Los días iban pasando con la mayor
normalidad con la que podían hacerlo teniendo en cuenta que mi padre
había retomado su horario habitual de trabajo, al igual que Nina y
prácticamente volvía a no verlos, quitando que Lucas y Lucy seguían
viviendo en mi casa, todo habría sido normal.
Las clases cada vez eran más
aburridas, sobretodo Historia del Arte. Si hubiera tenido una máquina
del tiempo habría viajado y le habría dado un par de bofetadas a
mi yo del pasado por haber escogido esa asignatura. Mientras que
todas las chicas atendían por el mero hecho de deleitarse la vista
con el profesor, yo me entretenía mirando por la ventana el resto de
la clase o dirigiendo miradas fugaces al reloj que había sobre la
puerta suplicando porque la clase acabara. Iba a tener que ponerme
las pilas si quería aprobarla, me iba a costar lo suyo.
Era un miércoles a tercera hora.
Estaba mentalmente agotada después de una hora de Lengua Española,
Historia Americana e Historia del Arte. No paraba de mirar al reloj
con mirada suplicante. ¿Por qué narices se hacía el tiempo tan
pesado en esa maldita asignatura? Desde luego era desesperante; y
cuando pensaba que el día no podía ir a peor, de repente más de
quince pares de ojos se quedaron fijos en mí. Aturdida, miré a
todos lados sin saber qué era lo que pasaba. Escuché un par de
murmullos y una sonrisita por lo bajo.
Aturdida, miré al profesor como
aquello de que se tratara de un marciano verde. Me había hecho una
pregunta a la cual yo sabía que no tenía respuesta; no después de
haberme pasado los cincuenta minutos anteriores contemplando al
conserje regar las plantas. Estaba perdida.
-¿Po-podría repetírmela? -susurré,
hundiéndome aún más en mi silla.
Eso solo hizo que las risas que antes
habían sido un simple murmullo, subieran un par de decibelios hasta
el punto de ponerme roja como un tomate.
-Por supuesto -asintió- le preguntaba
que si podría decirnos lo que sabe del Barroco.
Me debatí mentalmente, buscando por
todos los huecos de mi cerebro, aunque fuera una minúscula respuesta
acerca del Barroco; pero ¿a quién demonios quería engañar? No
tenía ni idea.
-¿El Barroco? -repetí. Esperaba que
se diera cuenta de que efectivamente él tenía razón y no había
estado atendiendo, así al menos la humillación no sería tan grande
y evitaríamos los balbuceos, pero no fue así por lo que improvisé
sobre la marcha:- El Barroco era un tipo de...
Una campana, que antaño se me habría
antojado como un sonido proveniente del mismísimo infierno,
repiqueteó en lo alto del aula. Suspiré aliviada con una
sonrisilla. Salvada por la campana.
-Te has salvado por los pelos -se rió
Bonni a mi lado mientras metíamos las cosas en nuestras mochilas.
-Y que lo digas pe...
No me dio tiempo a terminar la frase,
el Señor Sanders se plantó en toda su plenitud entre mi amiga y yo.
Una simple mirada bastó para que Bonni se marchara, dejándome sola
ante el peligro.
-Le advertí que si no quería
permanecer en esta clase, podía cambiarse.
Palabras duras, tono amable. Aquel
tío cada vez me caía peor. Me daba la sensación de que era el
típico profesor que iba de enrollado pero que luego te la metía
hasta el fondo. Capullo.
-Lo sé, pero es que de verdad me
interesa esta clase -mentí- es solo que ando un poco distraída.
Solo eso.
-Claudina -empezó a decir en un tono
que poco encajaba con el tono amable que había empleado en la frase
anterior. Me miró con una ceja levantada. Me preparé para recibir
el golpe- ya es tarde para que te cambien, sé que no te gusta mi
clase y sé que te arrepientes de no haberte marchado a tiempo -¿ese
tío me leía la mente? Lo miré algo asustada, pensando en lindos
gatitos por si acaso estaba en lo cierto- por eso creo que vas a
necesitar una ayuda extra.
