lunes, 25 de agosto de 2014

Capítulo 10.

El dolor de cabeza era atroz. Aún sigo sin entender por qué cuando menos quieres tus sentidos se desarrollan de tal forma que todo se multiplica por diez, jodiéndote la vida.
Después de haberme pasado prácticamente la noche en vela y con un sofocón monumental, no era de extrañar que me sintiera como una muñeca de trapo; es decir: vacía, frágil y asustada.
Había sido una noche muy rara, de hecho recordaba haberme sentido así; rara, porque no podía describir de otra forma el sentimiento de haber pasado la noche abrazada a Lucas, llorando como una mocosa mientras él me consolaba.
Cuando salí del baño y lo vi de pie, mirando la puerta de la que yo había surgido con cara de desdén, me quedé en un estado de incredulidad del que yo misma sabía que me iba a costar salir. Todas las emociones se amontonaron de golpe en mi pecho; el miedo, la incertidumbre, el terror, la vergüenza...
-¿Qué demonios haces aquí? -fue lo único que pude decir, esforzándome por no echarme a llorar. Pero al ver que Lucas no contestaba, que simplemente estaba de planta parada con sus ojos puestos en mí, perdí el control.- ¡¿QUÉ DEMONIOS HACES AQUÍ?!
Al parecer para ese chico no existían las palabras y me estaba sacando de mis casillas. Cualquier persona me habría pedido explicaciones; pero ¿explicación de qué? Ni siquiera sabía si me había escuchado o en qué narices estaba pensando.
Lucas avanzó hasta mí y se sentó a mi lado con la espalda apoyada contra la superficie esmaltada de la puerta y simplemente me abrazó. Sí; pasó sus brazos por mi cuerpo y me estrechó contra él. Quizás fue eso lo que me hizo venirme a bajo y empezar a llorar; porque no pude parar.
Me sentía inútil por no haber supuesto que alguien, en algún momento me descubriría, ya lo habían hecho ¿por qué no otra vez? Me sentí impotente por estar llorando delante de Lucas. Me sentí vulnerable y pequeña. Me sentí frágil y sobretodo decepcionada conmigo misma. Sabía las consecuencias que traería volver a jugar con eso, por entrar en un mundo del que no podía salir libremente, en el que los impulsos me controlaban y perdía la razón de ser; y yo había vuelto a caer. Y a pesar de todo, me sentía asustada porque sabía que Lucas se lo diría a mi padre.
-¿Qué haces?- sollocé contra su pecho, con los brazos inertes a cada lado de mi cuerpo.
-Abrazarte -susurró, con la barbilla apoyada en mi coronilla.
-¿Por qué no has salido corriendo a buscar a mi padre? Nana lo hizo.
-Yo no soy ella -sentenció y ahí supe que la conversación había acabado.
Fue breve, fugaz, pero a la vez... lo describiría como intenso. De haber sido cualquier otra persona, en esos momentos habría salido corriendo para publicarlo a los cuatro vientos, en cambio Lucas permaneció a mi lado toda la noche, sin despegarse de mí ni un segundo.
Supongo que en algún momento me quedé dormida, cediendo al cansancio ya que me encontraba en mi cama, arropada con una manta y la última imagen que guardaba en mi cabeza, de la noche anterior era la camiseta gris del muchacho.
*Dios mío... soy un desastre* suspiré mentalmente.
Si por mí hubiera sido habría permanecido en la cama durante todo el día, pero en mi casa, incluso los sábados, había que madrugar, aunque al parecer ese día me habían dado un poco más de margen, ya que cuando miré el reloj eran las diez de la mañana.
Retiré la manta y me dirigí directa al cuarto de baño. Tenía el cuerpo entumecido y me dolía la cabeza tanto que parecía que alguien estuviera cortándome las neuronas a pedacitos. Una ducha de agua caliente me reconfortaría, aunque fuera un poco.
Cuando me miré al espejo, vi mi cara roja e hinchada por el llanto. Unas ojeras oscuras bajo los ojos hacían que mi rostro pareciera más pálido de lo que en realidad era y el pelo negro enmarañado parecía un nido de cuervos.
-Desde luego, estás estupenda -dije, con una voz cargada de sarcasmo.
Era extraño que Nana no hubiera pasado ya por mi cuarto con la voz puesta en el cielo para levantarme de la cama. Yo no era una persona remolona, la verdad es que me gustaba madrugar, así aprovechaba más el día y sobretodo ahora que la fecha para la inscripción en la Universidad de Nueva York estaba cerca. Todavía no se lo había dicho a mi padre, debía hacerlo, más pronto que tarde, pero sabía cuál sería su respuesta y eso solo me llevaría a enfrentarme a él y cuando alguien se enfrentaba a Marcus Manson tenía la batalla perdida.

La gente normal solía hacer ejercicio y después ducharse, pues bien; yo no es que fuera del todo normal.
Tras meditarlo en la ducha, decidí que hacía un tiempo espléndido y que debía aprovechar mis últimos días de libertad antes de que Lucas le dijera a mi padre que había vuelto a las andadas y me había pillado, literalmente, con las manos en la masa; por lo que me puse unos short, una camiseta de tirantes y mis zapatillas de deporte.
Cuando abrí la puerta de mi habitación, observé que la casa estaba sumida en un profundo silencio; eso o que a mí todo se me antojaba extraño. No se escuchaba a Nana cantando mientras limpiaba el polvo o a las sirvientas fregando la loza del desayuno y preparando la comida.
Asomé la cabeza por la rendija de la puerta, no me apetecía encontrarme con nadie y mucho menos con Lucas.
Cogí una bocanada de aire, como aquello de que iba a sumergirme en una piscina y salí corriendo pasillo adelante como una exhalación. Rezaba porque Nana no estuviera al pie de las escaleras con su sonrisa radiante para darme los buenos días. No es que fueran precisamente unos buenos días.
Estaba casi llegando al último escalón; solo me separaban un par de pasos de la puerta, unos míseros pasos; incluso me estaba felicitando a mí misma por haberlo logrado cuando por el rabillo del ojo vislumbré a Lucas salir del salón. No me dio tiempo a parar y me lo llevé por delante. Por suerte, los reflejos del muchacho estaban a mil años luz de los míos y tuvo la genial idea de apoyarse en la pared.
-¡Joder! -refunfuñé entre dientes, acariciándome el brazo.
Una de las manos de Lucas descansaba sobre la zona baja de mi espalda, la otra en la pared. Levanté la mirada, dispuesta a pedirle perdón, pero al ver esos ojos cristalinos, toda palabra fue inútil. Una sensación incómoda me invadió y de repente todo me pareció absurdo. ¿Qué iba a hacer? Me olvidé por completo de todo.
-Esto.. yo.. eh... -decidí callarme antes de meter la pata aún más y me marché corriendo.
Dejé que la puerta se cerrara sola tras de mí con un sutil portazo. ¿Qué narices había sido eso? Acababa de dejarme sin una mísera palabra que decir. Un simple ¨lo siento¨, solo tenía que haber dicho eso y no había sido capaz. Pero... ¿por qué? Es decir... ¿por qué lo sentía? ¿Por haberme pasado la noche abrazada a él y llorando o por haberme dado de bruces contra su pecho?
Me sentía fatal por él; pero ¡venga ya! Estaba hablando de Lucas; el mismo Lucas que con doce años me había jodido la infancia con sus insultos y poniendo a mi hermano de su parte para hacerme las mayores perrerías que se le podían hacer una cría de diez años. Me insultaba, se reía de mí y me humillaba.
* Si en dos horas no estas dentro del coche de tu padre en dirección a un centro psicológico, probablemente lo use en tu contra. *
De repente una rabia creciente se apoderó de mí. Rabia por haber sido tan débil y tan estúpida y sobretodo por haberme quedado sin tan siquiera una mísera palabra que decir. Había sido débil y me había dejado llevar; pero no volvería a ocurrir.

