miércoles, 2 de julio de 2014

Capítulo 1.

  Supongo que el primer día de clase nunca me ha gustado o al menos eso sentía entonces. Por una parte estaba bien porque te reencontrabas con los amigos que no habías visto en todo el verano, pero por otra era volver a la misma rutina de siempre y soportar las mismas miradas de siempre con los profesores de siempre; aunque el hecho de que fuera el primer día de mi último curso, pintaba mejor las cosas.
  Llevaba contando los días que me quedaban para llegar hasta ese, desde que entré en el instituto. No podía quejarme, en realidad me llevaba bien con todo el mundo o con casi todo. Procuraba no caerle mal a nadie e intentar ayudar a las personas que la necesitaban; pero ese día, el día en el que empezaba mi último curso era especial. Significaba que Nueva York estaba más cerca y aunque aún no le había mencionado nada a mi padre de que quería estudiar danza a 3.940´17 km de distancia, es decir, en la otra punta del país; era lo que realmente deseaba. Él no se lo iba a tomar bien, quizás por eso me resultaba demasiado difícil contárselo. Si no lo hacía podía seguir fingiendo en mi imaginación que me diría que sí, pero si se lo decía, me diría un no rotundo y eso solo me destrozaría por dentro.
  Desde pequeña me gustaba bailar. Podía bailarte desde una bachata hasta un tango pasando por el Street dance y una pieza de Mozart con mis puntas de Ballet; pero mi padre eso no lo veía. Él quería que yo fuera una abogada de prestigio como él; es decir, pasarme las horas muertas en la oficina ya fuera del despacho o de mi propia casa con un teléfono pegado a una oreja. Eso era muy triste, pero lo veía tan ilusionado en que siguiera sus propios pasos, que me daba no sé qué decirle que no.
  Pasé ante el espejo de mi habitación y miré de raspagilón mi reflejo. Había cambiado mucho en este verano. Al comienzo rellenaba las calzonas que llevaba puestas, ahora tenía que ponerme un cinturón si quería que siguieran sujetas sobre mis caderas, pero aun así, no me parecía suficiente; decía seguir perdiendo peso.
-Al final llegarás tarde –resoplé ofuscada, metiendo las cosas en mi bolso.
  Se suponía que había quedado con mis amigas en la puerta del instituto para entrar todas juntas, pero me daba la sensación de que o me daba prisa o acabaría por llegar tarde y entrar sola.
  Antes de salir por la puerta, me paré frente al espejo y me di un último retoque en los ojos. No me gustaba
maquillarme demasiado, prefería más el look natural, pero un poco de sombra de ojos nunca venía mal y sobre todo si hacía contraste con mis iris de color verde. Según mi padre era la viva imagen de mi madre; mediana estatura, un cuerpo bonito conseguido tras años y años de clases de ballet y un pelo liso, largo y tan negro como el carbón. Yo no sabía en qué me veía el parecido, pero si él decía que lo tenía, me parecía bien.
  Salí corriendo de mi habitación y bajé las escaleras al trote hasta llegar al vestíbulo, donde me estaba esperando Nana, como todos los días para desearme que tuviera una buena mañana. No recuerdo ni un solo día en el que no lo hubiera hecho. Me encantaba esa mujer; siempre alegre y con una sonrisa dibujada en su rostro que hacía que unas arruguitas muy monas se le formaran en las comisuras de sus ojos. Ella ya era algo mayor, no sabía la edad que tenía, pero aproximadamente unos cincuenta.
  Cuando nací, ella ya estaba trabajando en nuestra casa, se había encargado de Mike y luego de mí. Quizás por eso Mike me chinchaba tanto; por suerte nuestra relación había cambiado bastante con el transcurso de los años. Lo iba a echar mucho de menos cuando volviera a irse. Estaba estudiando empresariales en California. Él quería irse a estudiar fuera y mi padre no puso impedimentos. Supongo que no era lo mismo para él dejar marchar a su hijo mayor que a su niñita del alma.
-Buenos días Nana –la saludé con energía.
-Buenos días Señorita Claudina.
-¡Dios, Nana! ¿Cuántas veces te he dicho que no me llames así?
  No sé que les había dado al personal de la casa, pero de un día para otro me habían empezado a llamar ¨Señorita Claudina¨. Que me llamaran así otros empleados, me daba igual, pero que lo hicieran ella o Richard, el chofer, no me hacía ni pizca de gracia cuando prácticamente ellos habían sido quienes me habían criado, al menos desde que ocurrió el accidente de coche.
