lunes, 14 de julio de 2014

Capítulo 3.

  Incluso antes de abrir los ojos ya lo había escuchado coger impulso con un gruñidito y saltar sobre mí.
-¡Despierta Claudina!
  Claudina, detestaba que me llamaran así. No comprendo en qué narices estarían pensando mis padres al ponerme ese nombre; algo como ¨vamos a llamar a nuestra hija Claudina, así le jodemos la vida, ¿qué te parece cielo?¨. No me gustaba nada, por eso me enfadaba tanto con mi hermano Mike cada vez que me llamaba así; sabía que no lo soportaba, que prefería que me llamaran Clau o incluso Dina, pero no por mi nombre completo.
-¡Quita de encima capullo! –exclamé, pegándole un guantazo en la coronilla; pero no lo hizo, no se quitó.
-¡Vamos, vamos! ¡Despierta! –seguía gritando a la vez que me zarandeaba por los hombros.
  Se iba al día siguiente de vuelta a su universidad; las clases ya habían empezado pero él y su novia Sabine habían decidido alargar un poco más las vacaciones. ¿Qué si quería que se fuera? Para nada; incluso si por mi fuera me marcharía con ellos.
-Estoy despierta –me reí entre sacudidas- ¡estoy despierta!
-Bien. –De repente, paró en seco y se puso de rodillas sobre mi cama. Me miraba muy serio, tanto que hasta me dio miedo.- Porque tengo algo que decirte…
-¿El qué?
-¡Guerra de cosquillas!
-¡No!
  Intenté frenarlo, incluso me puse a dar patadas en el aire como aquello que fuera una experta en artes marciales; pero en una guerra de cosquillas, Mike siempre ganaba y yo tenía las de perder.
  Le supliqué, le rogué incluso hasta lloré, no sé si de la rabia por no ser capaz de sacármelo de encima o como efecto secundario de mis carcajadas forzadas; pero no funcionó nada.
-Mike, Dios, Mike para –supliqué medio ahogada- para ya por favor.
-Nop.
-Joder Mike, que me hago pis.
  No era mentira, me hacía pis. Como costumbre mañanera siempre iba al baño después de levantarme y si a esa costumbre le añades una guerra de cosquillas lo que sale es una bomba de relojería. Mi vejiga estaba a punto de estallar.
-Mike, Mike, en serio, déjame. ¡Que me hago pis!
-Ay, la bebé se hace pis –se burló de mí, haciendo pucheros.
-¡Sí! –chillé.
-Vale.
  Paró; por fin paró y no me lo pensé dos veces. Salí disparada hacia el cuarto de baño. Estaba justo en mi habitación a dos pasos de mi cama, pero esos dos pasos fueron como cincuenta mil kilómetros. Pensaba que no llegaba.
-¡Te odio! –grité desde detrás de la puerta.
-Sabes que no Claudina.
-¡Que no me llames así!
  Sabía que solo lo hacía por molestarme. Se supone que debería haberme dejado enrabietar dado que era su último día, pero si lo hacía, no tendría gracia además de que no me daba la gana de que se cachondeara de mí.
  Supongo que el lado bueno de la muerte de mi madre –si es que tenía un lado bueno, solo estoy siendo optimista- es que la relación entre Mike y yo se estrechó hasta el punto de convertirnos en inseparables.     Cuando se marchó a la universidad me ofreció irme con él y acabar el instituto allí, pero obviamente le dije que no; no por mí, sino por mi padre.
-Tengo planes. Para hoy y tú –me señaló con el dedo índice en cuanto salí del baño- estás en ellos.
-Pues déjame decirle al señor ¨tengo planes para hoy¨ que hoy tengo instituto. -Me incliné sobre la cama y cogí el teléfono móvil. Tenía tres llamas perdidas de Dilan de la noche anterior. Había escuchado el móvil, pero no me apeteció cogerlo y tampoco iba a llamarlo. Tenía que haber sido yo la que lo hubiera llamado después de mi comportamiento tan… extraño, pero no tenía ganas. El reloj marcaba las siete en punto– Y llego tarde.
