Una vez a solas en mi cuarto, tumbada
boca arriba sobre la cama, empecé a pensar que Bonni quizás tuviera
razón y por mucho que estuviera cabreada después de lo que había
hecho, si la tenía debía dársela. Dilan me había mentido.
No sabía el por qué, pero una
pequeña intuición me decía que era cierto y esa pequeña intuición
me estaba comiendo por dentro. No paraba de mirar el teléfono por si
había alguna señal de él, pero las horas pasaban y con cada minuto
se me antojaba más lento.
Estaba aburrida y se me planteaba un
fin de semana con un poco más de lo mismo. Pensé en llamar a Bonni,
pero luego recordé que me había sentado mal que le diera la razón
a Lucas y deseché la idea. Bajé al salón a ver un rato la
televisión, la de mi habitación se había estropeado; pero Lucas
estaba despatarrado en el sofá y no me apetecía aguantarlo. Lucy
estaba fuera en el jardín con una chica que había conocido y pensé
que lo mejor sería no molestarla.
Me sentía como un gato atrapado
entre cuatro paredes.
Finalmente subí a mi cuarto, me puse
ropa cómoda y cogí mis puntas para bajar al estudio. Bailar me
relajaba y en aquellos momentos era lo que necesitaba; bailar, sudar
y patearme el culo y si ya de paso quemaba algunas que otras calorías
me vendría que ni pintado.
No había vuelto a vomitar, aunque a
decir verdad tampoco había vuelto a pegarme un atracón. Mis comidas
se basaban en una pieza de manzana por la mañana, una cucharada de
comida basura en el instituto y medio sandwich vegetal para la cena.
Quería mantener la línea y si me alejaba de sobrepasarme en la
comida, también me alejada de las purgas.
Comprobé cuál fue la última
canción que había bailado. Tenía un MP4 siempre conectado a la
minicadena. Intentaba no repetir nunca las canciones y siempre hacer
algo variado. Por lo general mi música era una mezcla en la que
podías encontrarte desde bachata hasta una pieza de Beethoven. Me
gustaba alternar.
La última canción había sido
Skyscraper de Demi Lovato. No es que fuera una gran fan de esa chica,
pero la verdad es que sus canciones inspiraban mucho y eran fáciles
de bailar. Lentas, rápidas, con cambios de tempo... perfecto para
mí.
Mientras sonaba una pieza de
Christina Aguilera, estiré los músculos. Odiaba los estiramientos
pero eran una parte fundamental si no quería romperme o desgarrarme
alguna parte del cuerpo. La señora Rita decía que yo era muy buena
en lo mío, pero que tenía un cuerpo demasiado menudo a si es que
más me valía cuidarlo bien.
No sé dónde me veían lo pequeño.
A ver, no es que fuera una jirafa ni mucho menos, pero un metro
sesenta y cinco-metro setenta era una buena altura; además, la gente
no paraba de decirme que estaba en los huesos y yo solo veía grasa
rezumándome hasta de los oídos. Tenía un problema.
-En fin... -suspiré, metiendo los
dedos entre el pelo para agarrarlos en una coleta- mejor será que
empecemos.
Le di a la reproducción aleatoria.
Salió ¨I see fire¨de de Sheeran; una de las mejores canciones que
había escuchado en mi corta vida. Era delicada pero a la vez llena
de fuerza. Simplemente era perfecta.
Me dejé llevar por la música. Cerré
los ojos y dejé mi cuerpo a su disposición, lista para comenzar.
Cuando decía que podía ver la
música si me concentraba, la gente me miraba raro y alegaba que eso
era imposible; pero eso era porque no la entendían. La música
formaba parte de mí. La música es un estado de ánimo. Te acompaña
en los buenos y en los malos momentos, la hay de todo tipo y cada
canción es especial para cada ocasión. Los acordes encajan a la
perfección, pasando por todo tu cuerpo, enredándote como si fueran
trozos de tela que se adhieren a tu piel. Te guía. Te enseña el
camino cuando estás perdida. Te ayuda.