-¿Ayuda extra? -repetí, con un grito
ahogado.
-Ajá -asintió- me gustaría hablar
con su padre. ¿Podría comunicárselo?
Estuve a punto de reírme en su cara.
Si se pensaba que mi padre iba a dejar su trabajo por ir a hablar con
un profesor de su hija iba más que listo, pero simplemente me limité
asentir.
-Bien. Tengo tutoría los martes, por
lo que tendremos que dejarlo para la semana que viene, de momento
quiero que me entregue una redacción de mil palabras sobre el
Barroco.
Me quedé que si me pinchan no
sangro; de hecho creo que debí de ponerme blanca porque la cara de
perplejidad con la que me miró el Señor Sanders fue de lo más
divertida.
-No se preocupes -me sonrió desde
detrás de su escritorio- será divertido.
Divertido habría sido irme el fin de
semana de excursión y perderme de todo el mundo o simplemente
quedarme en casa leyendo o viendo mi película favorita, pero estaba
claro que el concepto de diversión que teníamos el Señor Sanders y
yo no era lo que se dice muy compatibles.
Después de ese disgusto tan grande,
por denominarlo de alguna forma, ya que no tenía otra palabra más
acorde con la situación, me fui corriendo hacia los vestuarios.
Teníamos el primer ensayo con las nuevas integrantes del equipo y el
primer partido era dentro de dos semanas. Íbamos a tener que
ponernos las pilas y aún más teniendo en cuenta que llevábamos
prácticamente tres meses sin dar palo al agua. Años anteriores nos
habíamos planteado presentarnos a los estatales y competir con otros
grupos de animadoras procedentes de distintas ciudades, pero nunca
llegábamos a ponernos de acuerdo. Eramos buenas, muy buenas, pero
también un desastre.
Rizzo, la hermana pequeña de Scot,
estaba sentada en el banco junto a su taquilla riéndose a carcajadas
limpias con el móvil en su regazo. Pasé de largo frente a ella, ni
tan siquiera me limité a dirigirle una mirada a modo de saludo.
No solía llevarme mal con la gente,
simplemente si alguien no me caía del todo bien intentaba no tener
relación con esa persona y esa eran mis intenciones con aquella
chica. No me daba buena espina y me tenía la sensación que la
decisión de que perteneciera a las animadoras solo nos traería
problemas. Pero debía reconocer que era muy buena.
-¿Has visto a Dilan? Lo estaba
buscando.
La ropa se me resbaló de las manos
cuando escuché su voz. Giré en redondo, para quedar de frente a
ella, haciendo caso omiso al hecho de que acababa de quedar como una
torpe.
-¿Perdona? -la miré con el ceño
fruncido.
-Dilan -me sonrió, enseñando una
dentadura perfecta- lo estaba buscando.
-¿Para?
-Bueno, si lo sé no pregunto -rió por
lo bajo, poniéndose en pié. Esa chica no me gustaba y mucho menos
que preguntase por mi novio. Quizás estaba quedando como una celosa,
pero me daba igual.- Necesito hablar con él y -levantó una mano,
cerrándome la boca antes de que pudiera replicar- si me vas a
preguntar para qué, no es asunto tuyo.
Una bofetada en la cara me habría
sentado mejor que el tono de voz y la chulería que había empleado
esa niñata para dirigirse a mí. No me creía mejor que nadie; todas
las personas somo iguales, pero sí que merecía algo de respeto y si
quería preguntar para qué buscaba a mi novio estaba en todo mi
derecho.
Aún más enfadada que antes, me
cuadré de hombros y me crucé de brazos para hacerle ver que no iba
a achantarme porque una niña más pequeña que yo me hablara en tono
autoritario.
