lunes, 1 de septiembre de 2014

Capítulo 11.

 Los días iban pasando con la mayor normalidad con la que podían hacerlo teniendo en cuenta que mi padre había retomado su horario habitual de trabajo, al igual que Nina y prácticamente volvía a no verlos, quitando que Lucas y Lucy seguían viviendo en mi casa, todo habría sido normal.
Las clases cada vez eran más aburridas, sobretodo Historia del Arte. Si hubiera tenido una máquina del tiempo habría viajado y le habría dado un par de bofetadas a mi yo del pasado por haber escogido esa asignatura. Mientras que todas las chicas atendían por el mero hecho de deleitarse la vista con el profesor, yo me entretenía mirando por la ventana el resto de la clase o dirigiendo miradas fugaces al reloj que había sobre la puerta suplicando porque la clase acabara. Iba a tener que ponerme las pilas si quería aprobarla, me iba a costar lo suyo.
Era un miércoles a tercera hora. Estaba mentalmente agotada después de una hora de Lengua Española, Historia Americana e Historia del Arte. No paraba de mirar al reloj con mirada suplicante. ¿Por qué narices se hacía el tiempo tan pesado en esa maldita asignatura? Desde luego era desesperante; y cuando pensaba que el día no podía ir a peor, de repente más de quince pares de ojos se quedaron fijos en mí. Aturdida, miré a todos lados sin saber qué era lo que pasaba. Escuché un par de murmullos y una sonrisita por lo bajo.
-¿Señorita Manson? ¿Sería tan amable de responder a mi pregunta?
Aturdida, miré al profesor como aquello de que se tratara de un marciano verde. Me había hecho una pregunta a la cual yo sabía que no tenía respuesta; no después de haberme pasado los cincuenta minutos anteriores contemplando al conserje regar las plantas. Estaba perdida.
-¿Po-podría repetírmela? -susurré, hundiéndome aún más en mi silla.
Eso solo hizo que las risas que antes habían sido un simple murmullo, subieran un par de decibelios hasta el punto de ponerme roja como un tomate.
-Por supuesto -asintió- le preguntaba que si podría decirnos lo que sabe del Barroco.
Me debatí mentalmente, buscando por todos los huecos de mi cerebro, aunque fuera una minúscula respuesta acerca del Barroco; pero ¿a quién demonios quería engañar? No tenía ni idea.
-¿El Barroco? -repetí. Esperaba que se diera cuenta de que efectivamente él tenía razón y no había estado atendiendo, así al menos la humillación no sería tan grande y evitaríamos los balbuceos, pero no fue así por lo que improvisé sobre la marcha:- El Barroco era un tipo de...
Una campana, que antaño se me habría antojado como un sonido proveniente del mismísimo infierno, repiqueteó en lo alto del aula. Suspiré aliviada con una sonrisilla. Salvada por la campana.
-Te has salvado por los pelos -se rió Bonni a mi lado mientras metíamos las cosas en nuestras mochilas.
-Y que lo digas pe...
No me dio tiempo a terminar la frase, el Señor Sanders se plantó en toda su plenitud entre mi amiga y yo. Una simple mirada bastó para que Bonni se marchara, dejándome sola ante el peligro.
-Le advertí que si no quería permanecer en esta clase, podía cambiarse.
Palabras duras, tono amable. Aquel tío cada vez me caía peor. Me daba la sensación de que era el típico profesor que iba de enrollado pero que luego te la metía hasta el fondo. Capullo.
-Lo sé, pero es que de verdad me interesa esta clase -mentí- es solo que ando un poco distraída. Solo eso.
-Claudina -empezó a decir en un tono que poco encajaba con el tono amable que había empleado en la frase anterior. Me miró con una ceja levantada. Me preparé para recibir el golpe- ya es tarde para que te cambien, sé que no te gusta mi clase y sé que te arrepientes de no haberte marchado a tiempo -¿ese tío me leía la mente? Lo miré algo asustada, pensando en lindos gatitos por si acaso estaba en lo cierto- por eso creo que vas a necesitar una ayuda extra.
-¿Ayuda extra? -repetí, con un grito ahogado.
-Ajá -asintió- me gustaría hablar con su padre. ¿Podría comunicárselo?
Estuve a punto de reírme en su cara. Si se pensaba que mi padre iba a dejar su trabajo por ir a hablar con un profesor de su hija iba más que listo, pero simplemente me limité asentir.
-Bien. Tengo tutoría los martes, por lo que tendremos que dejarlo para la semana que viene, de momento quiero que me entregue una redacción de mil palabras sobre el Barroco.
Me quedé que si me pinchan no sangro; de hecho creo que debí de ponerme blanca porque la cara de perplejidad con la que me miró el Señor Sanders fue de lo más divertida.