-En fin… -suspiré, rodando los ojos-. ¿Has visto a mi padre? Se suponía que iba a llevarme hoy al instituto.
  Silencio; Nana no respondió; de hecho me apartó la mirada y se quedó fija en las tablas de madera del suelo. Tras muchos años juntas, ya sabía lo que eso significaba. No le gustaba darme noticias que sabía no me sentarían bien y siempre hacía lo mismo; callarse, apartar la mirada y hacer como si no hubiera escuchado nada.
-Se ha marchado ¿verdad?
-El Señor ha dicho que tenía cosas importantes que hacer y…
-Como siempre por no variar – me quejé con indignación- No sé ni por qué me sorprende.
-Seño… Clau, cielo, sabes que tu padre trabaja muy duro y…
-Lo sé Nana, lo sé, no hace falta que me lo digas –la corté antes de que pudiera terminar de disculpar a mi padre.- En fin… deséame suerte.
-Suerte cielo –sonrió antes de darme un beso en la mejilla, como cada mañana.
  Me desesperaba que mi padre fuera así. No recordaba haberlo visto algún día en casa más de una hora; siempre estaba de aquí para allá haciendo cosas que para él eran mucho más importantes que su familia; si es que se le podía llamar familia a dos hijos, uno que ya se había independizado y a su novia, Nina; una diseñadora de moda cinco años más joven que él que escasamente pasaba más de dos días seguidos en casa. Me caía muy bien la verdad; era maja y me trataba genial, pero mi padre se pensaba que podía sustituir a mi madre y eso era imposible.
  Richard ya me estaba esperando con la puerta de la limusina abierta; por lo que deducí que mi padre ya le había avisado sobre que tenía que llevarme, en vez de hacerlo él mismo.
  Estaba enfadada, muy enfadada, pero no podía pagarlo con aquel hombre de pelo cano que iba siempre con una sonrisa. Él y Nana se casaron cuando yo tenía a penas los cinco años recién cumplidos. De mayor, quería ser como ellos.
-Señor….
-No, no lo hagas, me niego –negué con la cabeza- estoy harta de que hagáis eso.
  Me metí en el coche antes de que pudiera replicarme como había hecho las últimas semanas. Estaba cansada de estupideces como aquellas, aunque ya estaba empezando a pensar que solo lo hacían para hacerme de rabiar.
  Todos los jóvenes de mi edad ya tenían sus propios coches, pero yo tenía a un Richard que era mucho mejor; al menos él me daba conversación y me quería. No es que no me gustase poder haber tenido mi propio coche y no depender de nadie, es solo que le había cogido miedo desde el accidente. Hoy hacía un año; quizás por eso odiaba tanto los primeros días de clase. Me traían demasiados recuerdos que me habría gustado borrar de mi memoria pero que por desgracia permanecerían ahí para siempre.
  Los recuerdos de esa noche no estaban demasiado claros, solo algunas imágenes poco nítidas como Mike haciéndome de rabiar, mi madre intentando calmarnos o las estrellas a través de la ventanilla.
  Ese día gané un miedo y perdí a una madre.
-¿Vamos a tardar mucho? –tuve que elevar la voz para que pudiera escucharme tras la ventanilla que nos separaba.
-Hay atasco Señorita, por lo que quizás sí que tardemos. Aunque le prometo que llegará a tiempo.

Vivir en Los Ángeles suponía tener que salir de casa con horas de antelación si querías llegar a tiempo a un sitio. Los atascos eran frecuentes por allí, sobre todo a las siete y media de la mañana, cuando todo el mundo entraba a sus trabajos.
  Vivía a las afueras, en una casa, bueno… mejor dicho una mansión de dos plantas, patio interior y patio exterior, con piscina y una garaje de madera que servía de trastero; piscina climatizada, gimnasio, sala de cine..., por lo que aquello era más grande que una casa. Demasiado espacio libre para tan poca gente, pero mi padre se empeñó en comprarla y mi madre no le puso impedimentos además mi hermano y yo habíamos crecido allí lo que generaba que le tuviera cierto cariño, a lo que más a mi habitación y al estudio de ballet que mi padre mandó construir como regalo de mi doceavo cumpleaños. Ambos lugares comparados con el resto de la casa eran como dos hormigas al lado de un elefante, pero eran mis sitios preferidos. Podía pasarme las horas muertas en el estudio bailando hasta caer rendida. Algunos no lo entendían, pero para mí bailar era como respirar, lo necesitaba si quería seguir con vida.