-Hoy no irás.
  Lo dijo tan normal, como si no se tratara de una elección y lo tuviera que hacer sí o sí.
-¿Cómo que no iré? –pregunté sorprendida.-Claro que iré, tengo que ir. Ya sabes como es papá, además es mi segundo día, no puedo faltar.
-Vamos a pasar el día juntos –me miró con una sonrisa, enarcando las cejas.
  El plan sonaba genial; ¿pasar el día entero con mi hermano antes de irse? Por mí que fueran todos los días así; pero no podía saltarme las clases. No el segundo día; no en último curso.
  Mike se percató de que estaba entrando en duda: ¿ir o no ir? Y lo aprovechó. Sabía que sentía debilidad absoluta por los ojos muy abiertos, pucheros y alguna que otra lagrimita de cocodrilo. Bueno, en realidad todo el mundo lo sabía.
-Por fa –suplicó, juntando las manos sobre su regazo- por fa, por fa…
-Mike por el amor de Dios, que tienes veinte años –me reí, dirigiéndome al cuarto de baño para darme una ducha- ¿en serio?
-¡No seas aguafiestas! ¡Sabes que será genial ¡ ¡Tú, Sabine y yo! Venga, anda….
  Sabine era una chica fantástica, la verdad es que era la novia que mejor me caía de todas las que mi hermano había tenido. Llevaban juntos casi un año pero parecía como si se conocieran de toda la vida. Eran la atípica pareja a la que si veías por la calle dirías: ¨son la pareja perfecta¨. Desde que empezaron a salir iban juntos a la mayoría de los sitios, pero sin llegar a punto de ser pegajosos. Podías estar a sola con ellos como si fueran simplemente amigos.
-¿Me llevo las velas? –pregunté con ironía, pero él no me entendió. Se limitó a mirarme con cara rara y a esperar que llegara la explicación.- Lo digo por ir de sujeta-velas y tal.
-¡Sabes que no somos así! –un grito de histeria se escuchó detrás de la puerta.
  No pude aguantarme y me doblé de la risa. Sabine odiaba que hicieran ese tipo de bromas. Por lo que me había contado sus experiencias con novios anteriores no habían sido muy buenas y ahora que estaba con mi hermano, no quería fastidiarlo.
  Entró en la habitación como un huracán enfurecido. Ella era delgadita y baja, incluso más que yo. Cuando vino era tan blanca que no se la distinguía de la pared, pero después de un verano en Los Ángeles su piel se había tostado, haciendo un bonito contraste con su pelo castaño.
  No podía tomármela en serio cuando se enfadaba, me era imposible.
-Bueno, vale. En caso de que vaya con vosotros –ambos se miraron y sonrieron- ponen faltas Mike, necesitaré justificarla y ya sabes cómo es papá…
-¿Necesitas un justificante como este? –Sabine levantó un papel en blanco y lo agitó en el aire con una sonrisa- Lo tenemos todo pensado baybe .
  Vale, me habían pillado. ¿¡Es que lo tenían todo preparado o qué!? Solo me estaba poniendo escusas a mí misma. Claro que quería saltarme un día de instituto para pasarlo con mi hermano y su novia; de hecho, lo estaba deseando y me estaba costando horrores negarme. Pero en aquel instituto podían ser muy exigentes con las faltas de asistencia, demás, tenía Historia del Arte y ya había empezado con mal pie en esa asignatura.
-Está medio convencida –le dijo Mike a Sabine con una sonrisa- lo sé, la conozco. ¡Venga Clau, vente! ¡Joder, que nos vamos mañana y hasta navidades no nos ves!
  Desde luego, mi hermano sabía cómo hacerme sentir mal.
  Los miré pensativa, decidiendo qué hacer. Una parte me decía que sí, que adelante, pero la parte racional me decía que no debía hacerlo.
*Es tu hermano; se va mañana. ¡Por el amor de Dios! ¡Que le den al instituto!*
-Está bien –asentí, finalmente- iré.


