Solo podía decir una cosa y eso era:
wuau. Así es como se definía mi día, con una simple palabra:
wuau. Había sido un día fantástico, de hecho, hacía muchísimo
tiempo que no me divertía tanto y eso se echa de menos de vez en
cuando.
Cuando bajamos de la montaña rusa la
adrenalina aún corría por mi sangre a toda velocidad, incluso a más
de la que había ido en la atracción. Me taponaba los oídos con
cada latido de mi corazón y las piernas las tenía tan débiles que
podía caerme de un momento a otro, pero aún así había sido
fantástico.
-¿Estás mejor? –Me preguntó
Sabine.
Ya íbamos de camino a casa; Mike era
el que conducía y Sabine iba de copiloto; normalmente no me dejaban
ir a mí cuando iba en el coche con ellos dos.
-Sí –respondí, con la mirada
ausente a través de la ventanilla.
Claro que estaba bien, ¿cómo no iba
a estarlo? Pero sabía a lo que se refería. Después de bajar de
aquel mastodonte gigante, me eché a llorar. ¿Por qué? Pues la
verdad es que no sabría decir el motivo; simplemente me apetecía
llorar y lloré. Mike y Sabine se preocuparon por mí pero les dije
que estaba bien; se pensaban que era porque me habían obligado a
montar. Bueno, en parte era por eso, pero no lloraba de miedo.
-Clau, creo que tienes visita –dijo
Mike, aparcando el coche en el camino de la entrada.
Me incliné un poco sobre el respaldo
del conductor mientras me quitaba el cinturón.
El coche de Dilan estaba aparcado
justo en frente de la puerta de entrada. Posiblemente habría ido a
ver si me pasaba algo, después de lo que ocurrió el día anterior y
no haberle cogido el teléfono en toda la mañana, me hacía una idea
de por qué había ido a verme sin avisarme. Bueno, en realidad
quizás sí que había intentado avisarme pero al no haberle cogido
el teléfono no le había dado la oportunidad de decírmelo.
-El mastodonte ha venido a verte –bufó
Sabine.
-Sabine… -la reprendí.- Que es mi
novio.
-Sabes que no me gusta.
-Bueno, pero él lleva conmigo desde
hace mucho más tiempo que tú.
Salí del coche dando un portazo
antes de que pudiera decir nada más. Cuando se ponía en ese plan lo
mejor era alejarse y darle la razón como a los tontos.
Sabine y Dilan no se llevaban nada
bien; no sabía el motivo, simplemente no se tragaban el uno al otro.
Yo lo respetaba, pero ninguno de los dos entendía que ella era mi
amiga y la novia de mi hermano y él mi novio.
Me asomé por la luna trasera al
interior del coche. Dilan estaba sentado en el asiento del conductor
con la cabeza recostada en posa cabezas. Al parecer, llevaba tiempo
esperándome.
Abrí el asiento del copiloto y entré
en el coche. Él se asustó al escuchar el ruido de la puerta al
cerrarse y pegó un respingo muy mono que me hizo sonreír, aunque a
él no le hizo tanta gracia y me miró con el ceño fruncido.
-Vaya, la señora a aparecido. Por fin
se ha dignado a dar señales de vida.
Sí, sin ninguna duda estaba
enfadado.
-Hola –sonreí, con una mueca de
dolor.- Lo siento, es que no he podido contestar a tus llamadas.
-¿Dónde has estado Clau? Me tenías
preocupado ¡joder!
El lado malo de Dilan acababa de
salir. Pocas veces se enfadaba, pero cuando lo hacía ya podías
decirle cualquier cosa para tranquilizarlo que no iba a servir.
Los músculos de sus brazos se
tensaron cuando le dio un golpe al volante. Supuse que podría estar
enfadado o molesto, pero no tanto.
-Dilan… -empecé a decir con un
susurro, pero me callé en cuanto me miró con esos ojos cargados de
rabia y tristeza al mismo tiempo.
-Clau, no vuelvas a hacerme esto –dijo
en apenas un susurro, cogiendo mis manos entre las suyas.- Después
de cómo te fuiste ayer… pensé que había hecho algo malo y…
-¿¡Qué!? ¡No, tú no has hecho nada
malo!
Claro que no había hecho nada malo,
la que lo había hecho había sido yo dejando salir a mi lado
psicópata y controladora compulsiva de la comida que me hacía ser
insegura. Tener o no tener sexo con mi novio, no era el problema,
sabía que a Dilan ese tipo de cosas no le importaban, el problema
residía en que yo no había confiado en él y pensaba que dejaría
de gustarle si me veía como yo me veía a mí misma.
La sensación de poder que había
experimentado en la Montaña rusa se fue tan pronto como había
venido, dejando al vacío en su lugar. ¿Siempre sería así?
-Dilan, cielo, en serio… no tienes la
culpa de nada, fui yo, es decir soy yo.
-¿Qué pasa? Sabes que puedes decirme
lo que sea Clau, puedes confiar en mí.
