sábado, 19 de julio de 2014

Capítulo 4.

 Solo podía decir una cosa y eso era: wuau. Así es como se definía mi día, con una simple palabra: wuau. Había sido un día fantástico, de hecho, hacía muchísimo tiempo que no me divertía tanto y eso se echa de menos de vez en cuando.
Cuando bajamos de la montaña rusa la adrenalina aún corría por mi sangre a toda velocidad, incluso a más de la que había ido en la atracción. Me taponaba los oídos con cada latido de mi corazón y las piernas las tenía tan débiles que podía caerme de un momento a otro, pero aún así había sido fantástico.
-¿Estás mejor? –Me preguntó Sabine.
Ya íbamos de camino a casa; Mike era el que conducía y Sabine iba de copiloto; normalmente no me dejaban ir a mí cuando iba en el coche con ellos dos.
-Sí –respondí, con la mirada ausente a través de la ventanilla.
Claro que estaba bien, ¿cómo no iba a estarlo? Pero sabía a lo que se refería. Después de bajar de aquel mastodonte gigante, me eché a llorar. ¿Por qué? Pues la verdad es que no sabría decir el motivo; simplemente me apetecía llorar y lloré. Mike y Sabine se preocuparon por mí pero les dije que estaba bien; se pensaban que era porque me habían obligado a montar. Bueno, en parte era por eso, pero no lloraba de miedo.
-Clau, creo que tienes visita –dijo Mike, aparcando el coche en el camino de la entrada.
Me incliné un poco sobre el respaldo del conductor mientras me quitaba el cinturón.
El coche de Dilan estaba aparcado justo en frente de la puerta de entrada. Posiblemente habría ido a ver si me pasaba algo, después de lo que ocurrió el día anterior y no haberle cogido el teléfono en toda la mañana, me hacía una idea de por qué había ido a verme sin avisarme. Bueno, en realidad quizás sí que había intentado avisarme pero al no haberle cogido el teléfono no le había dado la oportunidad de decírmelo.
-El mastodonte ha venido a verte –bufó Sabine.
-Sabine… -la reprendí.- Que es mi novio.
-Sabes que no me gusta.
-Bueno, pero él lleva conmigo desde hace mucho más tiempo que tú.
Salí del coche dando un portazo antes de que pudiera decir nada más. Cuando se ponía en ese plan lo mejor era alejarse y darle la razón como a los tontos.
Sabine y Dilan no se llevaban nada bien; no sabía el motivo, simplemente no se tragaban el uno al otro. Yo lo respetaba, pero ninguno de los dos entendía que ella era mi amiga y la novia de mi hermano y él mi novio.
Me asomé por la luna trasera al interior del coche. Dilan estaba sentado en el asiento del conductor con la cabeza recostada en posa cabezas. Al parecer, llevaba tiempo esperándome.
Abrí el asiento del copiloto y entré en el coche. Él se asustó al escuchar el ruido de la puerta al cerrarse y pegó un respingo muy mono que me hizo sonreír, aunque a él no le hizo tanta gracia y me miró con el ceño fruncido.
-Vaya, la señora a aparecido. Por fin se ha dignado a dar señales de vida.
Sí, sin ninguna duda estaba enfadado.
-Hola –sonreí, con una mueca de dolor.- Lo siento, es que no he podido contestar a tus llamadas.
-¿Dónde has estado Clau? Me tenías preocupado ¡joder!
El lado malo de Dilan acababa de salir. Pocas veces se enfadaba, pero cuando lo hacía ya podías decirle cualquier cosa para tranquilizarlo que no iba a servir.
Los músculos de sus brazos se tensaron cuando le dio un golpe al volante. Supuse que podría estar enfadado o molesto, pero no tanto.
-Dilan… -empecé a decir con un susurro, pero me callé en cuanto me miró con esos ojos cargados de rabia y tristeza al mismo tiempo.
-Clau, no vuelvas a hacerme esto –dijo en apenas un susurro, cogiendo mis manos entre las suyas.- Después de cómo te fuiste ayer… pensé que había hecho algo malo y…
-¿¡Qué!? ¡No, tú no has hecho nada malo!
Claro que no había hecho nada malo, la que lo había hecho había sido yo dejando salir a mi lado psicópata y controladora compulsiva de la comida que me hacía ser insegura. Tener o no tener sexo con mi novio, no era el problema, sabía que a Dilan ese tipo de cosas no le importaban, el problema residía en que yo no había confiado en él y pensaba que dejaría de gustarle si me veía como yo me veía a mí misma.
La sensación de poder que había experimentado en la Montaña rusa se fue tan pronto como había venido, dejando al vacío en su lugar. ¿Siempre sería así?
-Dilan, cielo, en serio… no tienes la culpa de nada, fui yo, es decir soy yo.
-¿Qué pasa? Sabes que puedes decirme lo que sea Clau, puedes confiar en mí.
-Lo sé, sé que puedo, pero… no fue nada –sonreí, intentando restarle importancia al asunto- solo una tontería; ya estoy mejor.
-¿Segura?
-Segura –asentí.
Me deslicé por la superficie de cuero del BMW hasta quedar más cerca de él y así tener mejor acceso a sus labios.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí?
-No te lo vas a creer –se rio, pasándose las menos entre el pelo- pero desde después del almuerzo.
¡Por el amor bendito! ¡Eso eran cinco horas! Había pasado cinco horas metido en su coche, en la puerta de mi casa esperando a que yo apareciera y decidiera dar señales de vida mientras que estaba en el parque de atracciones evitando sus llamadas. Me sentía la peor persona del mundo.
-¿Cinco horas aquí? –medio grité
Mi expresión debió de ser de lo más divertida pues él se empezó a reír a carcajadas, aunque noté un deje de nerviosismo en su voz.
-Más o menos sí.
-Buf… -resoplé, alejándome un poco de él- ¿estás loco?
-Más o menos sí y tú tienes la culpa.
-Madre mía, cinco horas metido en el coche con el calor que hace. ¡Capaz de haberte dado una insolación! Ya, ya sé que yo tengo la culpa, lo siento, Dilan en serio… no había escuchado el móvil.
-No, no tienes la culpa de eso –negó, con una sonrisa.
Vale, me había perdido por completo. Primero me decía que yo tenía la culpa, pero que no era de que se hubiera pasado cinco horas en un coche. Si no era de eso ¿de qué era?
-¿A no?
-No –se acercó hasta quedar su barbilla apoyada en mi hombro- tienes la culpa de volverme loco.