  Mike se hizo pasar por mi padre y se encargó de llamar al instituto y comunicar que me había puesto enferma; solo esperaba que la mentira colara, porque si no me caería una buena; eso y que mi padre no se enterara.
  Después de una hora de trafico, conseguimos llegar al parque de atracciones. Ese era el fantástico plan de mi hermano; pasar el día en el parque de atracciones. La verdad que tenía mejor pinta que pasarme todo el día con el culo pegado a una silla atendiendo en asignaturas que ni siquiera me gustaban; además, hacía bastante tiempo que no iba. De hecho, creo recordar que la última vez fue cuando yo era una renacuaja y mi madre aún seguía con nosotros y teniendo en cuenta que el accidente de tráfico fue cuando tenía al rededor de unos siete años; sí, hacía mucho tiempo que no iba.
  Sabine y mi hermano me llevaban de un lado para otro; parecían dos niños pequeños en una tienda de chucherías, pero era divertido; al menos para mí, aunque cuando discutían sobre qué atracción montar ahora, me tocaba a mí dar el último veredicto y aunque me decían que no se enfadarían si elegía la atracción del otro... no era cierto. Mike ya me había dado dos capones por ponerme en el bando de Sabine.
-No es mi culpa -me reí, encogiéndome de hombros- me gustan más sus atracciones.
-¡Ja! ¡Chúpate esa! -se burló Sabine, señalándolo con los dedos índices mientras hacía un bailecito muy mono- Las chicas nos entendemos, ¿verdad que sí?
-Si digo que sí, me llevaré otro capón -refunfuñé, palpando la zona dolorida.
-Está bien -sentenció mi hermano- pero a la próxima elijo yo.
  En ocasiones era un poco infantil y aún podía ver a ese niño rubio de ojos claros reflejado en su silueta. Me gustaba.
  Desde luego, Mike había cambiado un montón y diré a su favor, que para bien. Cuando era pequeño tenía el pelo tan claro que parecía casi blanco; por suerte se le había oscurecido un poco, y ahora era una mezcla entre rubio y castaño. De cuerpo no era lo que podríamos denominar un sex-simbol, pero no estaba mal; aunque quizás yo no lo veía de esa marera por ser mi hermano y el resto de las chicas sí. Me preguntaba qué verían en él.
-Yo propongo que vayamos a comer algo. Tengo hambre.
-Pero... -miré a Sabine con el ceño fruncido- ¿no querías montar en los coches chocones?
-Sí, pero me ha entrado hambre de repente.
-Chicas -musité, poniendo los ojos en blanco.
-Ni que tú no fueras una -se quejó, dándome un empujón.
  Claro que era una chica, al menos hasta donde yo sabía, tener pecho y vagina era de ser chica, pero a veces tenía unos gustos un poco raros. Mientras que el resto de chicas preferían ir de compras, yo prefería estar leyendo o jugando a videojuegos. Mientras el resto de chicas preferían tener un novio guapo con una tableta escultural y sobrehumana, a mí me daba igual el aspecto que tuviera; solo quería estar a gusto con él y que él lo estuviera conmigo. Sí, Dilan pertenecía a ese tipo de chicos monumentales de revista, pero no fue en eso en lo primero en lo que me fijé. Os lo puedo asegurar.
-¿Perrito o hamburguesa? -preguntó Mike.
  En vez de ir a uno de los supe-rmega-hiper restaurantes que había en el parque, Mike se fue directo a uno de los puestos de comida rápida que había repartidos por todos lados. Solo el olor de la carne quemada me revolvía las tripas.
-¿En serio? -lo miré con las cejas levantadas- ¿Soy vejetariana desde cuándo? ¿Diez años?
-Entonces ensalada -asintió, volviéndose hacia el dependiente.
-Tu hermano y sus despistes -rió Sabine.
  Me tenía cogida por el brazo y estábamos apoyadas en una de las barandillas que separaba el camino principal de las atracciones.
  Los iba a echar de menos y mentiría si no dijese que sobretodo a Sabine. La conocía de un mes, dos a lo sumo; no recordaba cuánto tiempo había pasado desde que llegaron a casa, pero esa niña me caía genial.   De no haber sido la novia de mi hermano incluso podríamos haber sido mejores amigas.