Cuatro kilómetros después, dos litros de sudor de por medio y un agotamiento tanto físico como mental, estaba medio derrumbada contra la puerta de mi casa.
El cálido aire de finales de septiembre chocaba contra mi piel y movía las pequeñas hojas de los árboles de los cuales, pronto no habría ni una. Richard estaba junto a los arbustos, a veces hacía la función de jardinero.
-¿Mañana ajetreada Señorita Claudina? -preguntó con una sonrisa en los labios a modo de saludo.
Solo estaba siendo amable, pero acababa de pronunciar las dos palabras que más odiaba en toda mi vida; señorita y Claudina y lo había hecho en una misma frase.
Con un humor de perros y el ceño fruncido, giré sobre los talones y me metí en casa dando un portazo. ¿Por qué me había levantado? ¿Qué tenía el mundo en contra mía? De hecho, deberían haber existido unos dispositivos que te advirtieran de qué día debías levantarte de la cama y cuál no. Seguro que me habría ahorrado muchos disgustos.
-Buenos días Clau.
Nana y su simple y simpático saludo. Estaba tardando. Iba a replicarle, a decirle que no me llamara Claudina y a gritar enfierecida que dejara de llamarme ¨Señorita Claudina¨; pero entonces me percaté de que me había llamado Clau.
Atónita, la miré con los ojos como platos y la mandíbula desencajada.
-¿Qué? -pregunté desorientada, parpadeando.-¿Me has llamado Clau? ¿Solo Clau?
Nana se echó a reír y se marchó, dejándome con cara de gilipollas en el recibidor. Lucy, que estaba por allí cerca también comenzó a reírse. Debió de haberme visto la cara. Su pequeña risilla provenía del salón. Lucas y ella estaban sentados en el sofá, mirándome divertidos.
-¿¡Qué!? -chillé, abriendo los brazos de par en par.
No sé qué era lo que me esperaba; ¿que echaran a correr porque la temible Claudina había despertado? ¿que me pidieran perdón? ¿que se echaran a reír aún más? Sí, quizás sí.
Solté un gritito de frustración y subí de nuevo a mi habitación. Echaba de menos los días en los que simplemente tenía que levantarme y las únicas personas que estaban en casa fueran Nana, Richard y las cocineras. Oh... qué días aquellos.
Como era de esperar, el portazo que di cuandoo entré en mi habitación fue tal, que retumbaron las paredes; incluso un trozo de pintura calló de lo alto del techo. Probablemente por eso me caería una bronca. Solo hacia acumularlas.
-Lo mejor será que te des otra ducha, te relajes y...
Algo extraño e inusual hizo que dejara la frase a medio acabar. Sobre mi cama descansaba una bandeja de plata con dos vasos, uno cargado con un líquido naranja, lo que supuse que sería zumo y otro con leche, junto con un bol de cereales integrales, una bolsita de Cola-Cao y un cuenco con fruta fresca. También había una nota que rezaba: Disculpas aceptadas.
-¿Pero qué...?
¨Disculpas aceptadas¨; ¨disculpas aceptadas¨... me senté sobre la cama, con cuidado de que la bandeja no se volcara y vertiera su contenido sobre la colcha. Con la nota aún en la mano, empecé a darle vueltas entre los dedos repitiendome las palabras una y otra vez. ¿Disculpas aceptadas? ¿A quién demonios le había pedido perdón? Mejor dicho, ¿ a quién demonios no se lo había pedido?
* ¿Disculpas aceptadas? * Pensé.
Como si la escena se estuviera repitiendo, sentí el calor del pecho de Lucas contra el mío y el tacto de sus dedos descansando en mi espalda. Un momento de vacilación me llevó a sonreír como una boba a la nota que aún sostenía entre mis dedos, pero al darme cuenta de ello mi reacción se pareció más a la de un pitbul con la rabia que a la de un corderito agradecido.
Sin ser consciente de que la cama era un sitio inestable, me puse en pie derramando el zumo y la leche sobre la colcha. Tras un par de maldiciones por mi parte, salí de la habitación como un tornado. Bajé las escaleras dando grandes zancadas y pisotones para que Lucas supiera la que se avecinaba, pero para mi sorpresa, no estaba en el salón; solo estaba Lucy, su hermana.
-¿Y Lucas? -pregunté con un tono demasiado austero.
-En su habitación, creo -respondió la chiquilla con indiferencia, encogiéndose de hombros.- ¿Ha hecho algo?
-Ya lo creo que sí -murmuré entre dientes, mientras deshacía mis pasos.
Pasé de formalidades y ni siquiera llamé a la puerta, directamente tiré del pomo hacia dentro, sin cavilar la posibilidad de que tal vez pudiera estar ocupado, duchándose o mucho peor... en bolas. Por suerte no fue así.
Lucas estaba tirado sobre la cama con lo que me pareció una revista de música apoyada en su barriga. No debió de escucharme llegar hasta allí, porque cuando bajó lo que estaba leyendo, para mirarme, su expresión fue de clara sorpresa.
Sin esperar a que me invitara a entrar, cerré la puerta y me acerqué a él, tirándole la nota a la cara.
-¿Qué cojones es esto?
-¿Sabes? La gente normal suele llamar a las puertas, así: -dio un par de golpecitos sobre la mesita de noche mientras se sentaba en la cama- ¿ves? No es difícil; solo tienes que dar con los nudillos y...
-¡Lucas! -chillé
Me había cansado de sus jueguecitos. Sabía perfectamente cómo se llamaba a una puerta, no era tonta; solo estaba enfadada.
-¿Qué?
-¿Qué es eso? -repetí, señalando la nota, esta vez omitiendo el taco.
El muchacho la cogió y la leyó o al menos hizo que la leía, no lo sé muy bien. El silencio me estaba poniendo enferma.
-Es... una nota.
-Muy listo. ¿Qué hacia en mi habitación?
-Yo qué sé, tu sabrás es tu habitación -sonrió, con los ojos puestos aún en el trozo de papel.
Me estaban entrando ganas de rodearle el cuello con mis manos y aplastarselo hasta que la cara se le pusiera de color morado. La habilidad que tenía ese chico para sacarme de quicio no la tenía nadie.
-¿Se puede saber a qué estás jugando? -solté por fin, haciendo un esfuerzo para no echarme a llorar allí mismo.
-Clau... -suspiró.- Esta bien, me he pasado, lo siento. Solo quería tener un detalle contigo.
-¿Por qué?
El chico se irguió en su sitio sorprendido por mi pregunta y me miró con cautela, como si fuera un animalillo asustado. En realidad, quizás tuviera esa pinta, de animalillo asustado.
-¿Por qué, qué?
-¿Por qué quieres ser amable conmigo? -apreté los puños a ambos lados, haciendo fuerzas para no perder el control.
-¿Te sorprende que quiera ser amable contigo? -soltó una carcajada llena de amargura.
Un destello plateado procedente de su boca me distrajo durante un segundo; ¿tenía un pendiente en la lengua? Caray, ese chico era un mosaico andante.
-Sí -solté, tajante.- Tú no eres así.
-¿A no? -dio un paso hacia mí, pero retrocedí-¿ y cómo soy según tú?
-El Lucas que yo conozco... -callé por un momento, no sabía qué decir. El Lucas que yo conocía no era ese, eso estaba más que claro, pero una vocecita en mi cabeza me decía que no debía confiarme.
-¿Sí?
-Lo de anoche...
-A si es que es eso lo que te preocupa- dijo más para sí que para mí.- Mira si lo que te preocupa es que se lo diga a alguien, puedes estar tranquila. No lo haré.
-¿Por qué? -medio sollocé.
-¡Dios! ¿Quieres dejar de preguntar por qué? -Pasó los dedos entre su pelo con aire frustrado. Lo estaba alterando.- No sé cómo sois las niñatas pijas de por aquí, pero yo jamás haría eso. Es una enfermedad, estás enferma, por muy cabrón que piensas que soy no te haría eso.
*Es una enfermedad. Estás enferma* Fue lo único que escuché. Una simple frase; cinco palabras... ¨es una enfermedad. Estás enferma¨. Por un momento me vi transportada al día en el que mi padre se enteró y decidió llevarme al psicólogo; sus palabras fueron las mismas.
Noté algo húmedo en mi mejilla y entonces fui consciente de que la presión me había podido y había empezado a llorar. Lucas me miraba sin saber muy bien qué era lo que pasaba; no era consciente de lo que sus palabras me había hecho. Habían sido como una jarra de agua helada sobre mi piel.


