía grasa por todos lados.
  Un día me levantaba de la cama y me decía a mí misma ¨¡oh Clau, estás estupenda!¨, pero al día siguiente me levantaba y me gritaba cosas como ¨¡vaca gorda!¨. Una completa pesadilla.
-He cambiado de opinión -alcancé a oír a Sabine decirle a mi hermano a oído. Lo siguiente ya no lo escuché.
  Ellos iban un par de pasos por delante de mí. Entre paranoia y paranoia me percaté de que estaban deseando tener un momento de intimidad y a mí no me vendría nada mal estar sola con mis pensamientos aunque fuera un microsegundo, a si es que decidí darles su espacio.
  Era divertido ir al parque de atracciones. Me sorprendió la cantidad de gente que había tenido en cuenta que era día laborable y que los niños tendrían que estar en clase -como yo- pero la mayoría tenían pinta de ser extranjeros. Vi a todo tipo de personas, desde colombianos hasta japonenes o al menos eso pensé yo al ver sus ojos rasgados, aunque para mí todos eran chinos.
  Me acerqué a una papelera y tiré el cartucho de patatas vacío. Tampoco me gustaba eso de tirar la basura al suelo, ya no por el simple hecho de que estuviera feo ir caminando por la calle y encontrarte con envoltorios de chicle o con latas de alguna bebida refrescante, sino por el medio ambiente. Mi padre decía que de mayor sería una gran abogada y defendería los derechos ambientales; a lo que yo simplemente no respondía.
-¡Clau! -me llamaron Mike y Sabine a la vez- ¡Vamos, date prisa!
-¡Tengo que ir al baño! ¡En seguida vengo!
  Cualquiera que nos estuviera escuchando pegar semejantes voces en medio del paseo pensaría que si estábamos locos.
  Tenía las manos algo pringosas de la grasa de las patatas y necesitaba lavármelas urgentemente; eso y enjuagarme un poco la boca; no quería tumbar a alguien con el tufo a patatas fritas de mi aliento; aunque entrar en el cuarto de baño no fue muy buena idea.
  No se trataba de uno de esos portátiles que solían poner en la playa durante los festivales, sino de uno de los de verdad; de los que están hecho con cemento y huelen a lejía y ambientador barato. Había distintos apartados para que la gente no tuviera que esperar demasiado; por suerte estaba medio vacío y pude entrar enseguida.
  En cuanto vi la taza del retrete, los pensamientos contradictorios y las bombas de ataque salieron a flote.   Me recordaba a la típica situación de película en la que el protagonista no se decide por algo y aparecen un ángel y un demonio sobre sus hombros; solo que esto era mucho más macabro. Mi ángel era un yo en gordo y mi diablo era un yo perfecto. Deprimente.
¨¿Estaba ricas las patatas eh, foquita?¨ -decía mi yo diablo- ¨¿sabes lo que engordan? Como sigas así te pondrás como un tonel; ¿eso es lo que quieres?¨
¨¡Déjala en paz! No es cierto Clau, ya sabes que por un par de patatas no pasa nada¨- contraatacaba mi yo ángel.
¨Lo dice la gorda ¿no?¨
  Aquello era un no parar, siempre así. Yo no quería hacerlo, lo juro que no quería meterme los dedos en la boca y devolver aquellas patatas tan sabrosas y ricas, pero no tenía otra elección.
  No sé si por suerte o por desgracia, el destino decidió que ese no era el momento de purgarme y alguien llamó a la puerta de mi cubículo con un cabreo desmesurado. ¿Qué me estaba pasando?
  Me lavé las manos a toda prisa y salí de ese sitio. Sentía que si me quedaba un solo segundo más allí me entraría un ataque de ansiedad. Tenía las manos algo sudadas y tuve que secarmelas en el dobladillo de mi vestido.
Sabine y Mike me esperaban fuera, apoyados contra la pared del baño.
-¡Joder! ¿Qué has meado el río Nilo?
No contesté. Le sonreí con cara de niña buena y me encogí de hombros.
-En fin. ¡Vamos! -Sabine me agarró de la mano y tiró de mí con fuerza- ¡Vamos a montar ahí!
-¿Dónde?
-Ahí -señaló a la nada con una sonrisa en los labios.
  Seguí la dirección de su mano y cuando vi a lo que se refería pensé que me caería redonda al suelo. Mi cara tuvo que ser un auténtico poema, pues mi hermano se empezó a partir de la risa y cuando quise darme cuenta, ambos tiraban de mí. En algún momento del lapsus tuve que gritar y decir que no, no me acuerdo, pero ellos no paraban de reír.
  La gente nos miraba con caras raras, como aquello de que perteneciéramos al circo o fuéramos algún tipo de alienigena extraño. Estaba pegando demasiadas voces.
-¡No pienso subirme ahí! -chillé, tirando hacia atrás para intentar soltarme.
-Sí que lo harás querida hermana.
-¡No! ¡No Mike por favor!
Ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que le había suplicado por algo a lo largo del día y eso que solo acababa de empezar.
-Venga Clau, si no pasa nada -intentó tranquilizarme Sabine; aunque decir eso con una sonrisa diabólica en la cara no es que fuera demasiado tranquilizador.
-¡No! ¡Socorro!