-En primer lugar, háblame bien. No te
he faltado al respeto esto eh.... -dudé de su nombre por el puro
placer de sentirme superior por un milisegundo. Sabía perfectamente
cómo se llamaba- ¿Rizzo? En segundo lugar, no; no sé dónde está
Dilan; mi novio -recalqué esas dos últimas palabras para que le
quedara claro. Sonaba como una completa novia celosa, pero esa chica
me había sacado de mis casillas- y en tercer lugar si te pregunto
para qué, que menos que me contestes.
Si pensaba que con un tono
autoritario iba a hacer que se echara hacia atrás, estaba muy
equivocada. En lugar de eso, me dio la espalda y se marchó riendo a
carcajadas, mientras yo imaginaba múltiples formas de estrangularla
entre mis manos.
Dejando a un lado el momento tenso
que acababa de tener, terminé de enfundarme el uniforme y salí a
toda prisa hacia el gimnasio. El resto de mis compañeras ya estaban
calentando, incluida Rizzo. Bonni estaba entre ellas dando órdenes,
algo que le encantaba; pero Dinna seguía sin aparecer. No había ido
a ninguno de los entrenamientos desde que habíamos empezado. Me
tenía algo preocupada; pero siempre que Bonni o yo le preguntábamos,
nos esquivaba. Era un poco desesperante.
-Buenas -saludé, con la voz algo entre
cortada.- ¿Empezamos?
Un coro de voces me respondieron en un
grito eufórico y no pude evitar sonreír ante el entusiasmo de mis
compañeras. No había lo que se podría denominar ¨buen royo¨
entre nosotras, eramos muy distintas entre todas, pero cuando
teníamos que ponernos a trabajar, lo hacíamos sin rechistar.
Las dos horas siguientes nos las
pasamos corriendo, saltando, lanzándonos por el aire y moviendo el
culo al son de la música. Otros institutos preferían inventarse una
canción pegadiza para animar a su equipo; en cambio nosotras
escogíamos un par de canciones y las bailábamos en el descanso. Era
mucho menos laborioso y quedaba mejor, al menos bajo mi punto de
vista.
-Bien chicas -Bonni pegó un par de
palmadas para que todas se acercaran a nosotras. Era la segunda
capitana, pero ejercía de primera más que yo.- Practicamos una
última vez el paso del salto y acabamos por hoy. ¡A sus puestos!
Era un paso complicado, sobretodo
ahora que a penas estábamos coordinadas entre nosotras mismas, pero
era mejor dejarlo pulido, así al día siguiente podíamos centrarnos
en otra cosa. Debido a mis años como bailarina de ballet,
compaginados con los de animadora, yo formaba parte de las
saltadoras. Al principio he de reconocer que me daba miedo estar
saltando por los aires cada dos por tres, pero era muy emocionante.
Macius, era uno de los chicos del equipo y también el que se
encargaba de cogerme y lanzarme. Por lo general era muy bueno, pero
esa vez falló. Sus manos debían de estar justo en el hueso de mis
caderas, pero en lugar de eso, me agarró por encima de la cintura,
lo que hizo que perdiera el equilibrio al caer y me diera de bruces
contra el suelo.
Un dolor horrible se extendió por mi
pierna hasta recorrer toda mi columna vertebral. Pensé lo peor.
Tendida en el suelo con los ojos cerrados, me daba pavor mirarme el
tobillo.
-¡Claudina! -Macius se hallaba a mi
lado, zarandeándome por los hombros mientras que yo solo sabía
gritar de dolor.- ¡¿Estás bien?! ¡Dime algo!
El pobre muchacho estaba
aterrorizado, pero os aseguro que no más que yo.
Cuando abrí los ojos, un círculo de
cabezas se cernían sobre mí, mientras que Bonni daba órdenes
intentando abrirse paso hacia mí. Me estaban agobiando. El dolor era
insoportable y el miedo aún peor; pero me dije a mí misma que no
lloraría delante de todas esas personas.
