lunes, 4 de agosto de 2014

Capítulo 8.

 Una vez a solas en mi cuarto, tumbada boca arriba sobre la cama, empecé a pensar que Bonni quizás tuviera razón y por mucho que estuviera cabreada después de lo que había hecho, si la tenía debía dársela. Dilan me había mentido.
No sabía el por qué, pero una pequeña intuición me decía que era cierto y esa pequeña intuición me estaba comiendo por dentro. No paraba de mirar el teléfono por si había alguna señal de él, pero las horas pasaban y con cada minuto se me antojaba más lento.
Estaba aburrida y se me planteaba un fin de semana con un poco más de lo mismo. Pensé en llamar a Bonni, pero luego recordé que me había sentado mal que le diera la razón a Lucas y deseché la idea. Bajé al salón a ver un rato la televisión, la de mi habitación se había estropeado; pero Lucas estaba despatarrado en el sofá y no me apetecía aguantarlo. Lucy estaba fuera en el jardín con una chica que había conocido y pensé que lo mejor sería no molestarla.
Me sentía como un gato atrapado entre cuatro paredes.
Finalmente subí a mi cuarto, me puse ropa cómoda y cogí mis puntas para bajar al estudio. Bailar me relajaba y en aquellos momentos era lo que necesitaba; bailar, sudar y patearme el culo y si ya de paso quemaba algunas que otras calorías me vendría que ni pintado.
No había vuelto a vomitar, aunque a decir verdad tampoco había vuelto a pegarme un atracón. Mis comidas se basaban en una pieza de manzana por la mañana, una cucharada de comida basura en el instituto y medio sandwich vegetal para la cena. Quería mantener la línea y si me alejaba de sobrepasarme en la comida, también me alejada de las purgas.
Comprobé cuál fue la última canción que había bailado. Tenía un MP4 siempre conectado a la minicadena. Intentaba no repetir nunca las canciones y siempre hacer algo variado. Por lo general mi música era una mezcla en la que podías encontrarte desde bachata hasta una pieza de Beethoven. Me gustaba alternar.
La última canción había sido Skyscraper de Demi Lovato. No es que fuera una gran fan de esa chica, pero la verdad es que sus canciones inspiraban mucho y eran fáciles de bailar. Lentas, rápidas, con cambios de tempo... perfecto para mí.
Mientras sonaba una pieza de Christina Aguilera, estiré los músculos. Odiaba los estiramientos pero eran una parte fundamental si no quería romperme o desgarrarme alguna parte del cuerpo. La señora Rita decía que yo era muy buena en lo mío, pero que tenía un cuerpo demasiado menudo a si es que más me valía cuidarlo bien.
No sé dónde me veían lo pequeño. A ver, no es que fuera una jirafa ni mucho menos, pero un metro sesenta y cinco-metro setenta era una buena altura; además, la gente no paraba de decirme que estaba en los huesos y yo solo veía grasa rezumándome hasta de los oídos. Tenía un problema.
-En fin... -suspiré, metiendo los dedos entre el pelo para agarrarlos en una coleta- mejor será que empecemos.
Le di a la reproducción aleatoria. Salió ¨I see fire¨de de Sheeran; una de las mejores canciones que había escuchado en mi corta vida. Era delicada pero a la vez llena de fuerza. Simplemente era perfecta.
Me dejé llevar por la música. Cerré los ojos y dejé mi cuerpo a su disposición, lista para comenzar.
Cuando decía que podía ver la música si me concentraba, la gente me miraba raro y alegaba que eso era imposible; pero eso era porque no la entendían. La música formaba parte de mí. La música es un estado de ánimo. Te acompaña en los buenos y en los malos momentos, la hay de todo tipo y cada canción es especial para cada ocasión. Los acordes encajan a la perfección, pasando por todo tu cuerpo, enredándote como si fueran trozos de tela que se adhieren a tu piel. Te guía. Te enseña el camino cuando estás perdida. Te ayuda.
Cuando ellos me decían que era imposible verla, yo les contestaba que simplemente tenían que cerrar los ojos y dejar que cada parte de la piel la palpara; cada poro, cada nervio, cada célula... Quizás tuvieran razón y fuera un bicho raro, pero eso era lo que me hacía diferente. Era lo que me indicaba que había nacido para bailar y no para ser una abogada como mi padre quería.
Unos aplausos al principio de la sala me sacaron de mi aletargo y me hicieron trastabillar justo cuando volvía al suelo de nuevo después de un paso complicado. Estuve a punto de perder el equilibrio.
-Simplemente fantástico.
Sobresaltada, me incorporé a toda prisa y me giré para enfrentarme a Lucas. Estaba apoyado sobre uno de los espejos, mirándome con perplejidad. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Por qué no le había oído entrar? ¿¡Qué demonios hacía en mi cueva secreta!?
-¿Qué haces aquí? -jadeé, intentando recuperar una respiración normal.
-¿No es obvio? -rio con sarcasmo, moviendo los brazos para abarcar todo el espacio que nos separaba.
-No tienes derecho a estar aquí -respondí, con el ceño fruncido.