  Sin saber muy bien el cómo o el por qué, la rabia se apoderó de mí y tomó posesión de mi cuerpo; cuando quise darme cuenta la palma de mi mano ya estaba impactando contra la cara del muchacho. Aprovechando el momento de incredulidad, me marché de allí antes de que pudiera añadir nada más. Ya había tenido suficiente.

lunes, 11 de agosto de 2014

Capítulo 9.

Por el instituto, en Twitter, en Facebook, en Instagram… por todos lados, y no exagero cuando digo que por todos lados, había carteles de La Fiesta del Solsticio; incluso en una de las puertas del cuarto de baño de la cafetería en la que me encontraba.
-Joder, esto ya es demás –me quejé, arrancando uno de los carteles y tirándolo a la papelera.
-Si sigues así te acabará saliendo una ulcera en el estómago –dijo Bonni con indiferencia.- Tenemos que ir.
-Me lo pensaré.
Saqué el gloss y me unté los labios con el brillo.
Claro que iríamos, desde que cumplimos los quince no nos habíamos perdido ninguna fiesta, aunque bueno, pensándolo bien teníamos diecisiete, por lo que solo habíamos asistido a dos, pero aún así, era la mejor fiesta que se hacía en Los Ángeles. Las fiestas de Paris Hilton eran la cagada de una mosca en comparación con La Fiesta del Solsticio. Nunca había entendido por qué se llamaba así cuando en realidad era una fiesta para despedir el verano y el solsticio era el día en el que el Sol permanecía más tiempo en lo alto. Supongo que eran ironías de la vida.
Bonni era una fanática de las fiestas. Allá donde hubiera una, Bonni también estaba. A mí me gustaban pero lo de mi amiga era algo exagerado. Dinna era más como yo, le atraía más el royo de ir de ¨tranqui¨ -como ella decía-, que el de ir de ¨marcha¨ -como Bonni decía-. Pero La Fiesta del Solsticio no me la perdería por nada del mundo.
-¿Estás? ¿O piensas darte otra capa de brillo de labios?
Bonni estaba apoyada en la puerta del cuarto de baño, enredando en su móvil. Hacía tiempo que sospechaba que se veía con alguien, pero aún no me había dicho nada por lo que esperaría a que ella misma me lo contara.
Una última mirada de reojo y lista.
-Estoy –le sonreí desde el espejo- ¿vamos a por esos cafés?
-Ya era hora –se quejó, poniendo los ojos en blanco.
Estábamos en el Kellys, una de las mejores cafeterías de todos Los Ángeles. Hacían unos cafés que te daban ganas hasta de chupar la taza en la que te lo servían. Era un sitio pequeño, decorado con un toque vintage. Las paredes estaban forradas con un papel rosa en el que había unas jaulas dibujadas que parecían colgadas del techo. Repartidos por todos lados; había cuadros de famosos como Marilyn Monroe, entre otros, mezclados con distintas fotografías, entre la que se encontraba una de mis favoritas: una Volkswagen azul clarito. Quería una como esa. También había cuerpos de maniquíes de los ochenta repartidos por toda la sala vestidos con trajes de chaqueta y vestidos de gala de la época. Era un lugar precioso.
Bonni y yo nos sentamos en nuestro sitio habitual; un banco acholchado con cuero rojo junto a la ventana. En los días de lluvia era relajante mirar las gotas de agua hacer caminitos por el cristal y además, veías a la gente pasar de un lado para otro pendiente de sus cosas.
-¿Sabes si vendrá Dinna? –pregunté, mientras ojeaba la carta, aunque ya sabía lo que iba a pedir- No he vuelto a saber nada de ella. El otro día estuve hablando con ella y le puse al día de las novedades sobre el equipo de animadoras. Me dijo que no estaba de acuerdo en que Rizzo estuviera entre las elegidas.
A decir verdad, yo la apoyaba. Tampoco estaba de acuerdo en que Rizzo fuera una más del equipo de animadoras, pero era muy buena en lo suyo y sabía moverse; aunque si por mí hubiera sido, habría escogido a la rubita que parecía una loncha de pavo.
Cuando salieron las listas y Rizzo se enteró de que formaba parte del equipo, le faltó comprarse un megáfono e ir diciéndolo por los pasillos del instituto; bueno, a decir verdad… creo recordar que lo hizo.
-Pues la verdad es que no sé más que tú. No sé que hará, me ha dicho que estaba algo ocupada. ¿No la notas un poco rara?
-Un poco sí la verdad. A penas sale, apenas come… no sé y además cuando le preguntas que si le pasa algo o te esquiva o te cambia de tema.
-¡Sí! ¿verdad? – me respaldó Bonni, con la cara arrugada. Cuando se preocupaba por algo o se ponía en modo madre, realmente parecía una vieja de ochenta años.- ¡Ah! Y yo tampoco estoy de acuerdo con que esté en el equipo, pero he de reconocer que es una de las más buenas.
-Sí, eso sí.
-Buenas tardes chicas, ¿qué vais a tomar?
Marizza, la camarera. Una chica pelirroja llena de pecas y tan alta que me recordaba a una jirafa. Era una joven muy maja. Podría tener nuestra edad, la de Bonni y la mía o quizás un par de años más; pero no muchos. Ella siempre solía atendernos, de hecho creo que ya simplemente preguntaba por cortesía porque siempre pedíamos lo mismo.
-Un café de vainilla con nuez moscada –sonreí.
-Yo… um… no sé. Me apetece cambiar. ¿Me recomiendas algo?
-Pues a ver… -Marizza cogió la carta. Se suponía que debía sabérsela de memoria, pero no cabía duda que la habíamos pillado desprevenida.- Te recomiendo la tarta de tres chocolates con un batido de frutas del bosque.