Definitivamente si buscabas en Google la definición de novio perfecto ahí aparecía la cara de Dilan con su brillante sonrisa, sus ojos color chocolate y su perfecto y musculoso abdomen plano y ya puestos, si buscaban la definición de ¨gilipollas¨ aparecía yo; porque ya había que ser gilipollas para hacer lo que yo había hecho.
Nos pasamos un buen rato en el coche, abrazados a pesar del calor que hacía mientras yo no paraba de disculparme una y otra vez y él no paraba de decirme que no pasaba nada, que era tonta por sentirme mal y que todos teníamos días malos, solo que si volvía a tener alguno que por favor se lo comunicase. ¿Veis? Novio perfecto.
Cuando entré en casa el olor del estofado que Maggie, la cocinera, había preparado para cenar me golpeó en la cara como un jarrón de agua fría. Odiaba la carne.
Me asomé al salón y la mesa de cristal con espacio suficiente para más de doce comensales ya estaba casi preparada para la cena. A mí me gustaba más cenar en el saloncito, con la televisión puesta como hacía cuando mi padre no estaba en casa y solo comía yo, pero cuando el Señor Marcus rondaba por la zona, eso era algo prohibido.
-¡Ya estoy en casa! –grité.
No me esperaba ninguna respuesta que no fuera la de Nana saludándome como hacía siempre, por lo que me asusté cuando escuché la voz de mi padre.
-Hola cielo.
De un bote, giré para quedar de cara a él, que salía del salón con su típico traje chaqueta abotonado hasta el cuello. Era imposible que no tuviera calor; aunque así era mi padre. Siempre llevaba traje aunque hiciera cincuenta grados.
-Hola papá –sonreí sin muchas ganas.
-¿Hola papá? ¿Eso es todo? –extendió los brazos para que fuera a darle un abrazo y así lo hice.
Bueno, estoy de acuerdo que quizás un ¨hola papᨠera un saludo soso teniendo en cuenta que a lo largo de la semana podía verlo escasamente unas…. Diez horas, pero aún seguía enfadada con él y aún más por haberme regalado esa estúpida caja de bombones. No podía regalarme un pañuelo, no, tenía que regalarme bombones. ¡Es que hay que joderse!
-¿Qué tal estás cielo?
-Bien –contesté con desgana- ¿cómo que estás hoy en casa?
Con una mano puesta en mi hombro derecho, me guio hasta el sofá de cuero negro que había en medio del salón. Ese dichoso sofá donde te quedabas pegada cuando hacía mucho calor y te morías por congelación cuando hacía frío. Sí, era una quejica.
El sofá estaba justo en medio de la sala, junto a una mesita con una lámpara de lectura de madera con pequeños grabados hindúes. La compramos en unas vacaciones vacaciones hacía ya mucho tiempo. A mí se me antojó y como no me callaba, mi padre la compró. Sabía cómo hacer que me hiciera caso… a veces.
Una televisión de 30 pulgadas descansaba sobre la pared, frente al sofá y los dos sillones a juego. Más que una televisión era como mi propia pantalla de cine. No solía ver la televisó, los programas de tele-basura no me llamaban la atención y si quería ver una película, solo tenía que irme a la sala de proyección, pero no estaba mal.
La tenue luz del crepúsculo entraba a raudales por la enorme cristalera que daba al patio delantero, bañando las dos plantas que había a cada lado. También había un escritorio y una mesa un poco más grande donde comía de vez en cuando, aunque normalmente servía de despacho para Nina, cuando decía que necesitaba inspiración para sus diseños.
Justo en frente, en la otra punta, había una pequeña chimenea que solía estar siempre encendida en los días de invierno. Cuando era pequeña, Nana y yo nos sentábamos en el suelo sobre las mantas, y hacíamos nubes tostadas con galletas. ¡Qué tiempo!
-¿Qué pasa? ¿Es que un padre no puede llegar a casa antes del trabajo?
-Sí, pero no un padre como tú –respondí tajante, con los brazos cruzados y el ceño fruncido mientras me dejaba caer sobre el sofá.
-¿Y cómo es un padre como yo? –se rio.