-No se preocupes -me sonrió desde detrás de su escritorio- será divertido.


Divertido habría sido irme el fin de semana de excursión y perderme de todo el mundo o simplemente quedarme en casa leyendo o viendo mi película favorita, pero estaba claro que el concepto de diversión que teníamos el Señor Sanders y yo no era lo que se dice muy compatibles.
Después de ese disgusto tan grande, por denominarlo de alguna forma, ya que no tenía otra palabra más acorde con la situación, me fui corriendo hacia los vestuarios. Teníamos el primer ensayo con las nuevas integrantes del equipo y el primer partido era dentro de dos semanas. Íbamos a tener que ponernos las pilas y aún más teniendo en cuenta que llevábamos prácticamente tres meses sin dar palo al agua. Años anteriores nos habíamos planteado presentarnos a los estatales y competir con otros grupos de animadoras procedentes de distintas ciudades, pero nunca llegábamos a ponernos de acuerdo. Eramos buenas, muy buenas, pero también un desastre.
Rizzo, la hermana pequeña de Scot, estaba sentada en el banco junto a su taquilla riéndose a carcajadas limpias con el móvil en su regazo. Pasé de largo frente a ella, ni tan siquiera me limité a dirigirle una mirada a modo de saludo.
No solía llevarme mal con la gente, simplemente si alguien no me caía del todo bien intentaba no tener relación con esa persona y esa eran mis intenciones con aquella chica. No me daba buena espina y me tenía la sensación que la decisión de que perteneciera a las animadoras solo nos traería problemas. Pero debía reconocer que era muy buena.
-¿Has visto a Dilan? Lo estaba buscando.
La ropa se me resbaló de las manos cuando escuché su voz. Giré en redondo, para quedar de frente a ella, haciendo caso omiso al hecho de que acababa de quedar como una torpe.
-¿Perdona? -la miré con el ceño fruncido.
-Dilan -me sonrió, enseñando una dentadura perfecta- lo estaba buscando.
-¿Para?
-Bueno, si lo sé no pregunto -rió por lo bajo, poniéndose en pié. Esa chica no me gustaba y mucho menos que preguntase por mi novio. Quizás estaba quedando como una celosa, pero me daba igual.- Necesito hablar con él y -levantó una mano, cerrándome la boca antes de que pudiera replicar- si me vas a preguntar para qué, no es asunto tuyo.
Una bofetada en la cara me habría sentado mejor que el tono de voz y la chulería que había empleado esa niñata para dirigirse a mí. No me creía mejor que nadie; todas las personas somo iguales, pero sí que merecía algo de respeto y si quería preguntar para qué buscaba a mi novio estaba en todo mi derecho.
Aún más enfadada que antes, me cuadré de hombros y me crucé de brazos para hacerle ver que no iba a achantarme porque una niña más pequeña que yo me hablara en tono autoritario.
-En primer lugar, háblame bien. No te he faltado al respeto esto eh.... -dudé de su nombre por el puro placer de sentirme superior por un milisegundo. Sabía perfectamente cómo se llamaba- ¿Rizzo? En segundo lugar, no; no sé dónde está Dilan; mi novio -recalqué esas dos últimas palabras para que le quedara claro. Sonaba como una completa novia celosa, pero esa chica me había sacado de mis casillas- y en tercer lugar si te pregunto para qué, que menos que me contestes.
Si pensaba que con un tono autoritario iba a hacer que se echara hacia atrás, estaba muy equivocada. En lugar de eso, me dio la espalda y se marchó riendo a carcajadas, mientras yo imaginaba múltiples formas de estrangularla entre mis manos.
Dejando a un lado el momento tenso que acababa de tener, terminé de enfundarme el uniforme y salí a toda prisa hacia el gimnasio. El resto de mis compañeras ya estaban calentando, incluida Rizzo. Bonni estaba entre ellas dando órdenes, algo que le encantaba; pero Dinna seguía sin aparecer. No había ido a ninguno de los entrenamientos desde que habíamos empezado. Me tenía algo preocupada; pero siempre que Bonni o yo le preguntábamos, nos esquivaba. Era un poco desesperante.
-Buenas -saludé, con la voz algo entre cortada.- ¿Empezamos?
Un coro de voces me respondieron en un grito eufórico y no pude evitar sonreír ante el entusiasmo de mis compañeras. No había lo que se podría denominar ¨buen royo¨ entre nosotras, eramos muy distintas entre todas, pero cuando teníamos que ponernos a trabajar, lo hacíamos sin rechistar.
Las dos horas siguientes nos las pasamos corriendo, saltando, lanzándonos por el aire y moviendo el culo al son de la música. Otros institutos preferían inventarse una canción pegadiza para animar a su equipo; en cambio nosotras escogíamos un par de canciones y las bailábamos en el descanso. Era mucho menos laborioso y quedaba mejor, al menos bajo mi punto de vista.