-Lo sé, sé que puedo, pero… no fue
nada –sonreí, intentando restarle importancia al asunto- solo una
tontería; ya estoy mejor.
-¿Segura?
-Segura –asentí.
Me deslicé por la superficie de
cuero del BMW hasta quedar más cerca de él y así tener mejor
acceso a sus labios.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí?
-No te lo vas a creer –se rio,
pasándose las menos entre el pelo- pero desde después del almuerzo.
¡Por el amor bendito! ¡Eso eran
cinco horas! Había pasado cinco horas metido en su coche, en la
puerta de mi casa esperando a que yo apareciera y decidiera dar
señales de vida mientras que estaba en el parque de atracciones
evitando sus llamadas. Me sentía la peor persona del mundo.
-¿Cinco horas aquí? –medio grité
Mi expresión debió de ser de lo más
divertida pues él se empezó a reír a carcajadas, aunque noté un
deje de nerviosismo en su voz.
-Más o menos sí.
-Buf… -resoplé, alejándome un poco
de él- ¿estás loco?
-Más o menos sí y tú tienes la
culpa.
-Madre mía, cinco horas metido en el
coche con el calor que hace. ¡Capaz de haberte dado una insolación!
Ya, ya sé que yo tengo la culpa, lo siento, Dilan en serio… no
había escuchado el móvil.
-No, no tienes la culpa de eso –negó,
con una sonrisa.
Vale, me había perdido por completo.
Primero me decía que yo tenía la culpa, pero que no era de que se
hubiera pasado cinco horas en un coche. Si no era de eso ¿de qué
era?
-¿A no?
-No –se acercó hasta quedar su
barbilla apoyada en mi hombro- tienes la culpa de volverme loco.
Definitivamente si buscabas en Google
la definición de novio perfecto ahí aparecía la cara de Dilan con
su brillante sonrisa, sus ojos color chocolate y su perfecto y
musculoso abdomen plano y ya puestos, si buscaban la definición de
¨gilipollas¨ aparecía yo; porque ya había que ser gilipollas para
hacer lo que yo había hecho.
Nos pasamos un buen rato en el coche,
abrazados a pesar del calor que hacía mientras yo no paraba de
disculparme una y otra vez y él no paraba de decirme que no pasaba
nada, que era tonta por sentirme mal y que todos teníamos días
malos, solo que si volvía a tener alguno que por favor se lo
comunicase. ¿Veis? Novio perfecto.
Cuando entré en casa el olor del
estofado que Maggie, la cocinera, había preparado para cenar me
golpeó en la cara como un jarrón de agua fría. Odiaba la carne.
Me asomé al salón y la mesa de
cristal con espacio suficiente para más de doce comensales ya estaba
casi preparada para la cena. A mí me gustaba más cenar en el
saloncito, con la televisión puesta como hacía cuando mi padre no
estaba en casa y solo comía yo, pero cuando el Señor Marcus rondaba
por la zona, eso era algo prohibido.
-¡Ya estoy en casa! –grité.
No me esperaba ninguna respuesta que
no fuera la de Nana saludándome como hacía siempre, por lo que me
asusté cuando escuché la voz de mi padre.
-Hola cielo.
De un bote, giré para quedar de cara
a él, que salía del salón con su típico traje chaqueta abotonado
hasta el cuello. Era imposible que no tuviera calor; aunque así era
mi padre. Siempre llevaba traje aunque hiciera cincuenta grados.
-Hola papá –sonreí sin muchas
ganas.
-¿Hola papá? ¿Eso es todo? –extendió
los brazos para que fuera a darle un abrazo y así lo hice.
Bueno, estoy de acuerdo que quizás
un ¨hola papᨠera un saludo soso teniendo en cuenta que a lo
largo de la semana podía verlo escasamente unas…. Diez horas, pero
aún seguía enfadada con él y aún más por haberme regalado esa
estúpida caja de bombones. No podía regalarme un pañuelo, no,
tenía que regalarme bombones. ¡Es que hay que joderse!
-¿Qué tal estás cielo?
-Bien –contesté con desgana- ¿cómo
que estás hoy en casa?
Con una mano puesta en mi hombro
derecho, me guio hasta el sofá de cuero negro que había en medio
del salón. Ese dichoso sofá donde te quedabas pegada cuando hacía
mucho calor y te morías por congelación cuando hacía frío. Sí,
era una quejica.
El sofá estaba justo en medio de la
sala, junto a una mesita con una lámpara de lectura de madera con
pequeños grabados hindúes. La compramos en unas vacaciones
vacaciones hacía ya mucho tiempo. A mí se me antojó y como no me
callaba, mi padre la compró. Sabía cómo hacer que me hiciera caso…
a veces.
Una televisión de 30 pulgadas
descansaba sobre la pared, frente al sofá y los dos sillones a
juego. Más que una televisión era como mi propia pantalla de cine.
No solía ver la televisó, los programas de tele-basura no me
llamaban la atención y si quería ver una película, solo tenía que
irme a la sala de proyección, pero no estaba mal.
