lunes, 11 de agosto de 2014

Capítulo 9.

Por el instituto, en Twitter, en Facebook, en Instagram… por todos lados, y no exagero cuando digo que por todos lados, había carteles de La Fiesta del Solsticio; incluso en una de las puertas del cuarto de baño de la cafetería en la que me encontraba.
-Joder, esto ya es demás –me quejé, arrancando uno de los carteles y tirándolo a la papelera.
-Si sigues así te acabará saliendo una ulcera en el estómago –dijo Bonni con indiferencia.- Tenemos que ir.
-Me lo pensaré.
Saqué el gloss y me unté los labios con el brillo.
Claro que iríamos, desde que cumplimos los quince no nos habíamos perdido ninguna fiesta, aunque bueno, pensándolo bien teníamos diecisiete, por lo que solo habíamos asistido a dos, pero aún así, era la mejor fiesta que se hacía en Los Ángeles. Las fiestas de Paris Hilton eran la cagada de una mosca en comparación con La Fiesta del Solsticio. Nunca había entendido por qué se llamaba así cuando en realidad era una fiesta para despedir el verano y el solsticio era el día en el que el Sol permanecía más tiempo en lo alto. Supongo que eran ironías de la vida.
Bonni era una fanática de las fiestas. Allá donde hubiera una, Bonni también estaba. A mí me gustaban pero lo de mi amiga era algo exagerado. Dinna era más como yo, le atraía más el royo de ir de ¨tranqui¨ -como ella decía-, que el de ir de ¨marcha¨ -como Bonni decía-. Pero La Fiesta del Solsticio no me la perdería por nada del mundo.
-¿Estás? ¿O piensas darte otra capa de brillo de labios?
Bonni estaba apoyada en la puerta del cuarto de baño, enredando en su móvil. Hacía tiempo que sospechaba que se veía con alguien, pero aún no me había dicho nada por lo que esperaría a que ella misma me lo contara.
Una última mirada de reojo y lista.
-Estoy –le sonreí desde el espejo- ¿vamos a por esos cafés?
-Ya era hora –se quejó, poniendo los ojos en blanco.
Estábamos en el Kellys, una de las mejores cafeterías de todos Los Ángeles. Hacían unos cafés que te daban ganas hasta de chupar la taza en la que te lo servían. Era un sitio pequeño, decorado con un toque vintage. Las paredes estaban forradas con un papel rosa en el que había unas jaulas dibujadas que parecían colgadas del techo. Repartidos por todos lados; había cuadros de famosos como Marilyn Monroe, entre otros, mezclados con distintas fotografías, entre la que se encontraba una de mis favoritas: una Volkswagen azul clarito. Quería una como esa. También había cuerpos de maniquíes de los ochenta repartidos por toda la sala vestidos con trajes de chaqueta y vestidos de gala de la época. Era un lugar precioso.
Bonni y yo nos sentamos en nuestro sitio habitual; un banco acholchado con cuero rojo junto a la ventana. En los días de lluvia era relajante mirar las gotas de agua hacer caminitos por el cristal y además, veías a la gente pasar de un lado para otro pendiente de sus cosas.
-¿Sabes si vendrá Dinna? –pregunté, mientras ojeaba la carta, aunque ya sabía lo que iba a pedir- No he vuelto a saber nada de ella. El otro día estuve hablando con ella y le puse al día de las novedades sobre el equipo de animadoras. Me dijo que no estaba de acuerdo en que Rizzo estuviera entre las elegidas.
A decir verdad, yo la apoyaba. Tampoco estaba de acuerdo en que Rizzo fuera una más del equipo de animadoras, pero era muy buena en lo suyo y sabía moverse; aunque si por mí hubiera sido, habría escogido a la rubita que parecía una loncha de pavo.
Cuando salieron las listas y Rizzo se enteró de que formaba parte del equipo, le faltó comprarse un megáfono e ir diciéndolo por los pasillos del instituto; bueno, a decir verdad… creo recordar que lo hizo.
-Pues la verdad es que no sé más que tú. No sé que hará, me ha dicho que estaba algo ocupada. ¿No la notas un poco rara?
-Un poco sí la verdad. A penas sale, apenas come… no sé y además cuando le preguntas que si le pasa algo o te esquiva o te cambia de tema.