-¿Eso no engordará mucho? –pregunté, echando cuentas de la cantidad de calorías que llevaría eso.
-¡Bah! Un día es un día –Bonni hizo un gesto con la mano, restándole importancia a mi comentario- Que sean dos, olvida lo que te ha dicho mi amiga. Está en los huesos ¿no la ves en los huesos Marizza?
La chica se marchó entre carcajadas poniéndose de nuevo el bolígrafo en la oreja. En cuanto la perdí de vista fulminé a Bonni con la mirada.
-Yo quiero mi café de vainilla con nuez moscada.
-Siempre pides lo mismo, hay que variar chica.
-Yo no quiero variar –refunfuñé, hundiéndome más en mi asiento.
-Además, lo de que estás en los huesos es cierto. Te vendrá bien un poco de chocolate para el cuerpo. ¿Cuándo fue la última vez que te diste un gusto?
Me encogí al escuchar sus palabras. La última vez que había comido chocolate había acabado apoyada en la taza del váter echando la pota, justo el mismo día que mi padre me compró mis bombones favoritos. ¿¡POR QUÉ NO ME DEJABAN EN PAZ!?
-No lo sé.
-¿Y la última vez que comiste? –se inclinó sobre la mesa, escrutándome con la mirada.- Tienes ojeras y estás pálida.
-Siempre he estado así.
-Clau…
-Bonni…
Podríamos habernos tirado toda la tarde discutiendo, pero gracias al cielo Marizza volvió con una bandeja donde había dos vasos de batido junto con dos porciones de tarta. Si es que a ese se le podía llamar porción porque parecía que directamente hubieran puesto la tarta entera.
-Gracias –sonrió Bonni, relamiéndose al ver la comida.- Dejaremos buena propina, lo prometo.
-Que disfrutéis chicas.
-Lo haremos –asintió.
-Lo dudo –mascullé yo.
El proceso se repetía, de hecho lo había sufrido tantas veces que me resultaba hasta familiar. Mi cerebro me decía que no, mis ansias me decían que sí. Mi cerebro decía que me arrepentiría, mis ansias decían que no podía desaprovechar esa oportunidad.
Llevaba casi cerca de una semana alimentándome a base de manzanas y medias porciones de sandwiches, ponerme ese plato de tarta delante de las narices era una crueldad. Si me lo comía echaría a perder todo ese esfuerzo.
-¿Es que no piensas darle un bocado siquiera?
Ya empezábamos con el royo de: ¿ni un bocadito? ¡No! No quería darle un bocado porque si le daba un bocado acabaría por comérmela entera, luego vendría el sentimiento de culpa y posteriormente acabaría de rodillas en el suelo con media cara dentro del inodoro.
-No tengo hambre –mentí, poniendo mala cara.- Creo que me estoy poniendo mala.
-Esas excusas ya me las conozco yo. Te juro que hasta que no te comas aunque sea la mitad no nos moveremos de aquí.
Y por supuesto decía la verdad. Así era Bonni; protectora y preocupada por sus seres queridos hasta el punto de ser exasperante.
*Solo la mitad ¿vale? Así te dejará en paz y…* antes de terminar la frase ya tenía la cuchara en la boca.

¿Bonni dijo que media porción y nos íbamos? Bien, pues mentía. Mentía como hacía siempre. Cuando iba por la mitad, orgullosa de mí misma por haber sido capaz de parar, literalmente me metió lo que quedaba en la boca a presión. Por poco no muero de asfisia. El chocolate se fue por mal sitio y me dio un ataque de tos. No había pasado más vergüenza en toda mi vida desde que una vez, en prescolar me hice pis encima y tuvieron que llamar a mi madre para que fuera a por mí.
Toda la gente se nos quedó mirando. Yo intentaba parar el golpe de tos, pero cuanto más empeño ponía más tosía. La iba a matar.
Una vez dentro de su coche y con el cinturón de seguridad puesto, fue cuando le eché la bronca.
-¡Eres idiota, Bonni! –grité, con los dientes apretados.- ¡Casi me matas!
-Oh, venga ya… no ha sido para tanto. ¿Ves? –con su dedo índice, me tocó el brazo- estás viva.
-Sí y no precisamente gracias a ti.
-¡Eh! Yo solo intentaba que comieras algo.
-¿¡Metiendome medio trozo de tarta a presión en la boca!? –Me giré hacia ella, para que pudiera mirarme a la cara. Aunque iba conduciendo me miró de reojo y soltó una sonrisilla.- No me hace gracia Bonni.
-¡Vale! ¡Vale! Perdona a esta pobre mujer que se preocupa por tu estado anímico.
-¡No estoy en estado anímico!
-¿¡Quieres dejar de dar voces!? Debes de reconocer que en el fondo ha sido gracioso.
Estaba enfadada, mucho, pero si quitábamos el bochorno y el hecho de que casi moría atragantada por un trozo de tarta…. Sí, había sido gracioso.
Me maldije a mí misma cuando empecé a reírme.
-¿Ves? –se rió Bonni también- Ha sido gracioso.
-Te odio.
-Mientes y lo sabes. ¿Cuándo cojones te vas a sacar el carnet?
-Un día de estos… -musité, girando la cabeza para poder mirar por la ventana.
Supongo que ese ¨un día de estos¨ lo decía en serio, al menos así lo pensaba entonces. Cualquier persona me habría dicho que ya era hora de superarlo ¿no?; es decir, ese tipo de cosas suceden. La gente muere cada día, el problema está en cuando muere alguien que es cercano a nosotros, ahí es cuando somos verdaderamente conscientes de que existe la muerte. Se convierte en el fin del mundo. El dolor es tal que se siente físicamente, aunque de eso una niña de apenas siete años es imposible que sea consciente de ello. A mí, en lugar de dejarme la pérdida de una madre, me dejó el trauma a los coches.