Cuando ellos me decían que era
imposible verla, yo les contestaba que simplemente tenían que cerrar
los ojos y dejar que cada parte de la piel la palpara; cada poro,
cada nervio, cada célula... Quizás tuvieran razón y fuera un bicho
raro, pero eso era lo que me hacía diferente. Era lo que me indicaba
que había nacido para bailar y no para ser una abogada como mi padre
quería.
Unos aplausos al principio de la sala
me sacaron de mi aletargo y me hicieron trastabillar justo cuando
volvía al suelo de nuevo después de un paso complicado. Estuve a
punto de perder el equilibrio.
-Simplemente fantástico.
Sobresaltada, me incorporé a toda
prisa y me giré para enfrentarme a Lucas. Estaba apoyado sobre uno
de los espejos, mirándome con perplejidad. ¿Cuánto tiempo llevaba
ahí? ¿Por qué no le había oído entrar? ¿¡Qué demonios hacía
en mi cueva secreta!?
-¿Qué haces aquí? -jadeé,
intentando recuperar una respiración normal.
-¿No es obvio? -rio con sarcasmo,
moviendo los brazos para abarcar todo el espacio que nos separaba.
-No tienes derecho a estar aquí
-respondí, con el ceño fruncido.
Cogí la toalla de la percha y me
sequé el sudor con ella intentando no arrancarme la piel con la
fuerza que estaba ejerciendo. Él no tenía derecho a estar allí.
Una cosa era que estuviera viviendo en mi casa; otra muy distinta era
entrar en mi estudio de Ballet sin pedir permiso.
-No sabía que bailaras -dijo, haciendo
caso omiso a mi invitación que claramente decía ¨márchate¨.
-No tenías por qué saberlo.
Tiré la toalla, literalmente, al
suelo y pasé por su lado para apagar la música, que había empezado
a convertirse en un sonido grotesco y gutural en lugar de notas
melódicas.
Ese chico era como Eduardo
Manostijeras, todo lo que tocaba lo jodía.
-Bailas genial la verdad.
Estaba de espaldas, por lo que no
podía verlo, pero un escalofrío me recorrió la columna vertebral
al sentir su mirada en mi nuca. La sangre se amontonó en mis
mejillas y entonces comprendí que me había puesto roja como un
tomate y no era debido al ejercicio.
-Gracias. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
-Un rato -soltó como quien no quiere
la cosa.- Estaba en el saló y oí música y he decidido investigar.
-Entiendo.
Vale, he de reconocer que quizás
estaba siendo un pelín borde. Un pelín tirando para mucho; pero
tantos años de humillaciones por su parte no se olvidaban en un
abrir y cerrar de ojos.
Quizás había cambiado. Yo había
cambiado; todo el mundo cambiaba. Pero cuando lo vi por primera vez
después de tantos años un brillo en su mirada me dijo que el niño
maleducado, respondón y travieso que tanto dolor de cabeza me había
dado, seguía ahí. Tal vez era eso lo que lo hacía ser tan sexy.
*Quítate ese pensamiento de la cabeza
ahora mismo si no quieres que te de tal patada en el culo que te
dolerá hasta en el carnet de identidad* Me reproché a mi misma.
-Yo no sé bailar.
-¿Cómo? -me volví, sorprendida de
oír eso. Mucha gente solía decir que no sabía bailar, pero no me
esperaba que Lucas reconociera algo así.- ¿Al chico al que se le da
bien todo, no sabe bailar?
-¿Piensas que se me da bien todo?
-sonrió de lado, mirándome de arriba a abajo.
El rubor volvió a mis mejillas y en
ese momento maldije que no llevara el pelo suelto, al menos así él
no se daría cuenta.
-Lo decía en sentido irónico.
-Ya... -volvió a sonreír,
encogiéndose de hombros.- Pues no, no se me da bien bailar. Supongo
que no he nacido para ello.
-Tonterías, mi profesora dice y cito
textualmente: no hay personas que no sepan bailar, solo que no han
encontrado la canción adecuada.