-¡Sí! ¿verdad? – me respaldó Bonni, con la cara arrugada. Cuando se preocupaba por algo o se ponía en modo madre, realmente parecía una vieja de ochenta años.- ¡Ah! Y yo tampoco estoy de acuerdo con que esté en el equipo, pero he de reconocer que es una de las más buenas.
-Sí, eso sí.
-Buenas tardes chicas, ¿qué vais a tomar?
Marizza, la camarera. Una chica pelirroja llena de pecas y tan alta que me recordaba a una jirafa. Era una joven muy maja. Podría tener nuestra edad, la de Bonni y la mía o quizás un par de años más; pero no muchos. Ella siempre solía atendernos, de hecho creo que ya simplemente preguntaba por cortesía porque siempre pedíamos lo mismo.
-Un café de vainilla con nuez moscada –sonreí.
-Yo… um… no sé. Me apetece cambiar. ¿Me recomiendas algo?
-Pues a ver… -Marizza cogió la carta. Se suponía que debía sabérsela de memoria, pero no cabía duda que la habíamos pillado desprevenida.- Te recomiendo la tarta de tres chocolates con un batido de frutas del bosque.
-¿Eso no engordará mucho? –pregunté, echando cuentas de la cantidad de calorías que llevaría eso.
-¡Bah! Un día es un día –Bonni hizo un gesto con la mano, restándole importancia a mi comentario- Que sean dos, olvida lo que te ha dicho mi amiga. Está en los huesos ¿no la ves en los huesos Marizza?
La chica se marchó entre carcajadas poniéndose de nuevo el bolígrafo en la oreja. En cuanto la perdí de vista fulminé a Bonni con la mirada.
-Yo quiero mi café de vainilla con nuez moscada.
-Siempre pides lo mismo, hay que variar chica.
-Yo no quiero variar –refunfuñé, hundiéndome más en mi asiento.
-Además, lo de que estás en los huesos es cierto. Te vendrá bien un poco de chocolate para el cuerpo. ¿Cuándo fue la última vez que te diste un gusto?
Me encogí al escuchar sus palabras. La última vez que había comido chocolate había acabado apoyada en la taza del váter echando la pota, justo el mismo día que mi padre me compró mis bombones favoritos. ¿¡POR QUÉ NO ME DEJABAN EN PAZ!?
-No lo sé.
-¿Y la última vez que comiste? –se inclinó sobre la mesa, escrutándome con la mirada.- Tienes ojeras y estás pálida.
-Siempre he estado así.
-Clau…
-Bonni…
Podríamos habernos tirado toda la tarde discutiendo, pero gracias al cielo Marizza volvió con una bandeja donde había dos vasos de batido junto con dos porciones de tarta. Si es que a ese se le podía llamar porción porque parecía que directamente hubieran puesto la tarta entera.
-Gracias –sonrió Bonni, relamiéndose al ver la comida.- Dejaremos buena propina, lo prometo.
-Que disfrutéis chicas.
-Lo haremos –asintió.
-Lo dudo –mascullé yo.
El proceso se repetía, de hecho lo había sufrido tantas veces que me resultaba hasta familiar. Mi cerebro me decía que no, mis ansias me decían que sí. Mi cerebro decía que me arrepentiría, mis ansias decían que no podía desaprovechar esa oportunidad.
Llevaba casi cerca de una semana alimentándome a base de manzanas y medias porciones de sandwiches, ponerme ese plato de tarta delante de las narices era una crueldad. Si me lo comía echaría a perder todo ese esfuerzo.
-¿Es que no piensas darle un bocado siquiera?
Ya empezábamos con el royo de: ¿ni un bocadito? ¡No! No quería darle un bocado porque si le daba un bocado acabaría por comérmela entera, luego vendría el sentimiento de culpa y posteriormente acabaría de rodillas en el suelo con media cara dentro del inodoro.
-No tengo hambre –mentí, poniendo mala cara.- Creo que me estoy poniendo mala.
-Esas excusas ya me las conozco yo. Te juro que hasta que no te comas aunque sea la mitad no nos moveremos de aquí.
Y por supuesto decía la verdad. Así era Bonni; protectora y preocupada por sus seres queridos hasta el punto de ser exasperante.
*Solo la mitad ¿vale? Así te dejará en paz y…* antes de terminar la frase ya tenía la cuchara en la boca.