  Ni socorro, ni chillidos, ni súplicas. ¡A la mierda! Yo había intentado ser razonable con ellos a si es que la patada que le di en la espinilla a mi hermano se la tuvo más que merecida. Eso me dio tiempo a escapar y correr ¿cuánto? ¿medio metro antes de que me cogiera por la cintura y me subiera a su hombro? Lo odiaba.
-Te odio.
-Sabes que no.
-Sabes que sí.
  No sé por qué, pero era capaz de hacer un porté subida sobre los hombros de un bailarín y me daba miedo montarme en una Montaña Rusa. Nunca había montado, pero desde que vi una película en la que uno de los vagones se soltaba y las personas que iban dentro salieron volando por los aires -ninguno sobrevivió, obviamente- les cogí pánico y si a eso le sumábamos la velocidad, los giros, las vueltas y el ponerme bocabajo suspendida a más de cien metros del suelo... digamos que la cosa empeoraba aún más.
-Tres entradas por favor -le dijo Sabine al encargado.
  Yo estaba bocabajo sobre el hombro derecho de Mike, pero pude ver a través del hueco entre su brazo y su tronco la cara de incertidumbre del hombre. Me miraba con los ojos muy abiertos y el ceño fruncido, una expresión que nunca antes había visto. Rezaba porque no los dejara pasar.
-¿Qué le pasa? -preguntó el hombre, refiriéndose a mí.
-Nada, es solo que es tímida -rió Sabine.
-Sabéis que si no quiere montar está en su...
-¡Es que no quiero mon...! -Mike me tapó la boca antes de que pudiera acabar.
-Es una bromista. Hicimos una apuesta y no quiere saldarla; ya sabe.
-Está bien...
  Ya daba igual si había potado o no en el cuarto de baño, lo haría subida a esa cosa.
Mike me llevó cogida en brazos hasta que nos sentamos en los vagones. Él se sentó a mi lado y Sabine iba detrás de nosotros, con un chaval de unos doce años. ¿Por qué él sí y yo no? Es decir: ¿por qué él no le tenía pánico a esa cosa y yo sí?
-Me las pagarás -musité de brazos cruzados.
-¡Venga ya Clau! Te va a gustar. Lo sé.
-¿A sí? ¿Y cómo lo sabes?
-Soy tu hermano -me miró con los ojos muy abiertos y moviendo las manos frente a mi cara, como si fuera una bruja de esas que dicen que adivinan el futuro.- Yo lo sé todo.
-Vete a la mierda.
  Hay distintos tipos de terror. Esta el que sientes viendo una película de miedo; ese que a pesar de que te asusta, también te gusta. También esta el terror de cuando te viene tu primera regla; que manchas sangre al orinar y no sabes el motivo. El terror de tu primera vez; cuando solo piensas ¨eso es imposible que quepa por ahí¨ y luego está el terror que yo sentía en esos momentos. Era como todos los terrores juntos pero en uno. No entendía por qué le tenía tanto pánico, solo que no saldría nada bueno de esa experiencia.
  Tuvimos que esperar varios minutos hasta que toda la gente hubo montado; minutos que para mí fueron como horas y horas eternamente largas, pero en cuanto sentí que aquel mastodonte se movía, fue como si todo desapareciera y solo estuviéramos la Montaña Rusa y yo.
*No pasa nada Clau, es solo una vuelta, como viajar en un coche... ¿es como viajar en un coche? Dios... ¡Voy a morir!*
  Al principio iba despacio, un movimiento casi inexistente si no llega a ser por el sonido de las ruedas girando sobre el carril. Tenía los ojos cerrados, apretados con fuerza. No quería verlo. ¿Cómo algo tan estúpido podía darme tanto miedo?
  La sensación de hormigueo en el estómago, como los nervios que siempre he sentido antes de una actuación, empezó a surgir en mí. ¡Dios! ¡Cómo me odiaba en esos momento! Parecía una estúpida cría de cinco años, pero lo peor de todo era precisamente eso, que la peor parte aún no había llegado. Llegó cuando subimos a lo alto y caímos en picado.
  El aire me golpeaba en la cara con tanta fuerza que me costaba respirar. El pelo volaba libre al viento mientras que mis manos se aferraban a la barra de sujeción del vagón.

Noté algo húmedo en mis mejillas y entonces fue cuando me di cuenta de que estaba llorando, pero lo extraño de todo era que no se trataba de lágrimas de terror o de tristeza, sino lágrimas de alegría. ¿Estaba llorando de alegría? Sí, lo sé que suena muy estúpido sobretodo después de decir que estaba jodidamente aterrada, pero es verdad; lloraba de alegría. Por primera vez en mucho tiempo me sentía libre. Era algo raro, pero me sentía… bien.
  La presión de las clases se disipaba, el sentimiento de culpa por haberme comido ese cono con patatas fritas se apagó, quedó escondido bajo el sentimiento de poder; la voz de mi padre quedó ahogada por mi propia voz que decía que se callase. Todo, absolutamente todo me dio igual en ese momento.
-¿¡Clau!? –gritó mi hermano a mi lado para que pudiera oírle por encima del viento- ¿¡Estás bien!?
  ¿Qué si estaba bien? ¡Estaba mejor que nunca! Sentía que podía con cualquier cosa que me pusieran por delante.

-¡Sí! –me reí, abriendo por fin los ojos y viendo lo que se cernía delante de nosotros.- ¡ESTOY MEJOR QUE NUNCA!