-Estoy bien -dije en un susurro poco
tranquilizador intentando que Macius me creyera- estoy bien.
-¡Que os quitéis del medio, cojones!
-escuché a mi amiga, gritar detrás de todos esos cuerpos
sorprendidos.
-¿Bonni? -sollocé, como una niña
asustada.
Por fin, mi mejor amiga consiguió
abrirse paso hasta mí. Su cara era una completa máscara de enojo y
susto a la vez. Estaba roja por las voces y su voz era algo rasposa.
Se sentó junto a Macius, mientras miraba hacia arriba indicándole
al resto que se marcharan.
-¿Estás bien nena?
No sabía qué responder. Estaba
asustada por mi tobillo, pero por lo demás me encontraba en perfecto
estado. Si solo había salido mal parado mi pie, debía de dar
gracias dada la altura desde la que había caído.
-El tobillo -fue lo único que dije.
Macius y ella se apresuraron a
bajarme la media y a sacarme la deportiva. Cada vez que rozaban mi
piel, un pinchazo de dolor se apoderaba de todo el hueso, subiendo
por mi pierna. Tuve que cerrar los ojos y morderme el labio para no
chillar de dolor.
-¿Está muy morado? ¿Es muy grave?
Por dios, decirme que no aunque sea mentira -supliqué entre dientes.
-No parece grave... -la voz de Macius
sonó vacilante, por lo que supe que me estaba mintiendo. Dejé caer
la cabeza hacia atrás, desplomándome sobre el suelo con la espalda
apoyada.
Todas mis compañeras me contemplaban
con expresión de asombro. Quizás porque estaban aliviadas de que no
me hubiera desnucado o quizás exhaustas y enfadada por eso mismo.
Rizzo se encontraba detrás de mí, deleitándose con la escena.
-Si no sirves para esto, es tan
sencillo como que te retires -espetó con indiferencia.
Al escucharla, apreté los puños
sobre mi estómago reprimiendo las ganas de soltarle un guantazo allí
mismo. Entiendo que pudiera caerle... ¿mal? Sin motivo aparente,
pero ¿que dijera eso cuando acababa de tener un accidente? Era el
colmo. No tuve que decir nada, Bonni se encargo de ello.
-Tú, escualiducha -la fulminó con la
mirada para que se diera por aludida. Automáticamente todas las
cabezas se giraron hacia ella. Yo le agarré el brazo a Bonni,
dándole un apretón para indicarle que se callara, pero de nada
sirvió- un poco de respeto hacia tu capitana. Ha sufrido un
accidente y ¿lo primero que se te ocurre es decir eso? Que sepas que
gracias a su voto estás en este equipo a si es que más te vale
tenerselo de ahora en adelante porque puedo encargarme de convertir
tu vida en un infierno. ¿De acuerdo? Y ahora vamos -me ayudó a
incorporarme, pasando mi brazo por encima de sus hombros- será mejor
que te lleve al hospital.
-Gracias.
Después de pasarnos todo el trayecto
hasta el hospital en silencio, lo único que se me había pasado por
la cabeza decir era un simple gracias. Me sentí estúpida incluso
antes de pronunciar aquellas palabras, pero después de cómo me
había defendido ante Rizzo, no tenía más que decir.
-Tonta -me sonrió, estrujándome
contra ella.- Nadie se pasa con mi amiga.
-Ya lo veo ya -reí.
Estebábamos en una habitación
dentro del hospital. La enfermera que me había atendido nos había
dicho que permaneciéramos allí, que tenía que vendarme el pie.
Había tenido suerte ya que solo
había sido el golpe y no tenía daño alguno. Por un momento pensé
que me había hecho un esguince o algo peor, que me había fracturado
el hueso, pero por suerte no había sido así.
Macius, quien había insistido en
acompañarnos, nos esperaba en la sala de espera. Bonni le había
dicho que ella entraría conmigo, que no tenía que preocuparse y que
un fallo lo tenía cualquiera aunque ese fallo podía haberme costado
un pie, literalmente, pero aún así el pobre muchacho seguía
aturdido.