¿Bonni dijo que media porción y nos íbamos? Bien, pues mentía. Mentía como hacía siempre. Cuando iba por la mitad, orgullosa de mí misma por haber sido capaz de parar, literalmente me metió lo que quedaba en la boca a presión. Por poco no muero de asfisia. El chocolate se fue por mal sitio y me dio un ataque de tos. No había pasado más vergüenza en toda mi vida desde que una vez, en prescolar me hice pis encima y tuvieron que llamar a mi madre para que fuera a por mí.
Toda la gente se nos quedó mirando. Yo intentaba parar el golpe de tos, pero cuanto más empeño ponía más tosía. La iba a matar.
Una vez dentro de su coche y con el cinturón de seguridad puesto, fue cuando le eché la bronca.
-¡Eres idiota, Bonni! –grité, con los dientes apretados.- ¡Casi me matas!
-Oh, venga ya… no ha sido para tanto. ¿Ves? –con su dedo índice, me tocó el brazo- estás viva.
-Sí y no precisamente gracias a ti.
-¡Eh! Yo solo intentaba que comieras algo.
-¿¡Metiendome medio trozo de tarta a presión en la boca!? –Me giré hacia ella, para que pudiera mirarme a la cara. Aunque iba conduciendo me miró de reojo y soltó una sonrisilla.- No me hace gracia Bonni.
-¡Vale! ¡Vale! Perdona a esta pobre mujer que se preocupa por tu estado anímico.
-¡No estoy en estado anímico!
-¿¡Quieres dejar de dar voces!? Debes de reconocer que en el fondo ha sido gracioso.
Estaba enfadada, mucho, pero si quitábamos el bochorno y el hecho de que casi moría atragantada por un trozo de tarta…. Sí, había sido gracioso.
Me maldije a mí misma cuando empecé a reírme.
-¿Ves? –se rió Bonni también- Ha sido gracioso.
-Te odio.
-Mientes y lo sabes. ¿Cuándo cojones te vas a sacar el carnet?
-Un día de estos… -musité, girando la cabeza para poder mirar por la ventana.
Supongo que ese ¨un día de estos¨ lo decía en serio, al menos así lo pensaba entonces. Cualquier persona me habría dicho que ya era hora de superarlo ¿no?; es decir, ese tipo de cosas suceden. La gente muere cada día, el problema está en cuando muere alguien que es cercano a nosotros, ahí es cuando somos verdaderamente conscientes de que existe la muerte. Se convierte en el fin del mundo. El dolor es tal que se siente físicamente, aunque de eso una niña de apenas siete años es imposible que sea consciente de ello. A mí, en lugar de dejarme la pérdida de una madre, me dejó el trauma a los coches.

Bonni me llevó obedientemente a casa, no intercambiamos muchas palabras por el camino. No estaba enfadada con ella y obviamente no decía en serio que la odiaba, pero supongo que hay veces en las que el silencio eran la mejor opción.
Solté las llaves en la cesta que había en el aparador junto a la puerta de entrada. Una cestita de mimbre que Nana nos trajo de una de sus vacaciones. Creáis o no, mi padre le daba vacaciones y días libres a Nana y a Richard.
El olor a estofado recién sacado del horno me golpeó en las fosas nasales como un jugador de béisbol golpea con su bate la pelota. Asqueada, suspiré con resignación, siendo consciente una vez más que mis esfuerzos por hacer vegetariana a mi ¨familia¨ eran altamente en vano.
-Hola Clau –Lucy estaba apoyada en el marco de la puerta que daba al salón. Lucía una faldita rosa con una blusa blanca a juego. Esa niña era preciosa.
-Lucy –sonreí, subiendo las escaleras.
-¿A dónde vas? Vamos a cenar.
Solo eran las seis de la tarde o al menos la última vez que había mirado mi móvil marcaba esa hora. Normalmente solíamos cenar algo más tarde, por lo que esperaba que me diera tiempo a hacer algo de provecho en el estudio, pero ya vi que no.
-¿Tan temprano? –pregunté extrañada, deteniéndome a la mitad de las escaleras.
-Sí, mama tiene que hacer no sé qué –dijo, retándole importancia al asunto-; nos ha traído regalos. Corre, ven que te voy a enseñar los míos.
Lo dijo tan entusiasmada que me fue imposible decirle que no, que tenía cosas más importantes que hacer que ver los estúpidos regalos que su madre le había comprado para ganarse su afecto.
¿Qué si quería a Nina? Para no ser mi madre, la verdad es que la quería mucho, pero yo llevaba viviendo con ella mucho mas tiempo del que sus propios hijos lo habían hecho. La conocía lo suficiente.