-¿Vas a dejar de llamarme Señorita Claudina? –inquirí, intentando imitar el tono de su voz, pero en cambio salió una especie de sonido gutural.
-¿Y cómo quiere que la llame?
-No sé, Clau, a secas.
-De acuerdo, Señorita Clau a secas.
  Intenté reprimir la risa, pero me fue imposible, algo mutuo, porque me pareció escuchar una carcajada por su parte.
  Un cosquilleo me recorrió el muslo cuando mi móvil empezó a vibrar. Solía tenerlo en silencio, así, si no quería cogerlo, no hacía falta que mintiera y dijese que es que no lo había escuchado; porque sería verdad. Era un mensaje de Bonni que decía:
¨Tía, vas ya? Joder, no sé qué ponerme puf… estoy nerviosa!! Es nuestro último curso!! AAAAAH!!!!¨
Nada más leer su sms me reí. Me fue imposible no imaginármela corriendo de un lado para otro buscando ropa en su armario del tamaño de una casa.
¨Sí, ya voy de camino, estoy llegando. Tía, qué más da, como si vas en pijama. ¡DATE PRISA! No quiero lentrar sola ;)¨.
  Bonni era la típica chica chillona que al hablar pronunciaba tanto las ¨s¨ que era hasta irritante, sobre todo cuando escupía alguna vez que otra; pero también era mi mejor amiga desde parvulario y la quería con locura. Cuando mi madre murió, a penas teníamos los siete años cada una y pensó que lo mejor para animarme era que hiciéramos una tarta de chocolate con Nana. Ese día la cocina se convirtió el mismísimo infierno con ingredientes repartidos por todos lados manchando la pared, la encimera, los electrodomésticos... pero sirvió. Me animó.
  También estaba Dinna, una chica un poco extravagante que aún no tenía muy clara su postura hacia la vida. Unos días era hippie y exigía la paz para todo el mundo, otros era rockera e incluso heavy pero también podía aparecerte con un vestido de licra ajustado y unos taconazos de infarto.
  Nos conocimos un par de años atrás en los cuartos de baño. A la pobre le bajó la regla en plena clase y su casa quedaba demasiado lejos para que le diera tiempo de ir y volver. Tenía un sofocón de tres pares de narices y Bonni y yo le dejamos parte de nuestro atuendo. Fue una manera un tanto extraña de conocernos, pero lo cierto es que las tres hacíamos un gran equipo.


  Después de casi más de media hora de atasco, Richard consiguió llegar al instituto, como él mismo me había dicho, justo a tiempo.
  Yo estudiaba en el LA Hight School; un lugar para niños ricos donde sus padres pagaban un pastón para que después ellos no dieran palo al agua. Sí, yo me encontraba entre esos niños ricos, pero a diferencia del resto, las notas me las curraba por mi cuenta. La verdad, es que estaba deseando largarme de allí.
-¿A qué hora paso a recogerla Señ... Clau?
  Bien, aún no se le había quitado la coletilla, era pronto, pero al menos había rectificado antes de decirlo entero.
-No hace falta Richard, le diré a Bonni o Dinna que me lleven a casa, no te preocupes. -Me impulsé sobre el cristal que nos separaba y le di un beso en la mejilla antes de bajarme del coche-. Adiós, que tengas un buen día.
  Preferí largarme antes de que me saltara con alguna de sus nuevas formalidades. Antes era mucho más amistoso conmigo y ni tan siquiera me trataba de usted. Iba a tener que hablar con mi padre, sabía que esto era obra suya.
-¡Clau! -gritó Dinna desde la puerta mientras corría hacia mí con los brazos extendidos.
  Llevábamos sin vernos prácticamente casi todo el verano. Ella se había ido con su novio Steff de vacaciones a la casa de playa de sus padres y cuando ella volvió, me tocó irme a mí; por lo que era normal que estuviera tan eufórica, aunque a mí me parecía tal vez excesivo.
  Me tambaleé hacia atrás cuando chocó contra mí, si no llega a ser porque me estrechó con fuerza, me habría dado un buen golpe en las posaderas.
-Jope tía, ¡cuánto tiempo! -chilló junto a mi oído, quedándome sorda temporalmente- ¡Qué ganas tenía de verte! Te he echado de menos.