La enfermera, una mujer mayor de pelo
canoso que me recordó a Nana, entró en la sala y me vendó el pié
con una especie de gasa amarillenta. Nada más llegar, la mujer me
había dado unos calmantes a si es que no sentía prácticamente
dolor, pero aún así, la presión del vendaje me molestaba.
-Tómate estas pastillas durante una
semana y el próximo miércoles ven a que te vea de nuevo ese tobillo
¿de acuerdo? -la mujer me tendió una receta con una sonrisa
amable.- Procura no hacer esfuerzos.
-Pero...
-Tranquila, yo me encargaré de ello
-le aseguró Bonni, sacándome de la sala.
¡¿Una semana?! Las clases de ballet
empezaban al día siguiente. No podía estar una semana sin bailar.
Estaba segura que mi profesora lo entendería, ¡pero estar una
semana sin bailar era mucho!
Suspiré con resignación. Me sentía
inútil, torpe y sobretodo estúpida. Tenía que ir agarrada a Bonni
para impedir apoyar el pie. La enfermera me había dado esas
indicaciones y a pesar de que estaba deseando de que pasara la semana
volando; yo no era quién para contradecirla.
Estábamos casi llegando a la sala de
espera, cuando una cara conocida apareció ante nosotros. Las tres
nos miramos; primero entre nosotras, pasando las miradas de un rostro
a otro y luego todas fueron a parar a ella, a Dinna. ¿Qué hacía
allí?
Vacilante, la chica se acercó hacia
donde nos encontrábamos Bonni y yo. Estaba tan pálida que me dio
miedo.
-¿Dinna? -la llamé en un
susurró.-¿Qué haces aquí?
Después de llevar casi cerca de
semana y media sin verla, encontrase a una de tus mejores amigas en
el hospital no era lo que se podía decir lo más tranquilo del
mundo.
No contestó. Se limitó a mirarnos a
Bonni y a mí de hito en hito, posando posteriormente su mirada en mi
tobillo.
-¿Qué te ha pasado? -inquirió, casi
en un grito.
-Se ha caído en un entrenamiento a los
que tu llevas varios días sin ir -respondió Bonni con dureza.
-¿Estás bien? -me miró con pena;
pero en esos momentos quería pegarle y abrazarla a la vez.
-Sí -asentí.
-Bien. Esto eh chicas yo... -señaló
con el pulgar a su espalda, dando un paso hacia atrás- tengo que
irme. ¿Nos ve...
Bonni me soltó y la agarró por la
muñeca, tirando de ella hacia nosotras con una expresión en su
rostro que daba miedo. Por un momento pensé que le daría el
guantazo que estaba deseando darle yo.
-¿¡Se puede saber qué demonios te
pasa!? -gritó, bajando la voz al darse cuenta de que todo el mundo
se giraba para mirarnos a nosotras.- Llevas casi dos semanas sin dar
señales de vida. No vas a la escuela, te saltas los
entrenamientos... nos esquivas.
-Bonni... -la advertí yo, agarrándola
del brazo, pero eso solo sirvió para alentarla más.
-Ni Bonni ni leches, Clau -me miró con
rabia. Echaba chispas.- Somos su amigas, no puede ser que nos trate
así.
-Tienes razón -secundó Dinna en un
susurro, mirando hacia todos lados- ¿pero podemos hablar esto en
otro sitio? Estamos dando un...
-No.
-Bonni, Dinna tiene razón, será mejor
que quedemos más tarde. -Por más que intentaba tranquilar a mi
amiga, solo conseguía empeorarlo aún más. Yo la entendía, también
estaba enfadada pero un hospital no era lugar para enzarzarse en una
discusión.
-No me pienso mover de aquí hasta
que...
-¡Estoy embarazada!
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