-Bien chicas -Bonni pegó un par de palmadas para que todas se acercaran a nosotras. Era la segunda capitana, pero ejercía de primera más que yo.- Practicamos una última vez el paso del salto y acabamos por hoy. ¡A sus puestos!
Era un paso complicado, sobretodo ahora que a penas estábamos coordinadas entre nosotras mismas, pero era mejor dejarlo pulido, así al día siguiente podíamos centrarnos en otra cosa. Debido a mis años como bailarina de ballet, compaginados con los de animadora, yo formaba parte de las saltadoras. Al principio he de reconocer que me daba miedo estar saltando por los aires cada dos por tres, pero era muy emocionante. Macius, era uno de los chicos del equipo y también el que se encargaba de cogerme y lanzarme. Por lo general era muy bueno, pero esa vez falló. Sus manos debían de estar justo en el hueso de mis caderas, pero en lugar de eso, me agarró por encima de la cintura, lo que hizo que perdiera el equilibrio al caer y me diera de bruces contra el suelo.
Un dolor horrible se extendió por mi pierna hasta recorrer toda mi columna vertebral. Pensé lo peor. Tendida en el suelo con los ojos cerrados, me daba pavor mirarme el tobillo.
-¡Claudina! -Macius se hallaba a mi lado, zarandeándome por los hombros mientras que yo solo sabía gritar de dolor.- ¡¿Estás bien?! ¡Dime algo!
El pobre muchacho estaba aterrorizado, pero os aseguro que no más que yo.
Cuando abrí los ojos, un círculo de cabezas se cernían sobre mí, mientras que Bonni daba órdenes intentando abrirse paso hacia mí. Me estaban agobiando. El dolor era insoportable y el miedo aún peor; pero me dije a mí misma que no lloraría delante de todas esas personas.
-Estoy bien -dije en un susurro poco tranquilizador intentando que Macius me creyera- estoy bien.
-¡Que os quitéis del medio, cojones! -escuché a mi amiga, gritar detrás de todos esos cuerpos sorprendidos.
-¿Bonni? -sollocé, como una niña asustada.
Por fin, mi mejor amiga consiguió abrirse paso hasta mí. Su cara era una completa máscara de enojo y susto a la vez. Estaba roja por las voces y su voz era algo rasposa. Se sentó junto a Macius, mientras miraba hacia arriba indicándole al resto que se marcharan.
-¿Estás bien nena?
No sabía qué responder. Estaba asustada por mi tobillo, pero por lo demás me encontraba en perfecto estado. Si solo había salido mal parado mi pie, debía de dar gracias dada la altura desde la que había caído.
-El tobillo -fue lo único que dije.
Macius y ella se apresuraron a bajarme la media y a sacarme la deportiva. Cada vez que rozaban mi piel, un pinchazo de dolor se apoderaba de todo el hueso, subiendo por mi pierna. Tuve que cerrar los ojos y morderme el labio para no chillar de dolor.
-¿Está muy morado? ¿Es muy grave? Por dios, decirme que no aunque sea mentira -supliqué entre dientes.
-No parece grave... -la voz de Macius sonó vacilante, por lo que supe que me estaba mintiendo. Dejé caer la cabeza hacia atrás, desplomándome sobre el suelo con la espalda apoyada.
Todas mis compañeras me contemplaban con expresión de asombro. Quizás porque estaban aliviadas de que no me hubiera desnucado o quizás exhaustas y enfadada por eso mismo. Rizzo se encontraba detrás de mí, deleitándose con la escena.
-Si no sirves para esto, es tan sencillo como que te retires -espetó con indiferencia.
Al escucharla, apreté los puños sobre mi estómago reprimiendo las ganas de soltarle un guantazo allí mismo. Entiendo que pudiera caerle... ¿mal? Sin motivo aparente, pero ¿que dijera eso cuando acababa de tener un accidente? Era el colmo. No tuve que decir nada, Bonni se encargo de ello.
-Tú, escualiducha -la fulminó con la mirada para que se diera por aludida. Automáticamente todas las cabezas se giraron hacia ella. Yo le agarré el brazo a Bonni, dándole un apretón para indicarle que se callara, pero de nada sirvió- un poco de respeto hacia tu capitana. Ha sufrido un accidente y ¿lo primero que se te ocurre es decir eso? Que sepas que gracias a su voto estás en este equipo a si es que más te vale tenerselo de ahora en adelante porque puedo encargarme de convertir tu vida en un infierno. ¿De acuerdo? Y ahora vamos -me ayudó a incorporarme, pasando mi brazo por encima de sus hombros- será mejor que te lleve al hospital.