El salón estaba lleno de papeles y bolsas con logotipos de marcas caras. Sin duda, habían hecho limpieza en el estudio de Nina.
Lucas estaba repantigando en el sofá, estirado todo lo largo que él era. Cuando me vio, sonrió a modo de saludo, pero a mí no se me había olvidado lo ocurrido hacía un par de días en mi sala de ballet. Un revoloteo absurdo llegó hasta mi estómago, al ver que no paraba de mirarme con ojos brillantes. ¿Por qué me miraba? Estúpido.
-Mira, mamá me ha traído esto –Lucy me enseñó una camiseta de tirantes algo escotada para ella, llena de brillantes por todos lados. No sé en qué estaría pensando su madre al regalarle tal cosa- ¿te gusta?
Arrugué un poco la nariz al verlo. ¿Qué le decía? ¿Qué no? Romperle la ilusión a esa jovencita no formaba parte de mi trabajo.
-Es muy bonita –sonreí.
-Me ha traído también un par de pantalones –rió- aunque no se ha dado cuenta que son dos tallas más grandes, pero me ha dicho que me los arreglará. Para ti también ha traído algo.
-¿Para mí? –me señalé a mí misma, sorprendida.
-Sí, Espera.
La niña se levantó a toda prisa y salió del salón, quedándonos a Lucas y a mí a solas. Yo estaba sentada en el suelo con la espalda apoyada en el sofá, justo a los pies de Lucas. Evitaba mirarlo, tan solo su presencia me ponía nerviosa y tenía la sensación de que aún seguía con sus ojos fijos en mí. Por suerte Lucy no tardó en llegar cargada con una bolsa fuxia.
-Esto es tuyo –rio por lo bajo, tapándose la boca- no he podido evitar mirar. Lo siento.
Sonreí para tranquilizarla mientras que sacaba la prenda que se encontraba en la bolsa. Me quedé fascinada.
En mis manos sostenía un precioso vestido negro de media manga confeccionadas con un sutil encaje apenas perceptible. Iba fruncido en la cintura, de donde caía una perfecta falda de vuelo. Giré la prenda para contemplarla en toda su magnitud. La espalda del vestido era al aire.
-Vaya… -susurré con fascinación.
-Es precioso ¿verdad? Es uno de los diseños de mamá.
-Sí, sí que lo es; precioso digo.
-Pagaría un millón de dólares por verte con eso puesto. –Lucas se levantó con cautela sin apartar los ojos del vestido. Al parecer no solo me había causado impresión a mí.
Lo miré de soslayo, algo avergonzada por su comentario. ¿A qué había venido?
-Aunque los pagaría si no llevaras la cara manchada de chocolate –rio, restregando su dedo pulgar contra mi mejilla.
-¿Qué? –ahogué un grito apartándome de él.
-Tienes chocolate, bueno, tenías, ya te lo he quitado. –Con su sonrisa-sexy de medio lado, se llevó el pulgar a los labios.
Por un momento sentí que el mundo se me venía encima. Dejé de respirar y las piernas me flaquearon. ¿Qué demonios había sido eso? Sacudí la cabeza varias veces para despejarme. Seguro que todo eran imaginaciones mías.
-Chicos, la cena está servida. –Mi padre apareció en el salón y dio varios golpes a la pared para que le hiciéramos caso. Por extraño que pareciera, últimamente pasaba más tiempo en casa que de costumbre.
Devolví el vestido a la bolsa de la que lo había sacado. La sonrisa de Lucas no se me borraba de la cabeza. Era tan perfecta que dolía. Odiaba a ese chico.
Como había presentido, había estofado para cenar; por suerte la cocinera se había acordado que, Clau, la ex - única adolescente de la casa, era vegetariana y me había preparado una ensalada.
¿Hambre? Mucha, ¿remordimientos por haberme zampado media tarta y un batido? Alcanzaban límites insospechados. No quería cenar; por mucho que fuera una estúpida ensalada compuesta por árboles, no dejaba de tener muchas sustancias que harían que engordase. Intenté librarme de la cena, pero mi padre me lo impidió.
-¿Ya estamos otra vez Claudina?
Estaba enfadado. Por norma general solo me llamaba Claudina cuando estaba enfadado, cuando no lo estaba solía llamarme con apelativos cariñosos; el más usado era cielo o cielito. Los odiaba.