Cogí la toalla de la percha y me sequé el sudor con ella intentando no arrancarme la piel con la fuerza que estaba ejerciendo. Él no tenía derecho a estar allí. Una cosa era que estuviera viviendo en mi casa; otra muy distinta era entrar en mi estudio de Ballet sin pedir permiso.
-No sabía que bailaras -dijo, haciendo caso omiso a mi invitación que claramente decía ¨márchate¨.
-No tenías por qué saberlo.
Tiré la toalla, literalmente, al suelo y pasé por su lado para apagar la música, que había empezado a convertirse en un sonido grotesco y gutural en lugar de notas melódicas.
Ese chico era como Eduardo Manostijeras, todo lo que tocaba lo jodía.
-Bailas genial la verdad.
Estaba de espaldas, por lo que no podía verlo, pero un escalofrío me recorrió la columna vertebral al sentir su mirada en mi nuca. La sangre se amontonó en mis mejillas y entonces comprendí que me había puesto roja como un tomate y no era debido al ejercicio.
-Gracias. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
-Un rato -soltó como quien no quiere la cosa.- Estaba en el saló y oí música y he decidido investigar.
-Entiendo.
Vale, he de reconocer que quizás estaba siendo un pelín borde. Un pelín tirando para mucho; pero tantos años de humillaciones por su parte no se olvidaban en un abrir y cerrar de ojos.
Quizás había cambiado. Yo había cambiado; todo el mundo cambiaba. Pero cuando lo vi por primera vez después de tantos años un brillo en su mirada me dijo que el niño maleducado, respondón y travieso que tanto dolor de cabeza me había dado, seguía ahí. Tal vez era eso lo que lo hacía ser tan sexy.
*Quítate ese pensamiento de la cabeza ahora mismo si no quieres que te de tal patada en el culo que te dolerá hasta en el carnet de identidad* Me reproché a mi misma.
-Yo no sé bailar.
-¿Cómo? -me volví, sorprendida de oír eso. Mucha gente solía decir que no sabía bailar, pero no me esperaba que Lucas reconociera algo así.- ¿Al chico al que se le da bien todo, no sabe bailar?
-¿Piensas que se me da bien todo? -sonrió de lado, mirándome de arriba a abajo.
El rubor volvió a mis mejillas y en ese momento maldije que no llevara el pelo suelto, al menos así él no se daría cuenta.
-Lo decía en sentido irónico.
-Ya... -volvió a sonreír, encogiéndose de hombros.- Pues no, no se me da bien bailar. Supongo que no he nacido para ello.
-Tonterías, mi profesora dice y cito textualmente: no hay personas que no sepan bailar, solo que no han encontrado la canción adecuada.
Lucas se echó a reír a carcajadas. Intenté no reírme, pero me fue imposible.
Rita tenía unos dichos muy extraños. Era rusa y tenía un acento bastante marcado a pesar de llevar varios años en Estados Unidos. Yo llegué a la conclusión de que la mayoría de sus ¨dichos¨ eran de invención propia. Algunos carecían de sentido.
-Entonces eso es que tu profesora no me ha visto a mí. Verás -se separó de la pared y pasó junto a mí para encender de nuevo el reproductor. ¿Iba a ponerse a bailar? Eso había que verlo.
-¿Qué vas a hacer?
No respondió, en lugar de eso entrelazó sus dedos con los míos y tiró de mí hasta el centro del estudio.
*¿¡Qué haces!?* Chillé mentalmente. Todas las alarmas se dispararon a la vez; no recuerdo que ni tan siquiera una sola dejara de gritar que debía retroceder.
Mi cara debía de ser un claro ejemplo del terror que sentía por dentro en esos mismos instantes, pues Lucas me miró con una sonrisa, algo divertido por la situación.
-Vamos a bailar -susurró en mi oído.
Recuerdo que me quedé quieta, bueno, más que quieta me quedé en un estado en el que no se distinguiría a una estatua de mí. Cuando dijo eso en mi oído, el aire me golpeó en la oreja, mandándome una pequeña descarga eléctrica que me erizó el pelo de detrás de la nuca. ¿Pretendía que bailara con él? Ni de coña.
Intenté soltarme de su mano con un ademán descuidado, para que no notara la urgencia que tenía por dejar de tocarlo. Su piel estaba cálida y suave. No parecían las manos de un chico. Solo esperaba que no notara que me sudaban las manos.
-¿No... no dices que no sabes bailar? -A pesar de que me esforcé en sonar todo lo segura que pode, no lo conseguí. En lugar de eso un tembleque me quebró la voz.
-Por eso he dicho que vamos a bailar, así me enseñas o... -ladeó la cabeza, mirándome directamente a los ojos- ¿tienes miedo?
-¿Qué? ¿Miedo? ¿Yo? Pff -bufé, restándole importancia a su comentario. Miedo no, estaba acojonada. ¿Por qué? Pues... yo qué sabía.- Nunca he bailado con alguien que no sepa.
-Bueno -dijo, encogiéndose de hombros.- Siempre hay una primera vez para todo.