-Y yo a ti, estúpida -le di un beso en la mejilla como pude, ya que su abrazo era tal que ni siquiera me permitía moverme.- Dinna.
-¿Qué?
-Me estás asfixiando.
-Ups -se rió soltándome.
  Junto a la puerta estaban Steff, el novio de Dinna; un chico rubio, alto y con más masa muscular que toda la de los chicos del instituto juntos; Marco, un morenazo de pelo castaño; Bonnie, mi mejor amiga y Dilan, mi novio.
-Bueno, ¿me vas a contar qué tal tu verano? Tenemos que ponernos al día. El mío bueno... -desvió la mirada hacia Steff con una sonrisa picarona y luego me miró con los ojos entrecerrados mientras hacía movimientos con las cejas- te lo puedes imaginar.
-Conejos -me reí-, sois como conejos.
-Deja de atosigarla con preguntas, no eres la única que ha pasado tiempo sin verla.
  Dilan extendió un brazo hacia mi cadera y tiró de mí, para poder darme un beso de esos que a cualquier chica le habría dejado sin aliento.
  Llevábamos dos semanas sin vernos, justo el tiempo que él había pasado en Colorado en las vacaciones familiares. Sus abuelos eran de allí y sus padres le obligaron a ir. Él me invitó, pero no me pareció oportuno, además, quería pasar tiempo con mi hermano.
-Hola... -sonrió, antes de darme otro beso.
Si hubiera podido verme, me habría dado hasta vergüenza de lo colorada que estaba. No me gustaba que     Dilan fuera tan cariñoso cuando nuestros amigos estaban delante; pero ¡qué demonios! Llevábamos sin vernos dos semanas y eso era mucho tiempo para una pareja que prácticamente se veían todos los días.
-Ejem -carraspeó Bonni- estamos aquí tortolitos y es hora de entrar, a si es que venga -me agarró del brazo y tiró de mí- ya tendréis tiempo de retozar esta noche.
  Dilan se agarró a mi cintura y dejamos que el resto fuera por delante. Nos apetecía estar un rato juntos aunque fueran los cinco minutos antes de empezar las clases, pero como siempre decía: algo es algo.
  Se podría decir que éramos la típica pareja de película; el el capitán del equipo de fútbol del instituto y yo de las animadoras. Me había metido ahí tan solo por bailar, aunque me estaba planteando dejarlo; había demasiados malos royos y eso no me gustaba; en cambio ese puesto para Dilan era como si lo hubieran creado exclusivamente para él. Después toda una vida jugando al Fútbol Americano, había desarrollado unos músculos fuertes y definidos que hacían un bonito contraste con su piel morena y sus ojos claros; desde luego para mí, era perfecto.
-Te he echado de menos -me susurró al oído, rozando con sus labios el lóbulo de mi oreja- mucho.
-Um... ¿en serio? -inquirí con un tono sensual y lo miré de reojo- no me lo creo.
-¿No? ¿Te sirve esto?
  Con la mano que tenía apoyada en mi cintura, se dio la maña de darme la vuelta y cogerme en volandas con sus labios apretados a los míos. Me derretí. Cuando me dejó en el suelo tuve que agarrarme a él disimuladamente para no caerme.
-Me tomaré eso como un sí -se rió estrechándome contra él.-Bueno, ¿qué tal esas dos semanas sin mí?
-Bien, bueno... no sé -dudé, encogiéndome de hombros- lo mismo de siempre, ya sabes. Más de lo mismo ¿y las tuyas?
-He estado en casa de mis abuelos con mis padres y todos mis primos pequeños -me miró con una ceja levantada- ¿tú que crees?
-Bueno, tan malo no habrá sido ¿no?
-No, claro que no... pero habría preferido no ir.
-Y yo que no te fueras -solté una carcajada.
-Y ¿qué tal con tu padre? ¿Ya se lo has contado?
-No -musité, agachando la cabeza.
-Clau, cielo... ¿a qué esperas? Las solicitudes están a punto de salir.
-Lo sé, es solo que... -no pude terminar la frase.
  Mi padre no me iba a apoyar, eso lo sabía pero parte de la culpa era mía por no haberle plantado cara hacía ya mucho tiempo y haberle dicho que lo que realmente quería era bailar; que lo que para él era un simple hobby, para mí era mucho más.