-Papá, acabo de venir del Joms con Dinna de tomar tarta y batidos a si…
-A si es que por eso tenías chocolate en la cara ¿eh? –Lucas me señaló con el tenedor desde la otra punta de la mesa. Lo ignoré.
-… no tengo hambre.
-Me da igual que no tengas hambre.
-Papa…
-¡Claudina! –El golpe que dio en la mesa fue tal que hizo vibrar hasta los cubiertos.
Nina lo miró de reojo, sabía que cuando se enfadaba era mejor dejarlo estar; lo había aprendido igual que yo, dejando ceder. Lucy saltó en su propio sitio, en cambio Lucas se limitó a mirar la escena.
-¡Te vas a comer ese maldito plato! ¡Deberías haberlo pensado antes de comer tantas guarrerías en lugar de comer lo que tienes que comer! Luego te quejas de que engordas.
Ahogué un grito. No podía haber dicho eso. Mi padre no podía haber dicho eso.
Sus palabras fueron como una bofetada en toda la cara. ¿Cómo podía haber dicho algo semejante?
Temerosa de que las lágrimas brotaran de mis ojos, asentí con delicadeza y me llevé el primer bocado a la boca. El resto fue fácil, uno tras otro, uno tras otro… hasta que al final no hubo nada más.
Después de la discusión, la cena transcurrió en silencio. De vez en cuando apartaba la mirada del plato y me fijaba en el resto. Todos estaban tan callados que lo único que se escuchaba era a la cocinera cantar y el ruido de los cubiertos chocar contra la porcelana de los platos.
Cuando Nana trajo el postre, suflé de chocolate, miré a mi padre, pidiéndole permiso para levantarme e irme a mi cuarto. No podía más, sabía lo que pasaría si me pedía que me quedase; pero eso fue exactamente lo que pasó. Con una mirada severa, negó con la cabeza y yo acabé comiéndome el suflé obedientemente. Cuando terminé, arrastré la silla y me marché sin decir nada a nadie. Era una falta de respeto y probablemente me ganaría una bronca por parte de mi padre, pero tenía que dar fin a las voces de mi cabeza.
No me molesté ni tan siquiera en quitarme la ropa y ponerme el pijama, fui directa al cuarto de baño.
La experiencia era muy sabia y yo ya había tenido alguna que otra mala por no cerrar con llave la puerta del baño. Esa vez lo hice.
Prácticamente me lancé contra el váter. Antes de llegar, incluso, ya estaba con los ojos llorando, arrepentida por lo que iba a hacer, pero era la única manera de callarlas; la única manera de sentirme bien.
Al principio me costaba, era desagradable la sensación de rozar tu propia campanita; pero con el tiempo me acostumbré. Estaba jugando con fuego, lo sabía, pero ¿y si ese fuego podía hacerme más bien que mal?
No había terminado por completo de expulsar todo lo que tenía que expulsar cuando un ruido procedente de detrás de la puerta me sobresaltó. Paré por un momento, para que las arcadas no me impidieran oír. Esperé un par de segundos, pero no se escuché nada más, a si es que no le di importancia, supuse que había sido el mismo viento chocar contra la ventana. Al menos, esa me resultó la explicación más lógica.
Con cuidado, ya que después de una purga quedaba débil y las piernas solían fallarme, me levanté del suelo y me lavé las manos, junto con la boca y dientes. Ese sabor agrio que me dejaba la bilis era tan detestable… pero ya no había voces que me dijeran que estaba gorda, que era una cobarde o una inútil, que lo había echado a perder… ya no había nada.
-Estúpida –le mascullé a mi reflejo apenas visible dado que la luz estaba apagada.
Lo primero que hice fue abrir la cerradura; si hubiera sabido qué me encontraría tras la puerta juro que nunca lo habría hecho, pero en esos momentos no podía saberlo y las máquinas del tiempo no existían para poder hacerme retroceder. Tras salir, me apoyé sobre la puerta con los ojos cerrados y me dejé caer hasta el suelo, con las manos metidas entre mi pelo. Cuando los abrí, no podía creerme a quién me encontré de pie, mirándome con ojos perplejos.

-¿Qué demonios haces aquí? –inquirí horrorizada en un susurro apenas audible.

1 comentario:

  1. Me encanta!
    Jope no me puedes dejar con la intriga de quién será :'(
    Me tienes completamente enganchada, sigue así
    L-

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