Bonni me llevó obedientemente a casa, no intercambiamos muchas palabras por el camino. No estaba enfadada con ella y obviamente no decía en serio que la odiaba, pero supongo que hay veces en las que el silencio eran la mejor opción.
Solté las llaves en la cesta que había en el aparador junto a la puerta de entrada. Una cestita de mimbre que Nana nos trajo de una de sus vacaciones. Creáis o no, mi padre le daba vacaciones y días libres a Nana y a Richard.
El olor a estofado recién sacado del horno me golpeó en las fosas nasales como un jugador de béisbol golpea con su bate la pelota. Asqueada, suspiré con resignación, siendo consciente una vez más que mis esfuerzos por hacer vegetariana a mi ¨familia¨ eran altamente en vano.
-Hola Clau –Lucy estaba apoyada en el marco de la puerta que daba al salón. Lucía una faldita rosa con una blusa blanca a juego. Esa niña era preciosa.
-Lucy –sonreí, subiendo las escaleras.
-¿A dónde vas? Vamos a cenar.
Solo eran las seis de la tarde o al menos la última vez que había mirado mi móvil marcaba esa hora. Normalmente solíamos cenar algo más tarde, por lo que esperaba que me diera tiempo a hacer algo de provecho en el estudio, pero ya vi que no.
-¿Tan temprano? –pregunté extrañada, deteniéndome a la mitad de las escaleras.
-Sí, mama tiene que hacer no sé qué –dijo, retándole importancia al asunto-; nos ha traído regalos. Corre, ven que te voy a enseñar los míos.
Lo dijo tan entusiasmada que me fue imposible decirle que no, que tenía cosas más importantes que hacer que ver los estúpidos regalos que su madre le había comprado para ganarse su afecto.
¿Qué si quería a Nina? Para no ser mi madre, la verdad es que la quería mucho, pero yo llevaba viviendo con ella mucho mas tiempo del que sus propios hijos lo habían hecho. La conocía lo suficiente.
El salón estaba lleno de papeles y bolsas con logotipos de marcas caras. Sin duda, habían hecho limpieza en el estudio de Nina.
Lucas estaba repantigando en el sofá, estirado todo lo largo que él era. Cuando me vio, sonrió a modo de saludo, pero a mí no se me había olvidado lo ocurrido hacía un par de días en mi sala de ballet. Un revoloteo absurdo llegó hasta mi estómago, al ver que no paraba de mirarme con ojos brillantes. ¿Por qué me miraba? Estúpido.
-Mira, mamá me ha traído esto –Lucy me enseñó una camiseta de tirantes algo escotada para ella, llena de brillantes por todos lados. No sé en qué estaría pensando su madre al regalarle tal cosa- ¿te gusta?
Arrugué un poco la nariz al verlo. ¿Qué le decía? ¿Qué no? Romperle la ilusión a esa jovencita no formaba parte de mi trabajo.
-Es muy bonita –sonreí.
-Me ha traído también un par de pantalones –rió- aunque no se ha dado cuenta que son dos tallas más grandes, pero me ha dicho que me los arreglará. Para ti también ha traído algo.
-¿Para mí? –me señalé a mí misma, sorprendida.
-Sí, Espera.
La niña se levantó a toda prisa y salió del salón, quedándonos a Lucas y a mí a solas. Yo estaba sentada en el suelo con la espalda apoyada en el sofá, justo a los pies de Lucas. Evitaba mirarlo, tan solo su presencia me ponía nerviosa y tenía la sensación de que aún seguía con sus ojos fijos en mí. Por suerte Lucy no tardó en llegar cargada con una bolsa fuxia.
-Esto es tuyo –rio por lo bajo, tapándose la boca- no he podido evitar mirar. Lo siento.
Sonreí para tranquilizarla mientras que sacaba la prenda que se encontraba en la bolsa. Me quedé fascinada.
En mis manos sostenía un precioso vestido negro de media manga confeccionadas con un sutil encaje apenas perceptible. Iba fruncido en la cintura, de donde caía una perfecta falda de vuelo. Giré la prenda para contemplarla en toda su magnitud. La espalda del vestido era al aire.
-Vaya… -susurré con fascinación.
-Es precioso ¿verdad? Es uno de los diseños de mamá.
-Sí, sí que lo es; precioso digo.
-Pagaría un millón de dólares por verte con eso puesto. –Lucas se levantó con cautela sin apartar los ojos del vestido. Al parecer no solo me había causado impresión a mí.
Lo miré de soslayo, algo avergonzada por su comentario. ¿A qué había venido?
-Aunque los pagaría si no llevaras la cara manchada de chocolate –rio, restregando su dedo pulgar contra mi mejilla.
-¿Qué? –ahogué un grito apartándome de él.
-Tienes chocolate, bueno, tenías, ya te lo he quitado. –Con su sonrisa-sexy de medio lado, se llevó el pulgar a los labios.
Por un momento sentí que el mundo se me venía encima. Dejé de respirar y las piernas me flaquearon. ¿Qué demonios había sido eso? Sacudí la cabeza varias veces para despejarme. Seguro que todo eran imaginaciones mías.
-Chicos, la cena está servida. –Mi padre apareció en el salón y dio varios golpes a la pared para que le hiciéramos caso. Por extraño que pareciera, últimamente pasaba más tiempo en casa que de costumbre.