La tenue luz del crepúsculo entraba
a raudales por la enorme cristalera que daba al patio delantero,
bañando las dos plantas que había a cada lado. También había un
escritorio y una mesa un poco más grande donde comía de vez en
cuando, aunque normalmente servía de despacho para Nina, cuando
decía que necesitaba inspiración para sus diseños.
Justo en frente, en la otra punta,
había una pequeña chimenea que solía estar siempre encendida en
los días de invierno. Cuando era pequeña, Nana y yo nos sentábamos
en el suelo sobre las mantas, y hacíamos nubes tostadas con
galletas. ¡Qué tiempo!
-¿Qué pasa? ¿Es que un padre no
puede llegar a casa antes del trabajo?
-Sí, pero no un padre como tú
–respondí tajante, con los brazos cruzados y el ceño fruncido
mientras me dejaba caer sobre el sofá.
-¿Y cómo es un padre como yo? –se
rio.
Me había pillado, sabía que estaba
enfadada y que quería pelea, pero no me iba a dar el gusto a si es
que contraatacó bien. Me iba a costar más de lo que creía buscale
las cosquillas.
-Uno que chantajea a su hija.
-Vaya ¿yo te he chantajeado? –rió
aún más alto haciéndose el ofendido.
-Tenías que llevarme a clase papá
Ala, directa al grano, pasaba de
andarme con rodeo porque visto lo visto no iba a funcionar y estaba
muy cabreada como para dejarle que se saliera con la suya. Si estaba
cansado del trabajo que se jodiera, yo estaba cansada de ser
ignorada.
-No empieces Claudina. Sabes que…
-Sí, ya, ya –le resté importancia
con un movimiento de la mano- tenías mucho trabajo.
-Exacto y sabes que…
-Sí, papá, que gracias a tu trabajo
puedo tener todo lo que quiera –suspiré.
Ala, como siempre había ganado él y
eso que no había dicho practicante nada, pero sabía de más que
soltarme el rollito de padre frustrado que trabaja mucho me aburría
tanto como para dejar la discusión a su favor. Desesperante.
Cogí el mando y encendí la
televisión. Cualquier hija que se precie estaría deseando de
contarle a su padre cómo le había ido el día, aunque claro,
cualquier padre que se precie también le habría preguntado a su
hija cómo le había ido el día en lugar de echarle el mismo sermón
de siempre cuando su hija estaba indignada con él.
No sé ni para que la encendí, solo
había programas de tele-basura donde unos se insultaban a otros. Mi
padre me miró con el ceño fruncido cuando dejé uno al azar,
diciéndome con la mirada que cambiara de canal; no le gustaba que
viera ese tipo de programas, aunque a veces era divertido ver cómo
se tiraban de los pelos. Decidí que lo mejor era marcharme a mi
cuarto hasta que Nana me llamara para la cena, pero al parecer, Nina
no pensaba lo mismo que yo.
-¡Marcus! ¡Dios, esto es horrible!
Entró como un huracán en el salón
tapando el micrófono de su móvil anticuado. Era muy curioso que una
diseñadora de moda tan famosa tuviera un móvil que en lugar de
parecer un móvil tuviera pinta de roca prehistórica, pero así era
ella.
-¿Nina? –Pregunté preocupada-
¿Estás bien? ¿Qué pasa?
-No, no estoy bien cielito. Marcus,
tenemos que hablar.
Y así es como se echa a una persona
de una conversación de una forma tan sutil que no hace falta ni que
te lo digan dos veces.
*Bah, paso*.
-Vale, sobro –mascullé entre
dientes- no hace falta que lo digas.
¿Respuesta? Ninguna, mi padre y
Nina se marcharon al despacho de mi padre y yo directamente no me
molesté ni en volver a sentarme, me marché a la habitación, me
cambié de ropa y bajé a toda velocidad al estudio de ballet. Pronto
empezarían las clases en la Academia de Ballet de la profesora Rita.
Puede que suene a nombre cutre de película cutre, pero esa Rita era
una de las mejores bailarinas que habían visto los escenarios de
todos Estados Unidos. Sufrió una lesión en la rodilla que la obligó
a retirarse de su carrera como bailarina pero que no le impidió
proseguir como profesora. Tenía un humor de perros día sí y otro
también pero me encantaba y yo a ella. En muchas ocasiones me había
dicho que yo era su alumna favorita, puede que se lo dijera a todas,
pero ese tipo de cosas son por las que me levantaba cada día y
luchaba para ser una bailarina profesional mientras me pateaba el
culo tanto en su clase como en mi casa.
Quería ser como ella.
Vale.. amo a Dilan! *-* Pasarse cinco horas en un coche por su novia es.. QUE MONOO! Sube el siguiente que quiero saber que ha pasado con Nina :))
ResponderEliminar¿Te gusta Dilan? JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
EliminarPues en menos de una horita se sube el 5 jj
Me encanta esta nueva novela.
ResponderEliminarPues me alegro de que te esté gustando jj y muchas gracias por hacérmelo saber y por comentar :)
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