-Aquí tienen las señoras.
  Al parecer lo de la ensalada solo fue una coña de las muchas que me hacía mi hermano. Siempre se metía conmigo en los temas referidos con la comida. Aunque algunas cosas no me hacían gracia. Me alegraba que al menos uno en la familia viera los problemas desde otro punto de vista.
  Mike le dio su hamburguesa a Sabine y a mí un cartucho de patatas calientes. En cuanto le di el mordisco a la primera patata empezaron los remordimientos.
  ¿Por qué tenía que ser así? ¿No podía ser como el resto de personas normales que habitaban la Tierra? A ver, no es que me considerase un bicho raro; lo primero que me dijo la Dra. Maya es que no era la única que tenía un trastorno alimenticio, pero yo me sentía así. Como si fuera la única, como si estuviera loca. Yo no veía comida donde los demás sí; yo veía calorías correr ante mis ojos como si estuvieran haciendo una maratón.
  Yo sabía que mi peso estaba entre los límites teniendo en cuenta mi altura de metro sesenta y ocho, incluso me acercaba más al límite bajo que al alto, pero aún así no lo veía. Cuando me miraba en un espejo solo veía grasa por todos lados.
  Un día me levantaba de la cama y me decía a mí misma ¨¡oh Clau, estás estupenda!¨, pero al día siguiente me levantaba y me gritaba cosas como ¨¡vaca gorda!¨. Una completa pesadilla.
-He cambiado de opinión -alcancé a oír a Sabine decirle a mi hermano a oído. Lo siguiente ya no lo escuché.
  Ellos iban un par de pasos por delante de mí. Entre paranoia y paranoia me percaté de que estaban deseando tener un momento de intimidad y a mí no me vendría nada mal estar sola con mis pensamientos aunque fuera un microsegundo, a si es que decidí darles su espacio.
  Era divertido ir al parque de atracciones. Me sorprendió la cantidad de gente que había tenido en cuenta que era día laborable y que los niños tendrían que estar en clase -como yo- pero la mayoría tenían pinta de ser extranjeros. Vi a todo tipo de personas, desde colombianos hasta japonenes o al menos eso pensé yo al ver sus ojos rasgados, aunque para mí todos eran chinos.
  Me acerqué a una papelera y tiré el cartucho de patatas vacío. Tampoco me gustaba eso de tirar la basura al suelo, ya no por el simple hecho de que estuviera feo ir caminando por la calle y encontrarte con envoltorios de chicle o con latas de alguna bebida refrescante, sino por el medio ambiente. Mi padre decía que de mayor sería una gran abogada y defendería los derechos ambientales; a lo que yo simplemente no respondía.
-¡Clau! -me llamaron Mike y Sabine a la vez- ¡Vamos, date prisa!
-¡Tengo que ir al baño! ¡En seguida vengo!
  Cualquiera que nos estuviera escuchando pegar semejantes voces en medio del paseo pensaría que si estábamos locos.
  Tenía las manos algo pringosas de la grasa de las patatas y necesitaba lavármelas urgentemente; eso y enjuagarme un poco la boca; no quería tumbar a alguien con el tufo a patatas fritas de mi aliento; aunque entrar en el cuarto de baño no fue muy buena idea.
  No se trataba de uno de esos portátiles que solían poner en la playa durante los festivales, sino de uno de los de verdad; de los que están hecho con cemento y huelen a lejía y ambientador barato. Había distintos apartados para que la gente no tuviera que esperar demasiado; por suerte estaba medio vacío y pude entrar enseguida.
  En cuanto vi la taza del retrete, los pensamientos contradictorios y las bombas de ataque salieron a flote.   Me recordaba a la típica situación de película en la que el protagonista no se decide por algo y aparecen un ángel y un demonio sobre sus hombros; solo que esto era mucho más macabro. Mi ángel era un yo en gordo y mi diablo era un yo perfecto. Deprimente.