Lucas se echó a reír a carcajadas.
Intenté no reírme, pero me fue imposible.
Rita tenía unos dichos muy extraños.
Era rusa y tenía un acento bastante marcado a pesar de llevar varios
años en Estados Unidos. Yo llegué a la conclusión de que la
mayoría de sus ¨dichos¨ eran de invención propia. Algunos
carecían de sentido.
-Entonces eso es que tu profesora no me
ha visto a mí. Verás -se separó de la pared y pasó junto a mí
para encender de nuevo el reproductor. ¿Iba a ponerse a bailar? Eso
había que verlo.
-¿Qué vas a hacer?
No respondió, en lugar de eso
entrelazó sus dedos con los míos y tiró de mí hasta el centro del
estudio.
*¿¡Qué haces!?* Chillé mentalmente.
Todas las alarmas se dispararon a la vez; no recuerdo que ni tan
siquiera una sola dejara de gritar que debía retroceder.
Mi cara debía de ser un claro
ejemplo del terror que sentía por dentro en esos mismos instantes,
pues Lucas me miró con una sonrisa, algo divertido por la situación.
-Vamos a bailar -susurró en mi oído.
Recuerdo que me quedé quieta, bueno,
más que quieta me quedé en un estado en el que no se distinguiría
a una estatua de mí. Cuando dijo eso en mi oído, el aire me golpeó
en la oreja, mandándome una pequeña descarga eléctrica que me
erizó el pelo de detrás de la nuca. ¿Pretendía que bailara con
él? Ni de coña.
Intenté soltarme de su mano con un
ademán descuidado, para que no notara la urgencia que tenía por
dejar de tocarlo. Su piel estaba cálida y suave. No parecían las
manos de un chico. Solo esperaba que no notara que me sudaban las
manos.
-¿No... no dices que no sabes bailar?
-A pesar de que me esforcé en sonar todo lo segura que pode, no lo
conseguí. En lugar de eso un tembleque me quebró la voz.
-Por eso he dicho que vamos a bailar,
así me enseñas o... -ladeó la cabeza, mirándome directamente a
los ojos- ¿tienes miedo?
-¿Qué? ¿Miedo? ¿Yo? Pff -bufé,
restándole importancia a su comentario. Miedo no, estaba acojonada.
¿Por qué? Pues... yo qué sabía.- Nunca he bailado con alguien que
no sepa.
-Bueno -dijo, encogiéndose de
hombros.- Siempre hay una primera vez para todo.
Odiaba su forma de hablar. Siempre
con segundas y mensajes envueltos en otros mensajes con significados
totalmente distintos. Si se pensaba que iba a achantarme iba listo.
Puede que fuera una cagada la mayor parte de mi tiempo, pero no sabía
cómo era Claudina cuando la retaban. Se iba a enterar.
-De acuerdo -asentí, más segura de lo
que esperaba que sonase- procura no pisarme.
-Se hará lo que se pueda, Bollicao.
Juro que porque en ese momento me
estaba agarrando la mano derecha, que sino le habría cruzado la cara
de un sopapo. Tuve que conformarme con una mirada de odio, pero como
siempre se lo tomó a guasa y se echó a reír.
-Que no me llames Bollicao -gruñí,
con los dientes tan apretados que hasta rechinaron.
-Hagamos un trato -aún sin soltarme,
se inclinó sobre mí, para quedar con sus labios pegados a mi
oreja.- Si haces que de dos pasos a derechas, dejaré de llamarte
Bollicao.
Era una buena oferta, pero realmente
dudaba de que la cumpliera y tenía mis dudas aunque bueno, siempre
se podía intentar.
Tragué el nudo que se había formado
en mi garganta y asentí con determinación.
-De acuerdo. Para empezar... ¿se te da
bien algo? ¿Salsa? ¿street dance? ¿bachata?- A medida que iba
diciendo nombres de bailes al tuntún, su cara se iba convirtiendo en
la viva imagen de una uva pasa. Por lo que deduje que no tenía ni
idea de lo que le estaba hablando.- Vale, eso es un no -suspiré-
pues... no sé, lo que más fácil me resulta es la salsa.