-Bueno, no pasa nada; ya sabes que pase lo que pase... yo te apoyo.
-Lo sé -sonreí, mirándole- gracias.


  Llevaba en ese colegio desde los catorce años y siempre me hacían gracia los alumnos que llegaban nuevos, tanto a los cursos inferiores como a los de los superiores. Era divertido ver cómo iban de un lado para otro con sus carpetas apretadas mirando a todos lados sin mirar concrétamente a nada, evitando los ojos de los demás alumnos por si acaso acababan metidos en algún lío. Claro, eso era divertido cuando no te pasaba a ti, porque yo el primer día lo pasé realmente mal.
  Como era habitual, todos los años, el primer día de clase el director daba su discurso - rescatado de años anteriores- en el pabellón de educación física y nos deseaba un buen año a todos; dándole la bienvenida a los nuevos y recordándonos a los de último curso que ya nos íbamos y que ¨se nos echaría de menos¨; por lo demás, no hacíamos nada en todo el día que no fuera contar cómo nos habían ido las vacaciones de verano.
  Seguía algo molesta por el desplante de mi padre aquella mañana; aunque no sabía por qué me sorprendía cuando era algo muy normal en él; dejar a sus hijos por el trabajo.
  Antes era diferente o al menos así me lo parecía a mí. Cuando vivíamos ¨todos juntos¨ nos hacía algo más de caso, pero solo algo más; de hecho creo que me mostraba más cariño su novia Nina, que él. La diferencia de edad entre ellos era de cinco años, pero Nina parecía mucho más joven debido a la cantidad de botox que llevaba encima. Era muy guapa y delgada para haber tenido dos hijos, pero a veces se echaba mucho a perder con el maquillaje que sus estilistas le ponían; eso o que me iba más otro royo distinto-
  Debía de tener muy mala cara ya que Bonni empezó a llamarme. En un primer momento no le hice caso, pero cuando pegó su puiptre al mío, me fue imposible.
-¡Eh! ¿Qué pasa?
  Estábamos en clase de Historia del Arte, una asignatura que no sabía por qué había escogido, quizás pensé que iba a ser fácil, pero la verdad no me estaba enterando de nada y eso que el profesor solo se estaba presentando.
-Nada -dije, poniendo mi mejor sonrisa- ¿por?
-¿Segura? -me miró con el ceño fruncido-, no tienes buena cara.
-Sí, segura, ahora -señalé al profesor- atiende anda, que nos van a reñir.
-De acuerdo -asintió, no del todo convencida.- Los chicos han dicho de irnos luego a tomar algo, ¿te apuntas?
  No supe que contestar. Mike se iba dentro de dos días y me gustaría pasar todo el tiempo posible con él antes de que se fuera, aunque probablemente él ya tendría planes con su novia Sabine. Se había venido con él el último mes de vacaciones; era maja, por lo menos a mí me había caído bien; pero por otra parte quería ir con mis amigos un rato, hacía tiempo que no estábamos juntos.
-Está bien -respondí después de darle algunas vueltas al asunto- iré.
-Bien.
  Se inclinó un poco hacia mí y me acarició el brazo como si me estuviera consolando; pero me aparté, haciendo que iba a coger algo de mi bolso. No me gustaba dar lástima y menos a mis amigos, ese tipo de cosas me hacían parecer una persona débil.
   La verdad es que tenía algo de hambre y mi estómago se rebeló contra mí con un gruñido tan fuerte que pensé que lo había oído toda la clase, recordándome que no había probado bocado desde ayer al medio día. Ser un bailarina, en algunos momentos suponía estar hambrienta, a si es que ya estaba acostumbrada.
Desde luego no sé qué me llevó a pensar que Historia del Arte sería una buena asignatura para mí. Era el primer día que la daba y ya estaba deseando que tocara el timbre. En la clase había alrededor de treinta alumnos; bien, pues solo cinco eran chicos y a juzgar por sus atuendos, estaba claro que eran ¨de la acera de enfrente¨; por lo que deduje que la mayoría había escogido esa asignatura por el profesor... no me acordaba de su nombre.
  Era joven para ser un profesor; alto, guapo, con el pelo corto y despeinado como si él mismo se lo hubiera desaliñado a propósito y tenía unos ojos azules que eran realmente preciosos; pero sinceramente, por muy guapo que fuera, a mí, personalmente me resultaría deprimente que mis alumnos vinieran a mis clases solo para contemplarme en vez de por aprender.