Devolví el vestido a la bolsa de la que lo había sacado. La sonrisa de Lucas no se me borraba de la cabeza. Era tan perfecta que dolía. Odiaba a ese chico.
Como había presentido, había estofado para cenar; por suerte la cocinera se había acordado que, Clau, la ex - única adolescente de la casa, era vegetariana y me había preparado una ensalada.
¿Hambre? Mucha, ¿remordimientos por haberme zampado media tarta y un batido? Alcanzaban límites insospechados. No quería cenar; por mucho que fuera una estúpida ensalada compuesta por árboles, no dejaba de tener muchas sustancias que harían que engordase. Intenté librarme de la cena, pero mi padre me lo impidió.
-¿Ya estamos otra vez Claudina?
Estaba enfadado. Por norma general solo me llamaba Claudina cuando estaba enfadado, cuando no lo estaba solía llamarme con apelativos cariñosos; el más usado era cielo o cielito. Los odiaba.
-Papá, acabo de venir del Joms con Dinna de tomar tarta y batidos a si…
-A si es que por eso tenías chocolate en la cara ¿eh? –Lucas me señaló con el tenedor desde la otra punta de la mesa. Lo ignoré.
-… no tengo hambre.
-Me da igual que no tengas hambre.
-Papa…
-¡Claudina! –El golpe que dio en la mesa fue tal que hizo vibrar hasta los cubiertos.
Nina lo miró de reojo, sabía que cuando se enfadaba era mejor dejarlo estar; lo había aprendido igual que yo, dejando ceder. Lucy saltó en su propio sitio, en cambio Lucas se limitó a mirar la escena.
-¡Te vas a comer ese maldito plato! ¡Deberías haberlo pensado antes de comer tantas guarrerías en lugar de comer lo que tienes que comer! Luego te quejas de que engordas.
Ahogué un grito. No podía haber dicho eso. Mi padre no podía haber dicho eso.
Sus palabras fueron como una bofetada en toda la cara. ¿Cómo podía haber dicho algo semejante?
Temerosa de que las lágrimas brotaran de mis ojos, asentí con delicadeza y me llevé el primer bocado a la boca. El resto fue fácil, uno tras otro, uno tras otro… hasta que al final no hubo nada más.
Después de la discusión, la cena transcurrió en silencio. De vez en cuando apartaba la mirada del plato y me fijaba en el resto. Todos estaban tan callados que lo único que se escuchaba era a la cocinera cantar y el ruido de los cubiertos chocar contra la porcelana de los platos.
Cuando Nana trajo el postre, suflé de chocolate, miré a mi padre, pidiéndole permiso para levantarme e irme a mi cuarto. No podía más, sabía lo que pasaría si me pedía que me quedase; pero eso fue exactamente lo que pasó. Con una mirada severa, negó con la cabeza y yo acabé comiéndome el suflé obedientemente. Cuando terminé, arrastré la silla y me marché sin decir nada a nadie. Era una falta de respeto y probablemente me ganaría una bronca por parte de mi padre, pero tenía que dar fin a las voces de mi cabeza.
No me molesté ni tan siquiera en quitarme la ropa y ponerme el pijama, fui directa al cuarto de baño.
La experiencia era muy sabia y yo ya había tenido alguna que otra mala por no cerrar con llave la puerta del baño. Esa vez lo hice.
Prácticamente me lancé contra el váter. Antes de llegar, incluso, ya estaba con los ojos llorando, arrepentida por lo que iba a hacer, pero era la única manera de callarlas; la única manera de sentirme bien.
Al principio me costaba, era desagradable la sensación de rozar tu propia campanita; pero con el tiempo me acostumbré. Estaba jugando con fuego, lo sabía, pero ¿y si ese fuego podía hacerme más bien que mal?
No había terminado por completo de expulsar todo lo que tenía que expulsar cuando un ruido procedente de detrás de la puerta me sobresaltó. Paré por un momento, para que las arcadas no me impidieran oír. Esperé un par de segundos, pero no se escuché nada más, a si es que no le di importancia, supuse que había sido el mismo viento chocar contra la ventana. Al menos, esa me resultó la explicación más lógica.
Con cuidado, ya que después de una purga quedaba débil y las piernas solían fallarme, me levanté del suelo y me lavé las manos, junto con la boca y dientes. Ese sabor agrio que me dejaba la bilis era tan detestable… pero ya no había voces que me dijeran que estaba gorda, que era una cobarde o una inútil, que lo había echado a perder… ya no había nada.
-Estúpida –le mascullé a mi reflejo apenas visible dado que la luz estaba apagada.
Lo primero que hice fue abrir la cerradura; si hubiera sabido qué me encontraría tras la puerta juro que nunca lo habría hecho, pero en esos momentos no podía saberlo y las máquinas del tiempo no existían para poder hacerme retroceder. Tras salir, me apoyé sobre la puerta con los ojos cerrados y me dejé caer hasta el suelo, con las manos metidas entre mi pelo. Cuando los abrí, no podía creerme a quién me encontré de pie, mirándome con ojos perplejos.