Odiaba su forma de hablar. Siempre con segundas y mensajes envueltos en otros mensajes con significados totalmente distintos. Si se pensaba que iba a achantarme iba listo. Puede que fuera una cagada la mayor parte de mi tiempo, pero no sabía cómo era Claudina cuando la retaban. Se iba a enterar.
-De acuerdo -asentí, más segura de lo que esperaba que sonase- procura no pisarme.
-Se hará lo que se pueda, Bollicao.
Juro que porque en ese momento me estaba agarrando la mano derecha, que sino le habría cruzado la cara de un sopapo. Tuve que conformarme con una mirada de odio, pero como siempre se lo tomó a guasa y se echó a reír.
-Que no me llames Bollicao -gruñí, con los dientes tan apretados que hasta rechinaron.
-Hagamos un trato -aún sin soltarme, se inclinó sobre mí, para quedar con sus labios pegados a mi oreja.- Si haces que de dos pasos a derechas, dejaré de llamarte Bollicao.
Era una buena oferta, pero realmente dudaba de que la cumpliera y tenía mis dudas aunque bueno, siempre se podía intentar.
Tragué el nudo que se había formado en mi garganta y asentí con determinación.
-De acuerdo. Para empezar... ¿se te da bien algo? ¿Salsa? ¿street dance? ¿bachata?- A medida que iba diciendo nombres de bailes al tuntún, su cara se iba convirtiendo en la viva imagen de una uva pasa. Por lo que deduje que no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.- Vale, eso es un no -suspiré- pues... no sé, lo que más fácil me resulta es la salsa.
-¿Mayonesa o ketchup?
-Estúpido -mascullé por lo bajo, mientras me dirigía hacia la minicadena para poner una canción más acorde con el momento.-¿Eres siempre así...
-¿Guapo, apuesto, simpático y sexy?
-...de capullo? -rodé los ojos, cogiéndole las manos y llevándomelas a la cintura.
-Solo de vez en cuando.
-Traducción: -carraspeé- siempre.
-Corrección: -se burló de mí- solo contigo.
Iba a replicarle, pero pensé que lo mejor era dejarlo estar. En solo dos días había aprendido en que lo mejor era dejarlo ganar, bueno, mejor dicho, hacer que viera que había ganado.
-En fin... comencemos. Procura no pisarme. Es muy fácil; solo tienes que mover las caderas. Primero pie derecho alante, vuelve, pie izquierdo atrás, vuelve y así. Muy bien.
Sus manos descansaban sobre la piel desnuda de mi espalda. Llevaba una camisa corta que dejaba algo menos de medio abdomen al descubierto; y no fui consciente de ello hasta que sus dedos se aferraron a mí con dureza. Exhalé con fuerza, emitiendo un gritito apenas audible por el que imploraba que Lucas no hubiera sido consciente.
-¿Así? -preguntó, a la par que hacía movimientos extraños con los pies. Estuvo a punto de espachurrarme un pie.
-Sí -mentí, con el ceño fruncido- esto... más o menos. Debes relajarte más.
-¿Eso es una orden o un consejo? Tú también deberías hacerlo entonces.
-Yo estoy relajada.
-¿Segura? -sonrió, posando su mirada en mis hombros.- Y... ¿se supone que las bailarinas de salsa tienen el cuerpo en tensión? ¿No se supone que deberías agarrarte a mí?
*Qué observador...* Deslicé mis manos por sus brazos, hasta detenerlos en lo alto de sus hombros. No me apetecía estar conectada a él, por lo que había pensado que no se daría cuenta si dejaba los brazos caídos a los lados, pero había pensado mal.
Seguimos con el mismo paso de baile un par de minutos más y luego probé a enseñarle un par más algo más complicados, aunque fue una muy mala idea. No los conté, pero al menos me llevé al rededor de cien pisotones. Desesperada y con dolor de pies, me separé de él.
-Vale, me rindo. Sí, no sabes bailar.
-¿Ya? ¿Tan pronto? Si solo me has enseñado a hacer ¿qué? ¿Esto? -Meneó las caderas intentando realizar uno de los pasos que yo le había enseñado. En su lugar salió una mañana y estuvo a punto de caer al suelo. Me eché a reír a carcajadas.
-Yo eso no te he enseñado -dije, intentando parar de reír.
-Algo por el estilo, Bollicao -me miró desde el suelo, sonriente.
-Dijiste que... -empecé a replicar, pero me cortó antes de poder acabar la frase.
-Dije que dejaría de llamarte Bollicao si me enseñabas a hacer bien al menos dos pasos, pero... -se incorporó y se marchó hacia la puerta- siento decirte que no lo has hecho, preciosa.
-Pero...
-Quizás a la próxima -ensanchó aún más la sonrisa.
Si había pasado, aunque fuera un segundo relajada a su lado, el relax se esfumó por los poros de mi piel dejando paso al enfado. Estaba que echaba chispas. ¿Cómo había pensado que me saldría con la mía? Debía haber tenido en cuenta los juegos de Lucas. Era un chico inmaduro que siempre se salía con la suya y si no era así, se encargaría de cambiarlo.
A punto estaba de explotar y mandarlo a la mierda cuando me guiñó un ojo antes de añadir:

-Nos vemos. Bollicao.

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