¨¿Estaba ricas las patatas eh, foquita?¨ -decía mi yo diablo- ¨¿sabes lo que engordan? Como sigas así te pondrás como un tonel; ¿eso es lo que quieres?¨
¨¡Déjala en paz! No es cierto Clau, ya sabes que por un par de patatas no pasa nada¨- contraatacaba mi yo ángel.
¨Lo dice la gorda ¿no?¨
  Aquello era un no parar, siempre así. Yo no quería hacerlo, lo juro que no quería meterme los dedos en la boca y devolver aquellas patatas tan sabrosas y ricas, pero no tenía otra elección.
  No sé si por suerte o por desgracia, el destino decidió que ese no era el momento de purgarme y alguien llamó a la puerta de mi cubículo con un cabreo desmesurado. ¿Qué me estaba pasando?
  Me lavé las manos a toda prisa y salí de ese sitio. Sentía que si me quedaba un solo segundo más allí me entraría un ataque de ansiedad. Tenía las manos algo sudadas y tuve que secarmelas en el dobladillo de mi vestido.
Sabine y Mike me esperaban fuera, apoyados contra la pared del baño.
-¡Joder! ¿Qué has meado el río Nilo?
No contesté. Le sonreí con cara de niña buena y me encogí de hombros.
-En fin. ¡Vamos! -Sabine me agarró de la mano y tiró de mí con fuerza- ¡Vamos a montar ahí!
-¿Dónde?
-Ahí -señaló a la nada con una sonrisa en los labios.
  Seguí la dirección de su mano y cuando vi a lo que se refería pensé que me caería redonda al suelo. Mi cara tuvo que ser un auténtico poema, pues mi hermano se empezó a partir de la risa y cuando quise darme cuenta, ambos tiraban de mí. En algún momento del lapsus tuve que gritar y decir que no, no me acuerdo, pero ellos no paraban de reír.
  La gente nos miraba con caras raras, como aquello de que perteneciéramos al circo o fuéramos algún tipo de alienigena extraño. Estaba pegando demasiadas voces.
-¡No pienso subirme ahí! -chillé, tirando hacia atrás para intentar soltarme.
-Sí que lo harás querida hermana.
-¡No! ¡No Mike por favor!
Ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que le había suplicado por algo a lo largo del día y eso que solo acababa de empezar.
-Venga Clau, si no pasa nada -intentó tranquilizarme Sabine; aunque decir eso con una sonrisa diabólica en la cara no es que fuera demasiado tranquilizador.
-¡No! ¡Socorro!
  Ni socorro, ni chillidos, ni súplicas. ¡A la mierda! Yo había intentado ser razonable con ellos a si es que la patada que le di en la espinilla a mi hermano se la tuvo más que merecida. Eso me dio tiempo a escapar y correr ¿cuánto? ¿medio metro antes de que me cogiera por la cintura y me subiera a su hombro? Lo odiaba.
-Te odio.
-Sabes que no.
-Sabes que sí.
  No sé por qué, pero era capaz de hacer un porté subida sobre los hombros de un bailarín y me daba miedo montarme en una Montaña Rusa. Nunca había montado, pero desde que vi una película en la que uno de los vagones se soltaba y las personas que iban dentro salieron volando por los aires -ninguno sobrevivió, obviamente- les cogí pánico y si a eso le sumábamos la velocidad, los giros, las vueltas y el ponerme bocabajo suspendida a más de cien metros del suelo... digamos que la cosa empeoraba aún más.
-Tres entradas por favor -le dijo Sabine al encargado.
  Yo estaba bocabajo sobre el hombro derecho de Mike, pero pude ver a través del hueco entre su brazo y su tronco la cara de incertidumbre del hombre. Me miraba con los ojos muy abiertos y el ceño fruncido, una expresión que nunca antes había visto. Rezaba porque no los dejara pasar.
-¿Qué le pasa? -preguntó el hombre, refiriéndose a mí.
-Nada, es solo que es tímida -rió Sabine.
-Sabéis que si no quiere montar está en su...
-¡Es que no quiero mon...! -Mike me tapó la boca antes de que pudiera acabar.