-¿Qué demonios haces aquí? –inquirí horrorizada en un susurro apenas audible.

lunes, 4 de agosto de 2014

Capítulo 8.

 Una vez a solas en mi cuarto, tumbada boca arriba sobre la cama, empecé a pensar que Bonni quizás tuviera razón y por mucho que estuviera cabreada después de lo que había hecho, si la tenía debía dársela. Dilan me había mentido.
No sabía el por qué, pero una pequeña intuición me decía que era cierto y esa pequeña intuición me estaba comiendo por dentro. No paraba de mirar el teléfono por si había alguna señal de él, pero las horas pasaban y con cada minuto se me antojaba más lento.
Estaba aburrida y se me planteaba un fin de semana con un poco más de lo mismo. Pensé en llamar a Bonni, pero luego recordé que me había sentado mal que le diera la razón a Lucas y deseché la idea. Bajé al salón a ver un rato la televisión, la de mi habitación se había estropeado; pero Lucas estaba despatarrado en el sofá y no me apetecía aguantarlo. Lucy estaba fuera en el jardín con una chica que había conocido y pensé que lo mejor sería no molestarla.
Me sentía como un gato atrapado entre cuatro paredes.
Finalmente subí a mi cuarto, me puse ropa cómoda y cogí mis puntas para bajar al estudio. Bailar me relajaba y en aquellos momentos era lo que necesitaba; bailar, sudar y patearme el culo y si ya de paso quemaba algunas que otras calorías me vendría que ni pintado.
No había vuelto a vomitar, aunque a decir verdad tampoco había vuelto a pegarme un atracón. Mis comidas se basaban en una pieza de manzana por la mañana, una cucharada de comida basura en el instituto y medio sandwich vegetal para la cena. Quería mantener la línea y si me alejaba de sobrepasarme en la comida, también me alejada de las purgas.
Comprobé cuál fue la última canción que había bailado. Tenía un MP4 siempre conectado a la minicadena. Intentaba no repetir nunca las canciones y siempre hacer algo variado. Por lo general mi música era una mezcla en la que podías encontrarte desde bachata hasta una pieza de Beethoven. Me gustaba alternar.
La última canción había sido Skyscraper de Demi Lovato. No es que fuera una gran fan de esa chica, pero la verdad es que sus canciones inspiraban mucho y eran fáciles de bailar. Lentas, rápidas, con cambios de tempo... perfecto para mí.
Mientras sonaba una pieza de Christina Aguilera, estiré los músculos. Odiaba los estiramientos pero eran una parte fundamental si no quería romperme o desgarrarme alguna parte del cuerpo. La señora Rita decía que yo era muy buena en lo mío, pero que tenía un cuerpo demasiado menudo a si es que más me valía cuidarlo bien.
No sé dónde me veían lo pequeño. A ver, no es que fuera una jirafa ni mucho menos, pero un metro sesenta y cinco-metro setenta era una buena altura; además, la gente no paraba de decirme que estaba en los huesos y yo solo veía grasa rezumándome hasta de los oídos. Tenía un problema.
-En fin... -suspiré, metiendo los dedos entre el pelo para agarrarlos en una coleta- mejor será que empecemos.
Le di a la reproducción aleatoria. Salió ¨I see fire¨de de Sheeran; una de las mejores canciones que había escuchado en mi corta vida. Era delicada pero a la vez llena de fuerza. Simplemente era perfecta.
Me dejé llevar por la música. Cerré los ojos y dejé mi cuerpo a su disposición, lista para comenzar.
Cuando decía que podía ver la música si me concentraba, la gente me miraba raro y alegaba que eso era imposible; pero eso era porque no la entendían. La música formaba parte de mí. La música es un estado de ánimo. Te acompaña en los buenos y en los malos momentos, la hay de todo tipo y cada canción es especial para cada ocasión. Los acordes encajan a la perfección, pasando por todo tu cuerpo, enredándote como si fueran trozos de tela que se adhieren a tu piel. Te guía. Te enseña el camino cuando estás perdida. Te ayuda.
Cuando ellos me decían que era imposible verla, yo les contestaba que simplemente tenían que cerrar los ojos y dejar que cada parte de la piel la palpara; cada poro, cada nervio, cada célula... Quizás tuvieran razón y fuera un bicho raro, pero eso era lo que me hacía diferente. Era lo que me indicaba que había nacido para bailar y no para ser una abogada como mi padre quería.
Unos aplausos al principio de la sala me sacaron de mi aletargo y me hicieron trastabillar justo cuando volvía al suelo de nuevo después de un paso complicado. Estuve a punto de perder el equilibrio.
-Simplemente fantástico.
Sobresaltada, me incorporé a toda prisa y me giré para enfrentarme a Lucas. Estaba apoyado sobre uno de los espejos, mirándome con perplejidad. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Por qué no le había oído entrar? ¿¡Qué demonios hacía en mi cueva secreta!?
-¿Qué haces aquí? -jadeé, intentando recuperar una respiración normal.
-¿No es obvio? -rio con sarcasmo, moviendo los brazos para abarcar todo el espacio que nos separaba.
-No tienes derecho a estar aquí -respondí, con el ceño fruncido.
Cogí la toalla de la percha y me sequé el sudor con ella intentando no arrancarme la piel con la fuerza que estaba ejerciendo. Él no tenía derecho a estar allí. Una cosa era que estuviera viviendo en mi casa; otra muy distinta era entrar en mi estudio de Ballet sin pedir permiso.
-No sabía que bailaras -dijo, haciendo caso omiso a mi invitación que claramente decía ¨márchate¨.
-No tenías por qué saberlo.
Tiré la toalla, literalmente, al suelo y pasé por su lado para apagar la música, que había empezado a convertirse en un sonido grotesco y gutural en lugar de notas melódicas.
Ese chico era como Eduardo Manostijeras, todo lo que tocaba lo jodía.
-Bailas genial la verdad.
Estaba de espaldas, por lo que no podía verlo, pero un escalofrío me recorrió la columna vertebral al sentir su mirada en mi nuca. La sangre se amontonó en mis mejillas y entonces comprendí que me había puesto roja como un tomate y no era debido al ejercicio.
-Gracias. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
-Un rato -soltó como quien no quiere la cosa.- Estaba en el saló y oí música y he decidido investigar.
-Entiendo.
Vale, he de reconocer que quizás estaba siendo un pelín borde. Un pelín tirando para mucho; pero tantos años de humillaciones por su parte no se olvidaban en un abrir y cerrar de ojos.
Quizás había cambiado. Yo había cambiado; todo el mundo cambiaba. Pero cuando lo vi por primera vez después de tantos años un brillo en su mirada me dijo que el niño maleducado, respondón y travieso que tanto dolor de cabeza me había dado, seguía ahí. Tal vez era eso lo que lo hacía ser tan sexy.
*Quítate ese pensamiento de la cabeza ahora mismo si no quieres que te de tal patada en el culo que te dolerá hasta en el carnet de identidad* Me reproché a mi misma.
-Yo no sé bailar.
-¿Cómo? -me volví, sorprendida de oír eso. Mucha gente solía decir que no sabía bailar, pero no me esperaba que Lucas reconociera algo así.- ¿Al chico al que se le da bien todo, no sabe bailar?
-¿Piensas que se me da bien todo? -sonrió de lado, mirándome de arriba a abajo.
El rubor volvió a mis mejillas y en ese momento maldije que no llevara el pelo suelto, al menos así él no se daría cuenta.