-Gracias.
Después de pasarnos todo el trayecto hasta el hospital en silencio, lo único que se me había pasado por la cabeza decir era un simple gracias. Me sentí estúpida incluso antes de pronunciar aquellas palabras, pero después de cómo me había defendido ante Rizzo, no tenía más que decir.
-Tonta -me sonrió, estrujándome contra ella.- Nadie se pasa con mi amiga.
-Ya lo veo ya -reí.
Estebábamos en una habitación dentro del hospital. La enfermera que me había atendido nos había dicho que permaneciéramos allí, que tenía que vendarme el pie.
Había tenido suerte ya que solo había sido el golpe y no tenía daño alguno. Por un momento pensé que me había hecho un esguince o algo peor, que me había fracturado el hueso, pero por suerte no había sido así.
Macius, quien había insistido en acompañarnos, nos esperaba en la sala de espera. Bonni le había dicho que ella entraría conmigo, que no tenía que preocuparse y que un fallo lo tenía cualquiera aunque ese fallo podía haberme costado un pie, literalmente, pero aún así el pobre muchacho seguía aturdido.
La enfermera, una mujer mayor de pelo canoso que me recordó a Nana, entró en la sala y me vendó el pié con una especie de gasa amarillenta. Nada más llegar, la mujer me había dado unos calmantes a si es que no sentía prácticamente dolor, pero aún así, la presión del vendaje me molestaba.
-Tómate estas pastillas durante una semana y el próximo miércoles ven a que te vea de nuevo ese tobillo ¿de acuerdo? -la mujer me tendió una receta con una sonrisa amable.- Procura no hacer esfuerzos.
-Pero...
-Tranquila, yo me encargaré de ello -le aseguró Bonni, sacándome de la sala.
¡¿Una semana?! Las clases de ballet empezaban al día siguiente. No podía estar una semana sin bailar. Estaba segura que mi profesora lo entendería, ¡pero estar una semana sin bailar era mucho!
Suspiré con resignación. Me sentía inútil, torpe y sobretodo estúpida. Tenía que ir agarrada a Bonni para impedir apoyar el pie. La enfermera me había dado esas indicaciones y a pesar de que estaba deseando de que pasara la semana volando; yo no era quién para contradecirla.
Estábamos casi llegando a la sala de espera, cuando una cara conocida apareció ante nosotros. Las tres nos miramos; primero entre nosotras, pasando las miradas de un rostro a otro y luego todas fueron a parar a ella, a Dinna. ¿Qué hacía allí?
Vacilante, la chica se acercó hacia donde nos encontrábamos Bonni y yo. Estaba tan pálida que me dio miedo.
-¿Dinna? -la llamé en un susurró.-¿Qué haces aquí?
Después de llevar casi cerca de semana y media sin verla, encontrase a una de tus mejores amigas en el hospital no era lo que se podía decir lo más tranquilo del mundo.
No contestó. Se limitó a mirarnos a Bonni y a mí de hito en hito, posando posteriormente su mirada en mi tobillo.
-¿Qué te ha pasado? -inquirió, casi en un grito.
-Se ha caído en un entrenamiento a los que tu llevas varios días sin ir -respondió Bonni con dureza.
-¿Estás bien? -me miró con pena; pero en esos momentos quería pegarle y abrazarla a la vez.
-Sí -asentí.
-Bien. Esto eh chicas yo... -señaló con el pulgar a su espalda, dando un paso hacia atrás- tengo que irme. ¿Nos ve...
Bonni me soltó y la agarró por la muñeca, tirando de ella hacia nosotras con una expresión en su rostro que daba miedo. Por un momento pensé que le daría el guantazo que estaba deseando darle yo.
-¿¡Se puede saber qué demonios te pasa!? -gritó, bajando la voz al darse cuenta de que todo el mundo se giraba para mirarnos a nosotras.- Llevas casi dos semanas sin dar señales de vida. No vas a la escuela, te saltas los entrenamientos... nos esquivas.
-Bonni... -la advertí yo, agarrándola del brazo, pero eso solo sirvió para alentarla más.
-Ni Bonni ni leches, Clau -me miró con rabia. Echaba chispas.- Somos su amigas, no puede ser que nos trate así.
-Tienes razón -secundó Dinna en un susurro, mirando hacia todos lados- ¿pero podemos hablar esto en otro sitio? Estamos dando un...
-No.
-Bonni, Dinna tiene razón, será mejor que quedemos más tarde. -Por más que intentaba tranquilar a mi amiga, solo conseguía empeorarlo aún más. Yo la entendía, también estaba enfadada pero un hospital no era lugar para enzarzarse en una discusión.
-No me pienso mover de aquí hasta que...

-¡Estoy embarazada!

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