  El timbre sonó, ya casi ni me acordaba de los estridente que podía llegar a ser. Normalmente cuando el timbre sonaba, todos los alumnos nos levantábamos de nuestros asientos e íbamos en estampida hacia el pasillo dejando al profesor o a quien estuviera explicando con la boca abierta a media frase; o al menos así era el curso pasado, dado que fui la única que se levantó de su asiento, más por un acto reflejo que por un deseo irrefrenable de acabar con aquella clase.
-Como os iba diciendo antes de que vuestra compañera.... -se giró hacia mí con una sonrisa- ¿cómo te llamas?
  Otras de las muchas cosas que odiaba era que me llamaran la atención en clase. Era algo que no soportaba, me daba muchísima vergüenza. Todos se giraron para mirarme, incluida Bonni que estaba sentada a mi lado. Las manos me empezaron a sudar y tuve que tragarme el nudo que se había formado en la garganta para poder contestarle.
-Claudina, señor; me llamo Claudina Manson.
-Encantado señorita Manson -me sonrió con un asentimiento- Como os iba diciendo, los trabajos contarán un ochenta por ciento para la nota final y sé que algunos de vosotros necesitáis mucha nota, por lo que espero que os esforcéis. Bien -dio una palmada y señaló la puerta- ya podéis marcharos.
  Terminé de meter las cosas en mi bolso y me levanté de prisa y corriendo, deseosa de salir de allí y alejarme del bochorno que acaba de pasar, pero cuando estaba casi llegando a la puerta; empezando a saborear mi libertad de una vez por todas el profesor me llamó. Miré con nostalgia hacia la puerta, solo era un simple trozo de madera, sí, pero ese trozo de madera me separaba permanentemente de mi libertad.
-¿Sí profesor? -suspiré, dando la vuelta.
  No contestó. Estaba de espaldas a mí borrando lo que había escrito en la pizarra; cosas como el programa que nos esperaba a lo largo del curso o su nombre.
  Tanto silencio me estaba poniendo de los nervios, incluso más que cuando todos mis compañeros se habían quedado mirándome como si fuera una extraterrestre. No había hecho nada malo, solo levantarme de mi pupitre cuando había sonado el timbre, nada más ¿no?
*No has hecho nada malo, Clau, solo... quiere hablar contigo, no te pongas en modo paranoica * Me tranquilicé a mí misma.
-¿Por qué has escogido esta asignatura? -Habló finalmente. Pegue un respingo, no sabía qué contestar. Por suerte seguía de espaldas a mí y no podía ver el tono rojizo que estaban adquiriendo mis mejillas. Al ver que no decía nada, prosiguió:- es decir, no quiero que me malinterpretes, pero te he visto algo distraída en la clase -dio media vuelta para dejar de darme la espalda y apoyó ambas manos sobre el escritorio con una sonrisa- estás a tiempo de cambiarla si es lo que quieres.
  Vaya... la verdad es que no sabía qué era lo que tenía que decirme, pero estaba segura que no eso. ¿Me estaba invitando a dejar su clase? ¿¡Qué clase de profesor hacía eso!?
-No... no es eso señor... -si hubiera estado más atenta me sabría su nombre, pero como no lo había hecho, ahora ni me acordaba. Lo había escrito al inicio de la clase en la pizarra y por suerte aún no lo había borrado. Me incliné un poco para verlo y suspiré con alivio- Señor Sanders, es solo que es el primer día y bueno.. ya sabe -sonreí, pasando los dedos entre mi pelo- aún sigo aturdida de las vacaciones.
-Como veas, yo solo quiero que mis alumnos estén a gusto -asintió.- Espero que se le pase ese aturdimiento pronto, no me gustaría tener que llamarle la atención como hoy, que por cierto, lo siento, no pretendía...
-No, no pasa nada -lo interrumpí precipitadamente.- Estoy segura que se me pasará pronto.
-Bien, eso es todo. Si necesita algo, ya sabe donde estoy.
-Sí. Gracias.
  En cuanto salí del aula solté todo el aire que había estado conteniendo durante la conversación. Las manos me temblaban un poco y la respiración era algo pesada, pero me encontraba mejor. Por un momento pensaba que me reñiría o me castigaría, aunque no es que fuera una forma muy buena de empezar mi relación con el que sería mi tutor el resto del curso.

-Bienvenida a la rutina -susurré para mí.

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