Me había pillado, sabía que estaba enfadada y que quería pelea, pero no me iba a dar el gusto a si es que contraatacó bien. Me iba a costar más de lo que creía buscale las cosquillas.
-Uno que chantajea a su hija.
-Vaya ¿yo te he chantajeado? –rió aún más alto haciéndose el ofendido.
-Tenías que llevarme a clase papá
Ala, directa al grano, pasaba de andarme con rodeo porque visto lo visto no iba a funcionar y estaba muy cabreada como para dejarle que se saliera con la suya. Si estaba cansado del trabajo que se jodiera, yo estaba cansada de ser ignorada.
-No empieces Claudina. Sabes que…
-Sí, ya, ya –le resté importancia con un movimiento de la mano- tenías mucho trabajo.
-Exacto y sabes que…
-Sí, papá, que gracias a tu trabajo puedo tener todo lo que quiera –suspiré.
Ala, como siempre había ganado él y eso que no había dicho practicante nada, pero sabía de más que soltarme el rollito de padre frustrado que trabaja mucho me aburría tanto como para dejar la discusión a su favor. Desesperante.
Cogí el mando y encendí la televisión. Cualquier hija que se precie estaría deseando de contarle a su padre cómo le había ido el día, aunque claro, cualquier padre que se precie también le habría preguntado a su hija cómo le había ido el día en lugar de echarle el mismo sermón de siempre cuando su hija estaba indignada con él.
No sé ni para que la encendí, solo había programas de tele-basura donde unos se insultaban a otros. Mi padre me miró con el ceño fruncido cuando dejé uno al azar, diciéndome con la mirada que cambiara de canal; no le gustaba que viera ese tipo de programas, aunque a veces era divertido ver cómo se tiraban de los pelos. Decidí que lo mejor era marcharme a mi cuarto hasta que Nana me llamara para la cena, pero al parecer, Nina no pensaba lo mismo que yo.
-¡Marcus! ¡Dios, esto es horrible!
Entró como un huracán en el salón tapando el micrófono de su móvil anticuado. Era muy curioso que una diseñadora de moda tan famosa tuviera un móvil que en lugar de parecer un móvil tuviera pinta de roca prehistórica, pero así era ella.
-¿Nina? –Pregunté preocupada- ¿Estás bien? ¿Qué pasa?
-No, no estoy bien cielito. Marcus, tenemos que hablar.
Y así es como se echa a una persona de una conversación de una forma tan sutil que no hace falta ni que te lo digan dos veces.
*Bah, paso*.
-Vale, sobro –mascullé entre dientes- no hace falta que lo digas.
¿Respuesta? Ninguna, mi padre y Nina se marcharon al despacho de mi padre y yo directamente no me molesté ni en volver a sentarme, me marché a la habitación, me cambié de ropa y bajé a toda velocidad al estudio de ballet. Pronto empezarían las clases en la Academia de Ballet de la profesora Rita. Puede que suene a nombre cutre de película cutre, pero esa Rita era una de las mejores bailarinas que habían visto los escenarios de todos Estados Unidos. Sufrió una lesión en la rodilla que la obligó a retirarse de su carrera como bailarina pero que no le impidió proseguir como profesora. Tenía un humor de perros día sí y otro también pero me encantaba y yo a ella. En muchas ocasiones me había dicho que yo era su alumna favorita, puede que se lo dijera a todas, pero ese tipo de cosas son por las que me levantaba cada día y luchaba para ser una bailarina profesional mientras me pateaba el culo tanto en su clase como en mi casa.
Quería ser como ella.

4 comentarios:

  1. Vale.. amo a Dilan! *-* Pasarse cinco horas en un coche por su novia es.. QUE MONOO! Sube el siguiente que quiero saber que ha pasado con Nina :))

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    1. ¿Te gusta Dilan? JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
      Pues en menos de una horita se sube el 5 jj

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  2. Respuestas
    1. Pues me alegro de que te esté gustando jj y muchas gracias por hacérmelo saber y por comentar :)

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