-Es una bromista. Hicimos una apuesta y no quiere saldarla; ya sabe.
-Está bien...
  Ya daba igual si había potado o no en el cuarto de baño, lo haría subida a esa cosa.
Mike me llevó cogida en brazos hasta que nos sentamos en los vagones. Él se sentó a mi lado y Sabine iba detrás de nosotros, con un chaval de unos doce años. ¿Por qué él sí y yo no? Es decir: ¿por qué él no le tenía pánico a esa cosa y yo sí?
-Me las pagarás -musité de brazos cruzados.
-¡Venga ya Clau! Te va a gustar. Lo sé.
-¿A sí? ¿Y cómo lo sabes?
-Soy tu hermano -me miró con los ojos muy abiertos y moviendo las manos frente a mi cara, como si fuera una bruja de esas que dicen que adivinan el futuro.- Yo lo sé todo.
-Vete a la mierda.
  Hay distintos tipos de terror. Esta el que sientes viendo una película de miedo; ese que a pesar de que te asusta, también te gusta. También esta el terror de cuando te viene tu primera regla; que manchas sangre al orinar y no sabes el motivo. El terror de tu primera vez; cuando solo piensas ¨eso es imposible que quepa por ahí¨ y luego está el terror que yo sentía en esos momentos. Era como todos los terrores juntos pero en uno. No entendía por qué le tenía tanto pánico, solo que no saldría nada bueno de esa experiencia.
  Tuvimos que esperar varios minutos hasta que toda la gente hubo montado; minutos que para mí fueron como horas y horas eternamente largas, pero en cuanto sentí que aquel mastodonte se movía, fue como si todo desapareciera y solo estuviéramos la Montaña Rusa y yo.
*No pasa nada Clau, es solo una vuelta, como viajar en un coche... ¿es como viajar en un coche? Dios... ¡Voy a morir!*
  Al principio iba despacio, un movimiento casi inexistente si no llega a ser por el sonido de las ruedas girando sobre el carril. Tenía los ojos cerrados, apretados con fuerza. No quería verlo. ¿Cómo algo tan estúpido podía darme tanto miedo?
  La sensación de hormigueo en el estómago, como los nervios que siempre he sentido antes de una actuación, empezó a surgir en mí. ¡Dios! ¡Cómo me odiaba en esos momento! Parecía una estúpida cría de cinco años, pero lo peor de todo era precisamente eso, que la peor parte aún no había llegado. Llegó cuando subimos a lo alto y caímos en picado.
  El aire me golpeaba en la cara con tanta fuerza que me costaba respirar. El pelo volaba libre al viento mientras que mis manos se aferraban a la barra de sujeción del vagón.

Noté algo húmedo en mis mejillas y entonces fue cuando me di cuenta de que estaba llorando, pero lo extraño de todo era que no se trataba de lágrimas de terror o de tristeza, sino lágrimas de alegría. ¿Estaba llorando de alegría? Sí, lo sé que suena muy estúpido sobretodo después de decir que estaba jodidamente aterrada, pero es verdad; lloraba de alegría. Por primera vez en mucho tiempo me sentía libre. Era algo raro, pero me sentía… bien.
  La presión de las clases se disipaba, el sentimiento de culpa por haberme comido ese cono con patatas fritas se apagó, quedó escondido bajo el sentimiento de poder; la voz de mi padre quedó ahogada por mi propia voz que decía que se callase. Todo, absolutamente todo me dio igual en ese momento.
-¿¡Clau!? –gritó mi hermano a mi lado para que pudiera oírle por encima del viento- ¿¡Estás bien!?
  ¿Qué si estaba bien? ¡Estaba mejor que nunca! Sentía que podía con cualquier cosa que me pusieran por delante.

-¡Sí! –me reí, abriendo por fin los ojos y viendo lo que se cernía delante de nosotros.- ¡ESTOY MEJOR QUE NUNCA!

1 comentario:

  1. Este comentario te lo voy a decir por donde tu sabes que prefiero que nadie lo lea.

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