-Lo decía en sentido irónico.
-Ya... -volvió a sonreír, encogiéndose de hombros.- Pues no, no se me da bien bailar. Supongo que no he nacido para ello.
-Tonterías, mi profesora dice y cito textualmente: no hay personas que no sepan bailar, solo que no han encontrado la canción adecuada.
Lucas se echó a reír a carcajadas. Intenté no reírme, pero me fue imposible.
Rita tenía unos dichos muy extraños. Era rusa y tenía un acento bastante marcado a pesar de llevar varios años en Estados Unidos. Yo llegué a la conclusión de que la mayoría de sus ¨dichos¨ eran de invención propia. Algunos carecían de sentido.
-Entonces eso es que tu profesora no me ha visto a mí. Verás -se separó de la pared y pasó junto a mí para encender de nuevo el reproductor. ¿Iba a ponerse a bailar? Eso había que verlo.
-¿Qué vas a hacer?
No respondió, en lugar de eso entrelazó sus dedos con los míos y tiró de mí hasta el centro del estudio.
*¿¡Qué haces!?* Chillé mentalmente. Todas las alarmas se dispararon a la vez; no recuerdo que ni tan siquiera una sola dejara de gritar que debía retroceder.
Mi cara debía de ser un claro ejemplo del terror que sentía por dentro en esos mismos instantes, pues Lucas me miró con una sonrisa, algo divertido por la situación.
-Vamos a bailar -susurró en mi oído.
Recuerdo que me quedé quieta, bueno, más que quieta me quedé en un estado en el que no se distinguiría a una estatua de mí. Cuando dijo eso en mi oído, el aire me golpeó en la oreja, mandándome una pequeña descarga eléctrica que me erizó el pelo de detrás de la nuca. ¿Pretendía que bailara con él? Ni de coña.
Intenté soltarme de su mano con un ademán descuidado, para que no notara la urgencia que tenía por dejar de tocarlo. Su piel estaba cálida y suave. No parecían las manos de un chico. Solo esperaba que no notara que me sudaban las manos.
-¿No... no dices que no sabes bailar? -A pesar de que me esforcé en sonar todo lo segura que pode, no lo conseguí. En lugar de eso un tembleque me quebró la voz.
-Por eso he dicho que vamos a bailar, así me enseñas o... -ladeó la cabeza, mirándome directamente a los ojos- ¿tienes miedo?
-¿Qué? ¿Miedo? ¿Yo? Pff -bufé, restándole importancia a su comentario. Miedo no, estaba acojonada. ¿Por qué? Pues... yo qué sabía.- Nunca he bailado con alguien que no sepa.
-Bueno -dijo, encogiéndose de hombros.- Siempre hay una primera vez para todo.
Odiaba su forma de hablar. Siempre con segundas y mensajes envueltos en otros mensajes con significados totalmente distintos. Si se pensaba que iba a achantarme iba listo. Puede que fuera una cagada la mayor parte de mi tiempo, pero no sabía cómo era Claudina cuando la retaban. Se iba a enterar.
-De acuerdo -asentí, más segura de lo que esperaba que sonase- procura no pisarme.
-Se hará lo que se pueda, Bollicao.
Juro que porque en ese momento me estaba agarrando la mano derecha, que sino le habría cruzado la cara de un sopapo. Tuve que conformarme con una mirada de odio, pero como siempre se lo tomó a guasa y se echó a reír.
-Que no me llames Bollicao -gruñí, con los dientes tan apretados que hasta rechinaron.
-Hagamos un trato -aún sin soltarme, se inclinó sobre mí, para quedar con sus labios pegados a mi oreja.- Si haces que de dos pasos a derechas, dejaré de llamarte Bollicao.
Era una buena oferta, pero realmente dudaba de que la cumpliera y tenía mis dudas aunque bueno, siempre se podía intentar.
Tragué el nudo que se había formado en mi garganta y asentí con determinación.
-De acuerdo. Para empezar... ¿se te da bien algo? ¿Salsa? ¿street dance? ¿bachata?- A medida que iba diciendo nombres de bailes al tuntún, su cara se iba convirtiendo en la viva imagen de una uva pasa. Por lo que deduje que no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.- Vale, eso es un no -suspiré- pues... no sé, lo que más fácil me resulta es la salsa.
-¿Mayonesa o ketchup?
-Estúpido -mascullé por lo bajo, mientras me dirigía hacia la minicadena para poner una canción más acorde con el momento.-¿Eres siempre así...
-¿Guapo, apuesto, simpático y sexy?
-...de capullo? -rodé los ojos, cogiéndole las manos y llevándomelas a la cintura.
-Solo de vez en cuando.
-Traducción: -carraspeé- siempre.
-Corrección: -se burló de mí- solo contigo.
Iba a replicarle, pero pensé que lo mejor era dejarlo estar. En solo dos días había aprendido en que lo mejor era dejarlo ganar, bueno, mejor dicho, hacer que viera que había ganado.
-En fin... comencemos. Procura no pisarme. Es muy fácil; solo tienes que mover las caderas. Primero pie derecho alante, vuelve, pie izquierdo atrás, vuelve y así. Muy bien.
Sus manos descansaban sobre la piel desnuda de mi espalda. Llevaba una camisa corta que dejaba algo menos de medio abdomen al descubierto; y no fui consciente de ello hasta que sus dedos se aferraron a mí con dureza. Exhalé con fuerza, emitiendo un gritito apenas audible por el que imploraba que Lucas no hubiera sido consciente.
-¿Así? -preguntó, a la par que hacía movimientos extraños con los pies. Estuvo a punto de espachurrarme un pie.
-Sí -mentí, con el ceño fruncido- esto... más o menos. Debes relajarte más.
-¿Eso es una orden o un consejo? Tú también deberías hacerlo entonces.
-Yo estoy relajada.
-¿Segura? -sonrió, posando su mirada en mis hombros.- Y... ¿se supone que las bailarinas de salsa tienen el cuerpo en tensión? ¿No se supone que deberías agarrarte a mí?
*Qué observador...* Deslicé mis manos por sus brazos, hasta detenerlos en lo alto de sus hombros. No me apetecía estar conectada a él, por lo que había pensado que no se daría cuenta si dejaba los brazos caídos a los lados, pero había pensado mal.
Seguimos con el mismo paso de baile un par de minutos más y luego probé a enseñarle un par más algo más complicados, aunque fue una muy mala idea. No los conté, pero al menos me llevé al rededor de cien pisotones. Desesperada y con dolor de pies, me separé de él.
-Vale, me rindo. Sí, no sabes bailar.
-¿Ya? ¿Tan pronto? Si solo me has enseñado a hacer ¿qué? ¿Esto? -Meneó las caderas intentando realizar uno de los pasos que yo le había enseñado. En su lugar salió una mañana y estuvo a punto de caer al suelo. Me eché a reír a carcajadas.
-Yo eso no te he enseñado -dije, intentando parar de reír.
-Algo por el estilo, Bollicao -me miró desde el suelo, sonriente.
-Dijiste que... -empecé a replicar, pero me cortó antes de poder acabar la frase.
-Dije que dejaría de llamarte Bollicao si me enseñabas a hacer bien al menos dos pasos, pero... -se incorporó y se marchó hacia la puerta- siento decirte que no lo has hecho, preciosa.
-Pero...
-Quizás a la próxima -ensanchó aún más la sonrisa.
Si había pasado, aunque fuera un segundo relajada a su lado, el relax se esfumó por los poros de mi piel dejando paso al enfado. Estaba que echaba chispas. ¿Cómo había pensado que me saldría con la mía? Debía haber tenido en cuenta los juegos de Lucas. Era un chico inmaduro que siempre se salía con la suya y si no era así, se encargaría de cambiarlo.
A punto estaba de explotar y mandarlo a la mierda cuando me guiñó un ojo antes de añadir:

-Nos vemos. Bollicao.