-¿Mayonesa o ketchup?
-Estúpido -mascullé por lo bajo,
mientras me dirigía hacia la minicadena para poner una canción más
acorde con el momento.-¿Eres siempre así...
-¿Guapo, apuesto, simpático y sexy?
-...de capullo? -rodé los ojos,
cogiéndole las manos y llevándomelas a la cintura.
-Solo de vez en cuando.
-Traducción: -carraspeé- siempre.
-Corrección: -se burló de mí- solo
contigo.
Iba a replicarle, pero pensé que lo
mejor era dejarlo estar. En solo dos días había aprendido en que lo
mejor era dejarlo ganar, bueno, mejor dicho, hacer que viera que
había ganado.
-En fin... comencemos. Procura no
pisarme. Es muy fácil; solo tienes que mover las caderas. Primero
pie derecho alante, vuelve, pie izquierdo atrás, vuelve y así. Muy
bien.
Sus manos descansaban sobre la piel
desnuda de mi espalda. Llevaba una camisa corta que dejaba algo menos
de medio abdomen al descubierto; y no fui consciente de ello hasta
que sus dedos se aferraron a mí con dureza. Exhalé con fuerza,
emitiendo un gritito apenas audible por el que imploraba que Lucas no
hubiera sido consciente.
-¿Así? -preguntó, a la par que hacía
movimientos extraños con los pies. Estuvo a punto de espachurrarme
un pie.
-Sí -mentí, con el ceño fruncido-
esto... más o menos. Debes relajarte más.
-¿Eso es una orden o un consejo? Tú
también deberías hacerlo entonces.
-Yo estoy relajada.
-¿Segura? -sonrió, posando su mirada
en mis hombros.- Y... ¿se supone que las bailarinas de salsa tienen
el cuerpo en tensión? ¿No se supone que deberías agarrarte a mí?
*Qué observador...* Deslicé mis
manos por sus brazos, hasta detenerlos en lo alto de sus hombros. No
me apetecía estar conectada a él, por lo que había pensado que no
se daría cuenta si dejaba los brazos caídos a los lados, pero había
pensado mal.
Seguimos con el mismo paso de baile
un par de minutos más y luego probé a enseñarle un par más algo
más complicados, aunque fue una muy mala idea. No los conté, pero
al menos me llevé al rededor de cien pisotones. Desesperada y con
dolor de pies, me separé de él.
-Vale, me rindo. Sí, no sabes bailar.
-¿Ya? ¿Tan pronto? Si solo me has
enseñado a hacer ¿qué? ¿Esto? -Meneó las caderas intentando
realizar uno de los pasos que yo le había enseñado. En su lugar
salió una mañana y estuvo a punto de caer al suelo. Me eché a reír
a carcajadas.
-Yo eso no te he enseñado -dije,
intentando parar de reír.
-Algo por el estilo, Bollicao -me miró
desde el suelo, sonriente.
-Dijiste que... -empecé a replicar,
pero me cortó antes de poder acabar la frase.
-Dije que dejaría de llamarte Bollicao
si me enseñabas a hacer bien al menos dos pasos, pero... -se
incorporó y se marchó hacia la puerta- siento decirte que no lo has
hecho, preciosa.
-Pero...
-Quizás a la próxima -ensanchó aún
más la sonrisa.
Si había pasado, aunque fuera un
segundo relajada a su lado, el relax se esfumó por los poros de mi
piel dejando paso al enfado. Estaba que echaba chispas. ¿Cómo había
pensado que me saldría con la mía? Debía haber tenido en cuenta
los juegos de Lucas. Era un chico inmaduro que siempre se salía con
la suya y si no era así, se encargaría de cambiarlo.
A punto estaba de explotar y mandarlo
a la mierda cuando me guiñó un ojo antes de añadir:
-Nos vemos. Bollicao.
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